Susana Andrade
A la sociedad llegamos como parte de la Historia y a la lucha social y política, como resultado de tanta y tan estructural exclusión, por ser religión proveniente de negros y de indios.
La espiritualidad africana viene a estas tierras con su gente, capturada y esclavizada por la perversidad opresora del tráfico humano perpetrado por monarquías europeas mientras se adueñaban de las luego llamadas Américas, depredando además al continente negro y sus riquezas en una triangulación macabra.
Creencias reflejadas y hermanadas en los cultos nativos a la Naturaleza, obligadamente encubiertas en el cristianismo católico impuesto por los verdugos bajo pena de tortura o muerte.
Durante la invasión colonialista, los pueblos sometidos eran privados de todo lo que les humanizara, reducidos a la categoría de objetos de uso y compra-venta, mano de obra no remunerada utilizada para el enriquecimiento ilícito de los “amos” amasando fortunas robadas manchadas de sangre inocente, sentando las bases del capitalismo que para siempre esclavizaría al mundo.
Hoy sabemos que los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles.
Esa deuda incobrable permanecerá por siempre agraviando a la humanidad, a las víctimas y a sus descendientes padeciendo las eternas consecuencias del imperialismo monárquico y sus aliados, entre ellos la Iglesia Católica con el pretexto de la “evangelización”, promoviendo, justificando y aprovechándose de la masacre invasionista. Y de paso satanizándonos, en tanto se nos ha vinculado descaradamente con un diablo que les pertenece como construcción cultural, y que nada tiene que ver con la cosmología africana.
Desde esa óptica es que se da la persecución a las expresiones culturales afros, especialmente en lo que refiere a los ritos sagrados, por ser fortalecimiento de identidad, expresión pura de resistencia y rebelión. Y por presagiar potencial merma económica afectando la voracidad “conquistadora”.
Entendiéndose que el aplastamiento cultural fue un objetivo ampliamente desarrollado. Y el etnocidio o dar muerte a las costumbres; otra forma de arrinconamiento para preservar los lujos de los invasores y sus beneficiarios.
Esa era la razón por la que temían a los tambores y prácticas de la negritud en trance pidiendo a los ancestros paz y liberación de las miserables cadenas.
Al desarraigo se suman las instituciones racializadas de los países que devienen de estos reinados asesinos, donde las jerarquías sociales están matrizadas y donde el orden establecido ha naturalizado las diferentes exclusiones en función de un predominio que pretenden eterno, masificando paradigmas despóticos hasta hacer cotidiano lo indigno.
La finalidad es reproducir la maquinaria esclavista moderna, de fracturas sociales y desigualdades varias que perpetúan privilegios y privilegiados, instaurados en forma legendaria.
Cualquier cosa que cuestione esto será subversiva.
Los cultos afro son una estrategia poderosa para interpelar las reglas del racismo y el clasismo estructural, para luchar por un país sin exclusiones.
Transgresores, contestatarios, rebeldes, preconceptuados, raros. Los afroumbandistas contribuyen a la necesaria descolonización ideológica enfrentando la imposición eurocentrista y sus modelos, de forma pacífica aunque revolucionaria.
Todo lo que nos permita huir de la hegemonización conveniente a ciertos intereses, es importante para romper actuales cadenas a veces intangibles.
¿Opio de los pueblos? Nunca Umbanda y los rituales afro.
La forma auténtica de concebir lo trascendente propia de los pueblos originarios y africanos llegados a estos continentes con la diáspora esclavista, son un despertar de los sentidos en contacto con la madre Tierra y sus dones. Son gritos de libertad. Un llamado desesperado al cuidado del medioambiente y al bienestar de los humildes. No por nada este culto nace en las poblaciones oprimidas.
Ese ya es un mensaje.
Cuando nos atacan por reclamar felicidad, se atenta contra un sentido básico de igualdad inherente a la existencia humana. La justa distribución de las riquezas es un imperativo existencial de sobrevivencia, no solo ideología para los textos y las arengas. O estamos bien todos o no lo estará nadie.
Reflexionemos que no por casualidad Latinoamérica sigue siendo la región más desigual del mundo, la de mayores injusticias. Fuente de recursos esclavos para muchos países hoy del “primer mundo” que imponen su poderío para que así continúe.
Lo que exigimos es el libre ejercicio de nuestros derechos humanos. Tenemos derecho a la libertad de pensamiento y a la manifestación de las creencias sin perjuicio de nadie como lo consagran pactos y legislaciones internacionalmente refrendadas. También por Uruguay.
Reclamamos respeto a nuestra esencia.
Quienes confiamos en lo sagrado afroamerindio, somos simplemente otro objetivo del sistema coercitivo que busca fagocitar al diferente, porque la diversidad atenta contra un “statu quo” sustentado en el predominio de modelos económicos, estructuras culturales, políticas y supremacías varias, que no desean compartir el poder.
Toda reivindicación parcial antisistémica como las concepciones espirituales de los pueblos nativos y africanos, es presentar opciones a las opciones únicas.
Es reconocer derechos y por ende, ampliar horizontes democráticos reales. Que exista igual lugar para los distintos credos y para quienes no tienen ninguno.
El mundo no es occidental y cristiano, pese a quien pese.
Y Umbanda es una concepción filosófica, un pensar profundo, no superficial.
Como toda fe, la sensibilidad numinosa afroamericana surge para brindar esperanzas, equilibrio interior, fuerzas para enfrentar lo cotidiano, y una explicación mágica para lo inexplicable; sobre todo lo que viene después de la muerte y está antes de la vida. ¡Una religión étnica…qué grandioso!
El valor universal de los cultos de matriz afro y afroindígena como Umbanda, es la veneración a la Naturaleza y la concepción de la Humanidad como parte integral del todo que debe permanecer necesariamente en armonía, para el bienestar y la perpetuidad del ecosistema. Sabiduría tribal derivada del contacto directo con lo imprescindible que debemos urgentemente recuperar, en tiempos del calentamiento global y el efecto invernadero que amenazan la supervivencia en el planeta.
Como en otras confesiones, para nosotros ser creyentes significa comunión y alivio en el andar de la vida. Es compartir en comunidad la devoción y también una mirada de esperanzas en el hoy hacia el mañana visible y no visible. Es una fuente de energías para enfrentar las peripecias de la existencia con entusiasmo y recuperarlo cuando flaqueamos.
También son manifestaciones sacras, cultos de comunidades que buscan su espacio social, lo cual trasciende la línea de color o el fenotipo.
Ser afroumbandistas no es estar en una burbuja sino tener otra herramienta colectiva para mejorar la realidad sin violencia, con la firmeza y el optimismo que nos causa ser actores de los procesos de cambios en todas las dimensiones posibles.
Principalmente somos humanidad ciudadana e interactuamos en todos los caminos del ser político y social. Nos involucramos y comprometemos con la vida y su peripecia, porque el sentimiento confesional nos inspira a creer en los demás, en nosotros mismos y a ejercitar las energías vitales que lo infinito nos dio para ser cada día mejores y mejorar nuestro entorno, cuidando al próximo como parte del nosotros.
Las injusticias que nos duelen nunca son ajenas, pues nos concebimos como hermandad universal, sin diferencias menoscabantes.
Lo espiritual lejos de aislarnos, nos potencia a lograr el bienestar público.
Debido a este sentir y ante la endémica discriminación, exploramos la necesidad de ocupar espacios políticos para enfocar la problemática históricamente negada e invisibilizada, y hacer algo por la equidad.
Son tristemente populares y vulgarizados los términos que revelan prejuicios raciales expresados contra los afroumbandistas en una especie de racismo religioso, asociándonos a la magia negra como máxima forma de desprecio.
Para muchos somos nada más que “los macumberos”, “los brujos”.
Lamentablemente es una situación peligrosamente normalizada que las religiones de matriz afro viven en todas las sociedades latinoamericanas y caribeñas, que reproducen el racismo estructural e institucional por acción u omisión. Eso es cultural y se refleja en todas las esferas de la realidad cotidiana. Vivimos bajo un orden establecido racialmente injusto.
Cuando problematizamos estos contextos que nos excluyen y vulneran desde siempre; como hay que hacerlo con casi todo porque la base es injusta; molestamos. Paradojalmente es mal visto quien reclama su espacio en equidad y en los hechos, porque cuestiona la comodidad de los abusadores. Tácitamente aceptado que unos nacen para mandar y otros para obedecer.
Los estados se posicionaron parciales, imperando moldes éticos y estéticos, valores de una cultura hegemónica, blanco europea, clasista, cristiana, racista y patriarcal.
Era normal pensar que somos menos sujetos de derechos por tener la piel oscura o ser creyentes en la religión de los negros.
Es bueno caminar juntos; sociedad civil y poderes estatales; hacia espacios donde quepamos todas, todos y todes, donde lo normal sea la igualdad de oportunidades y derechos ejercidos. Y en eso estamos; revisando juntos para mejorar horizontes compartidos.
La injusticia social cualquiera que sea, atenta contra el desarrollo de los países.
Es imprescindible transformar el eje de valores y apreciar la diversidad como riqueza.
La premisa es combatir el racismo cotidiano, denunciar los odios para que fluya el amor, combatir el individualismo que hace pensar que como no me pasa a mí, no sucede.
En un sistema democrático, los problemas de exclusión no son de los sectores subalternizados, sino de toda la sociedad, que como ejercicio de soberanía debe recuperar y valorar sus raíces restableciendo una cultura de equidad, donde nazcan democracias sanas y disfrutables sin postergados.
Y no alcanza con las leyes aunque se ha legislado en nuestros últimos gobiernos progresistas a favor de las minorías.
Es necesario trabajar socialmente para caminar a paso firme hacia las transformaciones culturales, pues cualquier obstáculo en el ejercicio de los derechos de algunos, nos afectará colectivamente.
Cultos afro son cultura afro y una invitación a pensarnos como comunidad planetaria.
Fotografía: Martín Nessi