Malena Delgado
“En vista del ejercicio que aquí voy a hacer, de antemano pido indulgencia- un ejercicio costoso e incierto-, en parte crónica sobre hechos recientes, materia aun de conjuros, en parte examen de conciencia sobre fantasmas del pasado, que, por los efectos actuales, mejor sería considerarlos fantasmas del presente, muertos-vivos” (Milán, G. 2012).
Este 20 de mayo se lleva a cabo la 24ª Marcha del silencio, convocada por primera vez el 20 de mayo de 1996 -al cumplirse veinte años de la muerte de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, asesinados en Buenos Aires en 1976 el marco del Plan Cóndor- y realizada de forma ininterrumpida hasta el presente.
Ese peregrinar de miles y miles de personas que se reúne cada año en la esquina de Jackson y Rivera, en la Plaza de los detenidos desaparecidos, para marchar hacia la Plaza Libertad, en un silencio sepulcral que sólo se interrumpe para nombrar/recordar a los desaparecidos, es la mayor expresión de que no se podrá imponer el discurso de “dejar en el pasado lo que es del pasado”. Porque está claro que estos hechos no pertenecen al pasado, estos hechos son puro presente. Esto no aconteció en otro tiempo histórico sino que está aconteciendo ahora mismo. No hay metáfora.
Los efectos que tiene sobre una sociedad la violencia política extrema y la violación sistemática de los Derechos Humanos, ya son más que conocidos y reconocidos, tema de estudio de diversas disciplinas. Indiscutible el atravesamiento de toda la sociedad ante estos hechos. Sobran ejemplos en el mundo.
Pero más allá de todo esto, lo que conmueve en relación a los desaparecidos es su condición de tal. Un significante tan frío y que sin embargo encierra tanto. ¿Habría alguna palabra para poder nombrarlos? ¿Existe en el lenguaje la posibilidad de nombrar tanto dolor, tanta injusticia? La palabra impunidad nos acerca algo, porque da cuenta de la dimensión de la falta de reconocimiento, de la injusticia, de lo irreparable. Pero resulta insuficiente. Quizás sencillamente no exista forma de nombrarlos, porque ¿cómo poner palabra a tanta ausencia?
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La reciente aparición de la Nieta 129, recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo, es un claro ejemplo de la actualidad de estos hechos. Es un caso paradigmático que permite apreciar –además- de manera muy ilustrativa cómo los hechos ocurridos atraviesan a las nuevas generaciones, a las generaciones post-dictadura. El caso de “la nieta 129” ha tenido la “suerte” de que gran parte de la familia biológica de ella aun vive: su padre, Carlos; su hermano Marcos (nacido en dictadura antes que ella) y su hermano Martin, nacido en democracia -en una democracia que hasta hace unos días, le negaba la verdad-. Hoy, después de cuarenta años de búsqueda, recién pudieron empezar a reconstruir –si es que esto es posible- su historia.
¿Cómo poder decir entonces que estos hechos corresponden al pasado? ¿Cómo negar que el presente es el devenir de la historia, y que una historia de terror tiene consecuencias que provocan miedo? ¿Cómo desconocer los efectos que la historia de nuestro país tiene sobre las nuevas generaciones? ¿Cómo negar la transmisión transgeneracional del daño?
Cuando la práctica del poder se juega en los límites de lo inhumano –matando, torturando, desapareciendo-, el universo afectado no se reduce a las “víctimas directas”; el daño generado es un daño colectivo, que nos atraviesa a todos y todas, que recorre generaciones. En este sentido, la posibilidad de hacer algo con esa historia, la elaboración de estos hechos, es también del orden de lo colectivo. La posibilidad del testimonio, de la denuncia, del reconocimiento social es lo que permite que estos hechos adquieran la dimensión de lo público y se les asigne su estatuto de catástrofe colectiva.
Algo de todo esto se pone en juego cada 20 de mayo. La Marcha del Silencio es una instancia de encuentro de diversas organizaciones -sociales, estudiantiles, políticas, militantes- y también de de distintas generaciones. Es una instancia en la que lo que predomina es lo que une: un compromiso ético de lucha por Verdad y Justicia.
Paradojas de este mundo, que una instancia como esa, que es un pedido a todas voces de Verdad y Justicia, sea una manifestación en silencio. Quizás este silencio tenga que ver justamente con esta imposibilidad de poder nombrar lo innombrable. En ese silencio se produce, también, un abrazo colectivo, la posibilidad del encuentro para reinventar la historia. Con las madres y familiares abriendo la marcha -sosteniendo la foto con la que cada uno de los desaparecidos se hace presente-, con miles de personas acompañando. Hay escenas que reúnen la historia toda.
“… Pero no es llevándote unas flores, si no sabría, a qué lugar. A veces te cuido en carteles, y hoy te quiero cobijar…” (Rubén Olivera)
La dimensión del tiempo atraviesa con fuerza. Hay madres que han muerto sin saber el paradero de sus hijos e hijas, hay otras que todavía -a pesar de todo- continúan su búsqueda. Hay también las nuevas generaciones, llenas de compromiso, llenas de amor por la vida, dispuestas a continuar esa lucha. Dispuestas a tomar la bandera de NUNCA MÁS TERRORISMO DE ESTADO y a luchar incansablemente por VERDAD Y JUSTICIA.