Ricardo Pose
Dice alguna definición por ahí sobre barbarie: “Actitud de la persona o grupo que actúan fuera de las normas de cultura, en especial de carácter ético, y son salvajes, crueles o faltos de compasión hacia la vida o la dignidad de los demás. Estado de incultura que padece una persona o un grupo”.
Para poder comprender el término incultura, utilizado en éstas definiciones, que sería carente o falto de la misma, deberíamos, por milésima vez, definir nuestro concepto de Cultura.
En primer lugar, cultura y educación no es lo mismo, aunque tercamente uno de nuestros ministerios se designe así.
La educación en todo caso, es un conjunto de pautas culturales de una sociedad, y que en función de esos parámetros, define una persona educada de una mal educada.
Pero en las personas que creemos, se cataloga de mal educadas, hay pautas culturales.
Hasta no hace mucho, nuestros trabajadores rurales por poner un ejemplo, tenían una escasa o nula, formación en la educación pública, pero poseían la cultura del trabajo rural.
En el campo del arte, en la arena de la música, abundan los ejemplos; la cultura popular de personas no educadas en las academias o universidades musicales, y los músicos académicos incapaces de reproducir los ritmos de las culturas populares.
Como la definición no habla de educación, concordamos con esa definición tan generalizada sobre lo cultural.
Si bien la barbarie, refería a las actitudes de los pueblos Bárbaros, aquellos pueblos que vivían alejados de las grandes megalópolis, fueran estos los Mexicas o los romanos, y esos pueblos eran considerados inferiores, ésta definición bien podría calzar, para las actitudes de los integrantes de algunas clases sociales.
La cultura de la tolerancia y los equilibrios, herencia de la ideología del primer batillismo, conocida popularmente como los amortiguadores batillistas, fueron avasallados por posturas políticas, rayanas con lo Bárbaro.
Fue por allá a mitad del siglo pasado que el Ruralismo encontró en la figura de Benito Nardone, alias Chicotazo (ya la designación nos remonta a una práctica salvaje del uso y abuso de poder) la consolidación del Herrerismo más rancio y duro, el que hacia olas al eje durante la segunda guerra mundial y admiraba al Caudillo, el generalísimo Francisco Franco.
Basó su poder en las masas rurales, donde intereses de terratenientes y estancieros, una vez más como desde la época de Aparicio, se confundía con la suerte de los dependientes y laburantes de las estancias cimarronas, y los pueblos de ratas.
Marchaban en contra de la industrialización del gobierno de Luis Batlle, y se enfrentaba a la cultura de progreso y desarrollo del país, una cultura ruralista de los dueños de los alambrados.
De allí surgieron algunos nefastos personajes como el General Aguerrondo, de quienes por abolengo y concepción, Luis Lacalle Pou, es el actual y mejor representante.
Otra barra que se llevó puesta la cultura republicana y democrática, al decir de la definición: salvajes, crueles o faltos de compasión hacia la vida o la dignidad de los demás, fueron los civiles y militares que terminaron de dar su golpe de estado en junio 1973.
Banqueros, terratenientes, exportadores, empresarios del gran comercio y el agro, conspiradores en los casinos de oficiales de la policía y las Fuerzas Armadas, se abroquelaron para terminar de patear lo poco que quedaba de la ex suiza de América.
Cabildo Abierto, nicho de la ultra derecha uruguaya agazapada en los partidos tradicionales primero, y el ex comandante Manini Ríos, que representaba los intereses de la oficialidad y no de las tropas militares, son los encargados de continuar aquellas obras nacidas en 1973.
La apología al artiguismo de Manini, código interno de la logia Tenientes de Artigas, rememora aquellos años de la Orientalidad y festividades, repatriación de restos mediante, al padre de la patria.
Como en todos los procesos sociales, siempre hallaremos a integrantes de los sectores humildes de nuestro pueblo, a los clase media que se cree alta, a los lumpenes, enredados en los intereses de los oligarcas.
La cultura del mercado viene de la mano de la Barbarie; le es funcional y podríamos decir que incluso, es la súper estructura política y cultural de los bárbaros.
Es la cultura del uso y tire, es la cultura no de la diversión sino de la distracción, es la cultura de la realización como seres humanos y ciudadanos, sino de toda la fama y la gloria, aunque la vivas, cinco minutos y nada más.
Una mujer de fenotipo tan aristócrata como Jeanine Añez, auto ungida presidente de Bolivia, conjuga sus intereses con elementos lúmpenes de la ultra derecha, organizados en bandas de motoqueros que siembran terror y muerte en las calles.
Un pituco como Luis Lacalle, un adusto ex comandante como Manini, encuadran en el elemento lumpen que rapiña en las calles, integra la banda de narcos o se amotinan en las cárceles, a días de las elecciones.
El avance entonces de los porta estandartes de la barbarie, avanza en la región; solo así se puede entender el discurso de Bolsonaro, o la presencia contundente y emergente de Manini en Uruguay.
Es la cultura bárbara de la mujer objeto, del niño-niña como propiedad, del laburante concebido como el portador de la oferta de la fuerza de trabajo, de los rendimientos de sus músculos y sangre, pero nunca de su cerebro, de los jóvenes exponiendo el cuero para repartir en menos tiempo y a menos costos para la empresa.
Así que una vez más, esta lucha electoral, es política y profundamente cultural; los dos modelos de país que están en juego, también hablan de las culturas de convivencia que están en pugna.
Este 24 de noviembre es una elección política que es un punto de inflexión en el Uruguay.
Apelar a nuestra cultura de resistencia una vez mas, es retomar nuestras mejores pautas culturales.