Tomás Barolin Tron
La Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata es una institución que data del siglo XII en Europa, y de mediados del siglo XIX en el Río de la Plata. Con una historia y características particulares que la distinguen de lo que solemos entender por «evangélica», constituye una de las únicas iglesias de la llamada pre-reforma que aún se mantiene en actividad.
«Nos urge, como cristianos, tomar conciencia de la proyección política del Evangelio de Jesucristo»
«El mensaje del Reino no sólo tiene que ver con la ‘vida espiritual’ sino con la totalidad de la vida humana y, por tanto también, con la economía, la ciencia, la política, la guerra y la paz. Tiene que ver con la realidad concreta de nuestro tiempo (…)»i
Estas dos afirmaciones realizadas por Wilfrido Artús en su libro ‘La responsabilidad política de la comunidad cristiana’ ponen de manifiesto la efervescencia de un pensamiento protestante entre los años 60, 70 y 80 que rechazaba determinantemente la comprensión de lo bíblico, lo religioso, como un elemento meramente espiritual y lo integraba dentro del resto de la vida social y política; y al mismo tiempo, entendía que el testimonio que debía dar la iglesia, «el mensaje del Reino», era intrínsecamente un mensaje de liberación para toda la humanidad.
Resulta raro sin embargo, en una realidad donde movimientos evangelistas con un fuerte mensaje pro-fascista toman cada vez más fuerza y donde distintas figuras políticas en la región y en el Uruguay utilizan a las iglesias y su membresía como soportes electorales (Jair Bolsonaro, Alfredo Olmedo, Álvaro Dastugue); entender que puedan existir hoy iglesias que apunten a generar pensamiento crítico sin comprometerse con una determinada línea política.
Es que hay, en el autor de ambas frases, un trasfondo histórico-cultural que dista bastante del de las iglesias del pastor Márquez: Wilfrido formó parte de un movimiento bastante particular, los valdenses. Es de este movimiento y de algunas pocas características que nos pueden ayudar a entenderlo, de lo que tratarán las líneas que siguen.
Un movimiento hereje.
Y es que aquel movimiento medieval cristiano, cuyos integrantes fueron también denominados ‘pobres de Lyon’, haciendo referencia a su ciudad de origen en Francia y a la condición económica de sus integrantes (por opción personal o por imposición de la realidad), tuvo, junto a otros movimientos de la época (cátaros, husitas, lolardos y moravos), rasgos que lo confrontaron directamente con la Iglesia Católica Romana.
Un principio fundamental del movimiento valdense tiene que ver con la universalidad de la predicación, es decir, todas y todos pueden hacer uso de la Biblia, así como también administrar los sacramentos (Federici, pp. 72-73ii). Hablar hacia finales del siglo XII y comienzos del siglo XIII, no sólo de la eliminación de la estructura eclesial propuesta y sostenida por la Iglesia Católica Romana, sino también de la inclusión de las mujeres en todas sus esferas, significó una ruptura total con lo que el catolicismo romano podía llegar a tolerar, condenando a las y los integrantes del movimiento valdense a la hoguera. La existencia de estas sectas herejes puso en jaque la autoridad real de la Iglesia Católica Romana rompiendo la estructura simbólica que daba soporte a su poder: la Iglesia había perdido el monopolio sobre Dios; ahora Dios no hablaba a sus fieles mediante el Papa y la estructura apostólica romana, sino que lo hacía directamente, sin intermediadores. La herejía y la valdesía eran uno y el mismo crimen, usándose indistintamente ambos términos para referirse a cualquier acto que fuese en detrimiento del poder eclesial de la época (según Tourn, pp. 71, Juana de Arco sería acusada, entre otras cosas, de valdesía, aún sin mantener contacto con el movimiento valdenseiii). Durante siglos el pueblo valdense sería condenado y perseguido por la Iglesia Católica Romana, obteniendo recién el 17 de febrero de 1848 la libertad de culto. Diez años más tarde ocurriría la primera inmigración hacia el Río de la Plata.
Un movimiento contestatario.
Los siglos de persecusión obligaron a las y los valdenses a adoptar costumbres propias de un pueblo en continua diáspora y clandestinidad. Así se fue forjando una cultura e identidad propia con varios elementos marcados. Uno de ellos fue y sigue siendo el fuerte principio de laicidad. Fundadoras y fundadores de varias colonias en Uruguay y Argentina y por tanto de sus instituciones más primordiales, nunca incluyeron la educación cristiana en la currícula secular de sus escuelas, que rápidamente pasaron a ser propiedad del Estado. Es de mencionar en este punto particularmente la creación del Liceo Daniel Armand Ugón, de la localidad de Colonia Valdense, al tratarse del primer liceo del interior del país. Haber tenido que soportar años de persecusión por su religión hizo entender muy tempranamente a las y los valdenses que las creencias jamás pueden ser impuestas.
También se forjó otro elemento identitario muy fuerte: fuera de la sumisión, el carácter contestatario de las y los valdenses suele aparecer en diversos testimonios y relatos:
«Un ministro de Obras Públicas -Pintos Risso- de la época [1970], va a Rosario como Ministro a firmar convenios a nivel de todo el Departamento de Colonia. Y va al Club Rosario.
Entonces, iba Comisión de Fomento, y la Directora, y [ella]me dice de ir, como maestra, (…) y vamos a esa reunión que era enorme, había más de cien personas. Ahí hubo una persona de Juan Lacaze que propone hacer un minuto de silencio, porque se acababa de saber que habían matado a Dan Mitrione. Entonces la gente se paró, y hacen ahí un minuto de silencio. Y yo me quedé sentada; esa fue la famosa “sentada”. (…) yo digo “yo, a un tipo torturador no”. Porque sabíamos quién era. No era que no sabíamos. Y me quedé sentada.»iv
De manera similar, durante el sínodo del año 1977 (la máxima instancia resolutiva de la Iglesia Valdense, similar a una asamblea), se rechazó una orden de la jefatura de Colonia que impedía a varios pastores ocupar cargos en la administración. En ese momento la iglesia, lejos de tener posturas unánimes respecto a la dictadura militar que acaecía, no titubeó en su rol de «Iglesia libre en un Estado laico», y no estuvo dispuesta a renunciar, ni esa ni otras veces a su necesaria voz profética.
En la actualidad, el movimiento valdense a través de su institución, la Iglesia Valdense del Río de la Plata, continúa intentando generar espacios de reflexión y pensamiento crítico, así como también respaldando aquellas acciones de la sociedad que van en el sentido de generar más derechos para todas, todos y todes, como lo han sido las leyes de matrimonio igualitario, interrupción voluntaria del embarazo y en Uruguay la recién aprobada ley integral para personas trans; todo esto, sabiendo que «el mensaje del Reino tiene que ver con la realidad concreta de nuestro tiempo»v.
iARTUS, WILFRIDO (1984) La responsabilidad política de la comunidad cristiana. Buenos Aires: La Aurora
iiFEDERICI, SILVIA (2015) Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires: Tinta Limón
iiiTOURN, GIORGIO (1983) Los valdenses. Montevideo: Ediciones Iglesia Valdense
ivTestimonio de Mirta Gonnet, en PIOLI, JUAN JAVIER (2014) Los ‘bichos políticos’: debates, rupturas y reconciliaciones en la Iglesia Valdense en Uruguay frente al avance del estado autoritario (1967-1974).
vARTUS, WILFRIDO op. cit.