Agustín Mazzini
En estos días se ha generado un enorme revuelo en el debate político debido al siguiente fragmento del discurso de la compañera Graciela Villar en el plenario del Frente Amplio: “otra vez vuelve a ponerse sobre la mesa una opción entre oligarquía y pueblo. Nosotros defendemos y representamos al pueblo”.
No nos debe extrañar el revuelo que se ha armado, el Frente Amplio con los sucesivos ejercicios de gobierno ha adoptado un discurso más propio de un partido “catch all” que del gran frente anti oligárquico y anti imperialista que fue en sus comienzos.
El uso de los conceptos de oligarquía y pueblos además de generar el citado revuelo generaron algunas confusiones conceptuales. La fuente de estas entiendo que es doble, por un lado la falta de costumbre nos ha hecho olvidar el alcance de dichas categorías políticas, y el segundo es que los conceptos de pueblo y oligarquía surgen de la construcción política concreta, o sea, no son espacios políticos dados previamente.
Por estos motivos creo que en el presente debemos empezar a precisar ambos conceptos así como justificar la necesidad política de la construcción de un frente popular.
La oligarquía es el grupo social que históricamente ha detentado el poder político, económico y militar en nuestro país, compuesto básicamente por los dueños de los medios masivos de comunicación, la casta de la comandancia militar, los tenedores de tierras, los importadores y los representantes de la banca internacional, y sus intereses están estrechamente ligados a los del imperialismo. En Uruguay es muy común que haya grupos familiares que están vinculados a varios de estos sectores oligárquicos.
Por otro lado el pueblo está constituido por, pequeños y medianos industriales, productores rurales con pequeñas superficies y arrendadores, pequeños y medianos comerciantes, personal subalterno y trabajadores.
¿Por qué la oligarquía y el pueblo tienen intereses antagónicos?
Como vimos la oligarquía y el pueblo no son sectores políticos que se determinan a priori, ni uno puede buscarlos en un manual de política. Estos se determinan en la realidad concreta a través de la confrontación de sus intereses, que son antagónicos.
A nivel cultural y político la oligarquía busca conservar la estructura social jerárquica en la cual son los ganadores. Todo cambio cultural o político por mínimo que parezca amenazar a este orden, debe ser combatido.
Por otro lado existen en el seno del pueblo diferentes realidades que deben ser articuladas políticamente generando así permanentes impulsos transformadores de la realidad cultural y política.
Históricamente se ha dividido la economía en tres grandes sectores, el primario vinculado a la extracción de materias primas, el secundario fundamentalmente basado en la producción de bienes materiales a través de la transformación de las materias primas provenientes de los recursos naturales y el sector terciario vinculados a los servicios. Si bien el desarrollo tecnológico ha hecho que las fronteras entre estos sectores se vuelvan más difusas, también es verdad que existen sectores de la economía que sin carecer de las otras componentes son más intensivos en recursos naturales (primarios), en capital (secundarios) y en trabajo (terciarios).
A nivel económico las oligarquías vernáculas encuentran su poder en ser los ganadores locales en unas relaciones de intercambio a nivel internacional basadas en la división internacional del trabajo y en lo que los economistas liberales llaman ventajas comparativas. Existen países que cuentan con más recursos naturales, otros con más mano de obra y otros con más capital. Buscan profundizar las exportaciones «tradicionales» intensivas en materias primas y evitar obstáculos a las importaciones de bienes de uso y capital.
Las economías basadas solamente en la extracción de recursos naturales además de ser poco intensivas en trabajo tiene fuertes limitaciones en el aumento de la productividad en comparación con otras políticas basadas en el desarrollo industrial y la investigación y desarrollo. Por lo que en general generan mucha concentración de la riqueza y un rezago en el aumento de la productividad.
Por lo tanto la oligarquía y el pueblo tienen dos proyectos políticos, culturales y económicos antagónicos, el primero es conservador y jerárquico y el segundo es progresista y articulado.
¿Y el 2019?
Pese a algunos avances del proyecto progresista en nuestro país, los sectores oligárquicos siguen detentando gran parte del poder político, económico y militar. Los intereses antagónicos siguen existiendo pero estos no pueden ser representados explícitamente por los representantes políticos, por eso buscan ocultarlos bajo los discursos anti políticos de la gestión. Con la falsa utopía de que un mundo sin política es un mundo sin los intereses contrapuestos que en ella se expresan, podemos recordar como ejemplo la frase del otrora periodista militante liberal, hoy político Gerardo Sotelo: «La división entre oligarquía y pueblo solo existe en personas con ideologías totalitarias». Los peligros de estos discursos anti políticos ya los hemos analizado.
En octubre la ciudadanía deberá elegir entonces entre dos proyectos de país antagónicos uno popular y progresista, representado principalmente por el Frente Amplio y otro de claro tinte oligárquico representados por los partidos tradicionales liderados por el herrerismo.