Para esta ronda cultural compartimos un articulo del compositor, músico y docente Rubén Olivera, sobre el importante trabajo del musicólogo Lauro Ayestarán que permitió construir nuestra identidad sonora, recatando la cultura popular que se hallaba viva en las expresiones mas profundas de nuestro pueblo a todo lo largo del país. Una tarea maravillosa que algún día habrá que volver a realizar para seguir dibujando el mapa de la cultura de nuestros pueblos, resistiendo la cultura como una mercancía.
Ricardo Pose
Música popular y diversidad cultural1 Lauro Ayestarán y la globalidad2
Rubén Olivera
Se podría decir que Lauro Ayestarán (1913-1966), nuestro principal musicólogo, dedicó su vida a registrar la diversidad cultural en la música de nuestro país 3. Sus estudios abarcaron tanto la música llamada culta o clásica, como la popular (y su supervivencia como folclore), además de las provenientes de culturas extraeuropeas, o sea, la música indígena y la negra-africana. En 1943 empezó a recorrer el Uruguay, llegando a realizar más de tres mil grabaciones de músicos populares, primero en discos de acetato y después con grabadores a cinta. Registró géneros como la polca, la mazurca (ranchera) y el vals –entre otras danzas que se acriollaron en el medio rural desde los salones montevideanos–, o como el estilo, la milonga campera y la cifra –entre otras canciones que se forjaron en el crisol de lo criollo–. Pero también estuvo atento a lo urbano grabando murgas y comparsas de candombe. Y a aspectos específicos como la música de las comunidades de inmigrantes, las canciones y juegos infantiles, los tercios de velorio de la frontera cantados en portuñol, los pregones de ocios callejeros, el sonido de los organillos, el canto de los carreros 4.
En su corta vida (murió con 53 años) nos legó una fascinante memoria sonora, a la que se acercó con admiración, respeto y amor. La diversidad de los registros de Ayestarán nos muestra el carácter heterogéneo de la identidad cultural5. Aunque hablemos en singular no existe una identidad. En el terreno musical, la identidad abarca distintas expresiones que a las personas les resultan reconocibles y propias de acuerdo a los “gustos” generados a partir de su ubicación en la trama cultural. Sobre gustos hay mucho escrito, en el área cultural y lugar geográfico de pertenencia, en la época histórica y el estrato social en el que se haya nacido, en la ascendencia, edad, así como en la exposición a los medios de comunicación y a la educación formal. El respeto por la profunda huella emocional que dejan los “gustos” adquiridos es un punto de partida de todo análisis. Pero este respeto es dialécticamente diferente al concepto de “tolerancia”, generalmente pasivo y visto como una concesión al “otro” sin avanzar en su comprensión. Ser respetuosos de la impronta cultural de cada persona o sociedad no quita la necesidad de tratar de entender críticamente los patrones que la gestaron y la siguen construyendo. La identidad cultural es móvil. Hay que conservar y defender su parte buena, pero en tanto hecho cultural vivo, también hay que seguir construyéndola. “Lo nuestro” es un concepto dinámico, en permanente elaboración, en movimiento. Las preguntas que
surgen son: cómo se mueve, hacia dónde se mueve, de qué manera se puede participar en su movimiento para que los cambios producidos sean útiles a nuestra sociedad. En 1959, Ayestarán se muestra preocupado por los cambios culturales que parecían desplegarse a partir de la implacable masividad que en el mundo introducían la radio y la televisión. Escribió: “La cuota […] que uno absorbe diariamente es tan gigantesca que no puede estar al azar de contingencias transitorias: pueden pervertir o salvar a una colectividad para la cultura”6. Por supuesto que Ayestarán no estaba planteando cerrarse a los cambios, así como tampoco anclarse a un pasado, sea este real o idealizado con criterio turístico. Precisamente sus estudios investigan cómo la música popular del continente se desarrolló entre resistencias, acriollamientos y mestizajes de las vertientes europea, negra e indígena, a lo que se suma posteriormente la influencia de Estados Unidos. Las contradicciones entre lo que viene de afuera y lo de adentro, entre lo del pasado y lo del presente, expresan falsas oposiciones que no se resuelven optando por una de las partes. No importa tanto el origen de las inuencias sino el “uso social”7 que se haga de ellas. Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros, dice una famosa frase de la filosofía del siglo XX. Plantearnos a la identidad
como un concepto móvil nos abre la posibilidad de participar en su construcción de forma consciente. Al igual que ocurre con la ampliación de la “agenda de derechos” que protege a minorías discriminadas, el debido respeto a toda diversidad cultural es un bien instalado en la sociedad. Pero en la actualidad, dentro de lo que conocemos como globalización, no han cambiado las interrogantes que Lauro Ayestarán se planteaba, ya que globaliza quien puede y no quien quiere. Los países de mercado pequeño son fuertemente influenciados desde el exterior, incluso en lo referente a las mutaciones que va tomando la diversidad cultural. Cuando un joven rioplatense disfruta, por ejemplo, improvisando con las riquezas del rap o del hip-hop surge la pregunta de por qué no conoce las riquezas de la improvisación de una tradición viva local como la del payador. Las respuestas pueden ser varias. Por un lado, quizás el arte del payador tenga que encontrar sus propios caminos para lograr que sea, al decir del payador Carlos Molina, “un elemento que corra parejo con la historia”. Por otra parte, quizás precise de apoyos estatales8 o empresariales similares a los que recibió la Cruzada Gaucha a mediados del siglo XX9. Los centros de poder siempre tenderán a imponer su visión del mundo, entre otras cosas para homogeneizar mercados. El intercambio desigual entre áreas dominantes y dominadas incluye a los bienes artísticos. Estandarizar la forma en que la humanidad piensa, actúa y siente, permite estandarizar la producción de mercancías. En ese sentido, la cultura se convierte en un espacio estratégico. Defender dialécticamente lo bueno de la identidad local para seguir construyendo la necesaria diferencia pasa a tener un valor ecológico. Rubén Olivera es músico popular, cantautor y docente. Ha colaborado en publicaciones sobre música, cultura y derechos humanos. Actualmente es Coordinador del Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán (CDM)
Foto. – CDM-LA-RF-LA y RL 1962 Lauro Ayestarán grabando en Aguas Corrientes, departamento de Canelones. El entrevistado es Ramón López. 14 de enero de 1962. Foto: Juan Carlos Santurión. Archivo del Centro Nacional de Documentación Musical.Créditos:] Digitalización y tratamiento digital: Centro Nacional de
Documentación Musical Lauro Ayestarán.
1 Varios de estos conceptos están desarrollados en Rubén Olivera: Sonidos y silencios. La música en la sociedad, Tacuabé, Montevideo, 2014.
2 Realizado para la publicación de la Guía de actividades del Día del Patrimonio 2018, edición de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación del Ministerio de Educación y Cultura.
3 “Di dos veces la vuelta al mundo con mi grabador a cuestas dentro del Uruguay –125.000 kilómetros. Recuerdo que en 1943 llevaba un grabador de discos que pesaba
30 kilos. Los fríos y las lluvias, los “peludos” en pasos de arroyo, los viajes hasta en carreta […] las esperas interminables en cruces de caminos para alcanzar los ómnibus
locales en las frías madrugadas, lograron colaborar para minar mi organismo que está atacado de varias goteras cardíacas. Pero no me arrepiento de nada y volvería a
hacerlo de nuevo si volviera a nacer”, Lauro Ayestarán: Panorama del folclore musical uruguayo en Rotaruguay, año XXVI, N.o 305, ix-1959, Montevideo, Uruguay, pp. 19-26.
1962. Foto: Juan Carlos Santurión. Archivo del Centro Nacional de Documentación Musical.Créditos:] Digitalización y tratamiento digital: Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán.
4Véase Lauro Ayestarán: “Textos breves”. Volumen 196 de la Colección de Clásicos Uruguayos de la Biblioteca Artigas, Montevideo, 2014; Músicos: Fotografías del Archivo Lauro Ayestarán, CDM-CdF, 2016 (libro realizado con el apoyo de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación); Juegos y rondas tradicionales del Uruguay. Película y texto de 1966, Libro/DVD, AGU-CDM, 2018. (www.cdm.gub.uy)
5. El hecho de que una comunidad pueda tener muchos elementos que la identifiquen es solo una constatación cuantitativa. El concepto de identidad “por celebración” deja de lado que, además de las características que una sociedad considere como positivas y que serán promocionadas como patrimonio a conservar, también carga con otras características que pueden ser negativas y que, “por defecto”, forman parte de su acervo (el machismo, por ejemplo). Ambas constituyen la identidad real.
6 Hasta el momento, los distintos gobiernos y la sociedad no han encontrado la forma de que este arte viva fluidamente entre los uruguayos más allá del 24 de agosto (día del nacimiento de Bartolomé Hidalgo y, desde 1996, Día del Payador, coincidente en sus festejos con la Noche de la Nostalgia), de las semanas criollas anuales o de programas radiales a las seis de la mañana.
7 “Ni las clases, ni los objetos, ni los medios, ni los espacios sociales tienen lugares sustancialmente fijados de una vez para siempre. Lo decisivo será examinar su uso y la relación con los dispositivos de poder actuantes en cada coyuntura”. En Oscar Landi: “Cultura y política en la transición hacia la democracia”, Revista Nueva Sociedad, N.o 73, Buenos Aires, julio-agosto de 1984, p. 66
8 Hasta el momento, los distintos gobiernos y la sociedad no han encontrado la forma de que este arte viva fluidamente entre los uruguayos más allá del 24 de agosto (día del nacimiento de Bartolomé Hidalgo y, desde 1996, Día del Payador, coincidente en sus festejos con la Noche de la Nostalgia), de las semanas criollas anuales o de programas radiales a las seis de la mañana.
9 En 1955 una epidemia de polio se cierne sobre Uruguay. Se interrumpen las clases y el carnaval se suspende. Dalton Rosas Riolfo y Emilio Riverón, dinámicos empresarios de espectáculos carnavaleros, buscan alternativas para continuar con su trabajo. Recorren distintos lugares contactando payadores y otros artistas para proponerles actuar por todo el país. La resultante es lo conocido como Cruzada Gaucha o Gran Cruzada Gaucha, que revitalizó el movimiento payadoril.