Dos libros de Chela Fontora por Mariana Mota

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@mateamargouy

Mariana Mota

Nélida -Chela- Fontora es del interior profundo, del norte del país. Creció en una familia muy humilde y, como tantos de su condición, se vinculó tempranamente al trabajo para sobrevivir. Chela es mujer, madre, cañera, militante, dirigente, guerrillera, presa política, liberada y escritora. Y siempre, durante todos esos años pasados y los que transita, profundamente humanista, solidaria, definiéndose como integrante de un colectivo que se construye continuamente, con las nuevas generaciones que abrazan las mismas ideas, un colectivo presente siempre a través de lo plural de su pensamiento y que se exterioriza cuando habla de su vida, las luchas y los ideales que la guiaron.

Los libros “Mas allá de la Ignorancia” y “La llama no se apaga” recorren la vida de Chela y sus circunstancias, aquellas que, decía Ortega y Gasset, configuran la existencia y las acciones que en ella se desarrollan.

Es necesario leer ambos libros para poder tener una idea -aproximada porque las situaciones extremas que relata son difíciles de transferir en palabras- de lo que ha transitado Chela a lo largo de su vida.

La narrativa se desarrolla considerando frecuentemente la situación del país, de su comunidad, de su familia, de sus compañeros de lucha, permitiendo conocer como se ha construido el pensamiento y el accionar de esta luchadora incansable.

Nacer y vivir en un contexto fuertemente marcado por las desigualdades de clase, dibujado por la pobreza extrema y la falta de oportunidades, la exclusión de los derechos más fundamentales vivida por toda la comunidad durante generaciones, es descripto con palabras sencillas que hacen aún más cruda esa realidad adversa.

Crecer en un sector de la población, como lo fue en la década del 60, la población rural pero también la de las pequeñas poblaciones circundantes y dependientes de la producción agropecuaria, hace imaginar un destino sin posibilidades de cambio, condenados a continuar alimentando la explotación del hombre por el hombre, perpetuando un sistema de inequidades. Pero la miseria, cuando se verifica en un hogar de fuertes principios, puede desarrollar fuerzas de cambio que se templan al fuego de las adversidades y las hacen imposibles de derrotar. Esto fue lo que significó el entorno familiar de Chela, un padre del que recibió la enseñanza de que la dignidad no claudica ante la pobreza y mantiene indemne el derecho a reclamar y pelear por una vida mejor.

Las primeras experiencias sindicales marcaron su incipiente adolescencia y llegó tempranamente al mundo de las jornadas laborales interminables, en condiciones extremas, peregrinando continuamente de una zafra a otra para alcanzar ese salario siempre mínimo que convertía, la posibilidad de salir de la pobreza, en un objetivo inalcanzable.

La vida de los cañeros y las exigencias patronales llevaban al límite de las fuerzas a sus trabajadores y las secuelas físicas permanentes eran comunes, también el hambre y la desnutrición que sufrían en forma más grave los niños llegando en algún caso a la muerte. En ese escenario de violentos contrastes, donde la ganancia se acrecentaba a costa de la explotación, fueron forjándose las ideas colectivas, el reclamo de tierra para quien la trabaja, la exigencia de condiciones dignas de vida.

La organización de los trabajadores, las marchas cañeras, la persecución y la cárcel pasan por el relato de Chela acompañado por el constante descubrimiento y homenaje a otras mujeres y hombres que conformaron y conforman ese colectivo que desborda el de la organización política en sí misma para definir un tipo de sociedad sin opresores ni oprimidos.

La vida personal transcurre intervenida continuamente por las responsabilidades de la militancia y Chela narra, en ambos libros, los sacrificios que asumió consciente de las renuncias que estas decisiones implicaban para sus afectos mas cercanos.

La persecución, la cárcel, la convivencia con las demás reclusas, la fuga, todo transcurre signado por riesgos extremos, pero con un accionar sostenido con convicciones muy firmes y con un profundo afecto hacia los demás integrantes de la organización con quienes participó de acciones donde la vida y la muerte eran una variable cotidiana.

La cárcel también fue un lugar que, al tiempo de vivir las expresiones más aberrantes de la conducta humana, la tortura, el encierro, la deshumanización deliberada de los represores, permitió consolidar las ideas que sostuvieron la lucha, profundizar los vínculos con las demás presas unidas estrechamente por vivencias muy extremas.

El encierro no impidió que hubiera un lugar para el aprendizaje y es constante el agradecimiento por estos espacios de crecimiento personal y de homenaje a quienes atribuye acciones, gestos, palabras que le permitieron sostenerse durante la prisión.

La tortura se aborda como mecanismo de destrucción de la persona donde los represores son la cara visible de ese sistema contra el cual ha luchado. No obstante distingue al soldado al que identifica como de su mismo origen y donde encuentra en algunas ocasiones gestos de solidaridad en ese trozo de chocolate que le da alguien luego de una sesión de tortura para que pudiera resistir, o cuando desde ese mismo bajo rango militar, se niegan a acatar la orden superior de abusar de ella.

Esta distinción entre quienes son explotados y quienes deciden sus destinos está presente en todo el relato y es ocasión para reafirmar sus ideales y replantear sus luchas. Expresa al respecto que su vida ha sido una pelea constante por sus orígenes, por su pueblo, por su gente, por el orgullo de ser quien es, y por ser hija de quien fue. Esta fortaleza de saberse perteneciente a una clase social oprimida, pero con conciencia social y en lucha por sus derechos es la que la mantuvo en pie ante las vivencias extremas que tuvo que afrontar, afirmando “nunca dejé que la tristeza ganara mi experiencia”.

La esperada libertad, dimensionada desde la cárcel, solo tiene sentido si es compartida con todos los demás presos marcando una vez mas su indisoluble vínculo con lo colectivo.

Recuperar la libertad, reencontrarse con el pueblo, con su familia, saber los cambios que se han dado y situarse desde estos para continuar con su militancia. Pero también, desde el momento de la liberación, se suma a la lucha porque se conozca los horrores ocurridos en dictadura, su reclamo de justicia, de memoria y de reparación a las víctimas.

La narrativa de ambos libros nos permite asomarnos a la historia de vida de una mujer que muestra una fuerte convicción en la justicia de los postulados por los que luchó con enorme coraje y por los que sigue dando batalla. Dice en un pasaje del libro: “el ser dirigente es un momento, el ser militante puede y debe ser toda la vida. Así me sentí y me siento hoy. Nunca me importó, ni me importa, ser dirigente. Mi compromiso es con las ideas, es ser consciente que falta mucho todavía, que mientras exista pobreza, diferencia siempre habrá.”

Para descargar los libros:

Nélida Chela Fontora – 2018 – La llama no se apaga

Nélida Chela Fontora – 1989 – Mas allá de la ignorancia

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