Inés Cortés
Una parte de los discursos antifeministas más fuertes en el Uruguay de hoy vienen de la derecha evangelista y la iglesia católica. Dichos actores1 critican la “intromisión” que el movimiento feminista ejerce sobre el espacio privado, y al mismo tiempo la exteriorización de dichos temas y problemáticas a la arena pública.
La iglesia católica representada por sus voceros institucionales, así como las iglesias evangelistas (con mayor presencia en el sistema político institucional, a través de su representación legislativa), han desarrollado un fuerte discurso antifeminista, y en contra de los avances sociales asociados a la nueva agenda de derechos, y a las luchas LGBTIQ2. Todo esto a través de la movilización del término “ideología de género”. Como señala Agnieska Graff (2016: 268) a través del concepto de ideología de género (introducido por Juan Pablo II junto con la teoría de la muerte) la Iglesia Católica demoniza los planteos feministas alrededor del mundo. La ideología de género es un concepto, que para los católicos conservadores designa uno de los males producidos por el liberalismo en el ámbito de la sexualidad humana y la vida privada de las personas. Como señala la autora, es un descendiente de la “cultura de la muerte” y del “mal feminismo”, una idea presente en el discurso del Vaticano en la era de posguerra.
La iglesia atribuye así, a las demandas de la nueva agenda de derechos (entre ellas las feministas) la destrucción de la familia y la vida. Esta acusación se realiza partiendo de la premisa de la existencia de derechos naturales y la complementariedad de los sexos: el feminismo, entonces, viene a desequilibrar lo “natural” y “deseable”. “Ideología de género” es simplemente un gran nombre para todo lo que desprecian los católicos conservadores, mucho más que el ‘liberalismo’ o la ‘cultura de la muerte3.
En primer lugar, es importante remarcar la asignación que realizan de “ideología” a una categoría como es el género. El género es en realidad un conjunto de características y atributos aprendidos socialmente que culturalmente se asocian a los sexos, construcciones culturales que responden a un espacio y tiempo determinados. Quienes utilizan el término “ideología de género” lo hacen de manera despectiva para referirse a la supuesta artificialidad (en oposición a lo natural) de los cuestionamientos feministas a los arreglos hegemónicos. La dicotomía natural/naturalizado se vuelve un campo de batalla por los sentidos de la vida personal y colectiva.
En las últimas décadas en América Latina se aprobaron y reglamentaron leyes que visibilizan las luchas LGBTIQ, a través de las cuales los Estados asumen un compromiso con las mismas; es justamente en este punto en que las iglesias y los movimientos evangélicos hacen mayor hincapié acusando a los Estados de autoritarios al (supuestamente) imponer dichas formas de vida. Dado que el feminismo desafía el rol social de la mujer (y por ende también del hombre) en la sociedad y la familia, es un miembro conspicuo de lo que las fuerzas conservadoras en el terreno social llaman “ideología de género”.
En cuanto al accionar de estos actores religiosos, llama mucho la atención su similitud en distintos contextos nacionales, con iniciativas y estrategias que se repiten a lo largo y ancho de América Latina; un claro ejemplo de esto es la proliferación de campañas tales como “A mis hijos no los tocan” (en el caso de Uruguay) o “Con mis hijos no te metas” en el caso de otros países de la región, las cuales reivindican el derecho de los padres de educar a sus hijos e hijas en su moral cristiana y confesional.
Como señala Michel Foucault, existen distintas instituciones cuyo rol es generar las condiciones que garanticen la continuidad del orden social; en este sentido las instituciones educativas, la academia y las iglesias juegan un rol fundamental. El poder se sustenta y reproduce en las bases de estas creencias, saberes y costumbres que lo habilitan. La Iglesia como institución que ostenta poder, en términos materiales y simbólicos en distintos terrenos, es un actor primordial en torno a la construcción de “verdad” (Foucault, M. 1979: 34) , y ve en el Estado (cristalizado en este caso en aprobación de leyes de la NAD) un “rival” que crea una narrativa distinta, e incluso antagónica en cuestiones fundamentales como lo son la sexualidad, las identidades de las personas, la concepción de familia y hasta los roles de género de hombres y mujeres. Como señala Foucault, el poder está imbricado con el entramado institucional y con las verdades que circulan por el mismo. Dándole un giro más gramsciano al análisis, sin la existencia de las instituciones sería más fácil derribar ideologías y crear otras, y de igual manera sin la ideología que sostiene las instituciones sería más fácil derribar a estas últimas. En definitiva, instituciones y verdad se complementan y sostienen mutuamente, por eso es entendible que, frente al cuestionamiento de factores ideológicos vinculados a los postulados hegemónicos de género, familia, etc., sea la iglesia uno de los principales (y primeros) actores en salir a atacar al feminismo y a la nueva agenda de derechos.
Lo que está en disputa entonces, es la construcción cultural del futuro en términos gramscianos. Se trata de dos modelos de sociedad, de familia, y de vínculos interpersonales en pugna: un modelo hegemónico, que podríamos llamar “conservador” ya que limita y coarta un conjunto de formas de ser y de estar en el mundo de los individuos y busca mantener el statu quo; y otro modelo contrahegemónico que rompe con el orden social previamente establecido y visibiliza –como dijimos anteriormente– lo que hasta el momento era sistemáticamente invisibilizado.
En este contexto es analíticamente significativo y políticamente llamativo cómo, en el caso uruguayo el discurso de la Iglesia Católica, con elementos “conservadores” (en los términos que venía exponiendo, en cuanto a la concepción de familia, de los vínculos entre las personas, de los cuerpos y el modelo de sociedad que representa), converge con el discurso de sectores del espectro político uruguayo históricamente “liberales” (en términos políticos y económicos), en torno al concepto de “ideología de género”.4
Aquí la acción en contra de un movimiento particular como el feminismo y sus ideas diversas y disidentes de la hegemonía establecida, es la que genera la unión entre dos corrientes de pensamiento en principio contrastantes. A grandes rasgos el único factor común aglutinador de ambas corrientes es el del conservadurismo ideológico, y la reacción contra lo nuevo.
Ravecca (2017) plantea cómo liberalismo y conservadurismo pueden ser ubicados –para propósitos analíticos– en un mismo espacio político: “En realidad «ideología de género» en tanto noción es propia de la mentalidad liberal para la cual si el Estado no interviene no hay poder y somos libres. La familia se ve como un espacio privado, neutro.” .
Si bien del párrafo anterior se desprende el carácter liberal del término ideología de género, se puede asumir que la misma lógica de pensamiento es aplicable para el caso de la Iglesia Católica. Es así que la misma, junto con aliados liberales del espectro político partidario, hablan en nombre de la libertad de culto y de crianza, mientras se condena a las minorías en nombre de la “imparcialidad” ideológica. Se les atribuye a las familias un rol básico, ya que en el caso de la Iglesia Católica es en ellas donde se reproducen los valores católicos, al igual que para los liberales es donde se ejerce la libertad individual que brinda el espacio privado, y donde la intervención estatal no es bienvenida.
Las reacciones antifeministas en general, y la de las iglesias en particular, surgen luego que se desnaturalizan los privilegios de género y que se cuestionan los dogmas religiosos y morales. Se le teme a la libertad, a la posibilidad de crear un orden social distinto, que indefectiblemente afectará la forma en que el poder está distribuido actualmente.
1 A continuación, enumero algunos de estos actores: 1. La iglesia Católica del Uruguay, a través de la Conferencia Episcopal del Uruguay (C.E.U.) -institución de carácter permanente-; su representante es Daniel Sturla (arzobispo de Montevideo, nombrado por el Papa Francisco en el año 2016). 2. El Pastor Jorge Márquez de la iglesia “Misión Vida para las Naciones” (fundador de “Hogares Beraca”). 3. Alvaro Dastugue (primer pastor y legislador por Sector Alianza Nacional del Partido Nacional, también pastor de la iglesia “Misión Vida”) 4. Gustavo Sylveira (dirigente del movimiento “Cristianos por Uruguay” perteneciente también a “Misión Vida para las Naciones”, es el primer movimiento político con representación legislativa que asume su carácter religioso)
2 Acrónimo usado para “Lesbiana, gay, bisexual y transgénero, intersexual, queer”.
3 Traducción personal; para consultar original ver Graff, Agnieszka (2016) ‘Gender Ideology’: Weak Concepts, Powerful Politics, en Religion and Gender, Vol. 6, no. 2, 268.
4 Para una clarificadora historia de cómo fue forjada la categoría «ideología de género» véase Maria das Dores Campos Machado (2016). Allí se revela, por ejemplo, que el concepto se hace público como título de un libro publicado por Jorge Scala, católico conservador argentino, en 2010, y al año siguiente traducido al portugués.