Mate Internacionales
Todo lo que se cree conocer de Venezuela queda en duda cuando se conoce la Venezuela cotidiana. Esa Venezuela palpable, que lejos está del país oscuro y en ruinas que se genera de afuera.
No es esta nota un afán por desmontar ninguna imagen, sino la de mostrar otra, no por oposición sino por ser el país que se vive día a día.
En el centro de Caracas, cerca de la estación de metro de Bellas Artes y a pasos del Teatro Teresa Carreño, se ubica una de las unidades de las huertas urbanas de Caracas. La misma llama la atención por la ubicación y por la geométrica disposición de los cultivos. Convive con un gran hotel y oficinas públicas. La puerta está abierta, y no hay quien se niegue a la pregunta.
En casi una hectárea, se desarrolla una de las tantas huertas urbanas piloto de un programa del Ministerio de Agricultura Urbana. Ya de por sí mantener el volumen de plantación combinada no parece sencillo, aunque esto es sólo una parte del trabajo.
Allí Kevin Damas y su equipo llevan adelante una producción agroecológica como gran objetivo, y que de camino lleva la misión de cumplir otros tantos objetivos sociales.
Parte fundamental de la huerta son los jóvenes y adolescentes que integran el programa “Jóvenes de barrio” que trabaja con la juventud más vulnerable.
Con mucho énfasis en este programa Kevin cuenta que lograron reinsertar a más de 70 jóvenes en esta huerta, que al principio lograron establecerlos como un grupo en torno al trabajo con la tierra para luego comenzar un proceso de escolarización según el grado en el que habían desertado de su trayectoria educativa. Para ello tomaron un piso del ministerio y se les asignaron profesores de la Misión Robinson (programa de escolarización que implementó Chávez). Al día de hoy, ya más de la mitad ha retomado los estudios.
El trabajo en la huerta es la posibilidad de estos jóvenes de reinsertarse en la sociedad, pero es el primer paso, el proyecto fue un poco más allá y en el entorno de la avenida lindera, se pueden ver unos puestos productivos llamados “pa esa” , donde el mismo plan busca formarlos para el trabajo y la organización. Los puestos ofrecen distintos alimentos de elaboración propia y con parte de los productos generados en la huerta. Por las tardes los jóvenes venden sus elaboraciones. El trabajo es completo y la tarea de Kevin por momentos parece la de una agrónomo y por momentos la de un trabajador social, pasa su día planificando para cada joven que logra escolarizar, en cada puesto productivo, y en cada meta de producción.
¿Cómo se mantiene entonces una hectárea de producción intensiva agroecológica y con gran volumen de producción?
Algunas claves se pueden ver: primero la eficiencia agroecológica en la combinación de cultivos, segundo y muy importante la disponibilidad de agua obtenida a través de un convenio con una institución pública cercana que les abastece, tercero y fundamental: La Milicia.
La Milicia es inimaginable para la idea de milicia que puede tener cualquiera que no conozca Venezuela: los pensionados jubilados, y aquellas personas que cualquier sociedad occidental visualiza como una “carga económica”, en Caracas se transforma en Milicia. La milicia naturalmente tiene una función de guerra, es el esquema tradicional de apoyo a los ejércitos regulares. En Vietnam desarrollaron otro concepto de guerra, “guerra de pueblo” donde todos tienen o pueden tener una función en el escenario político y militar que sea, así pues como los milicianos en Vietnam, Venezuela desarrolla su propia milicia.
La Sargento Josefina Castro de 72 años es la responsable del grupo que trabaja todos los días del año en la organización y mantenimiento, diría Kevin “sin esta mujer regando todos los días no se qué sería de esto”. Mientras regaban, y cosechaban las semillas de invernadero el grupo de milicianos contaba su rol y función, un tarea en clave de guerra alimentaria, de gente común y corriente tomando sus propias decisiones y siendo parte de la solución.
La huerta urbana “Bolivar 1” tiene como objetivo proveer de algunos cultivos principales a los edificios del entorno, se incorporarán las cosechas al CLAP, el sistema de alimentación que llega cada 15 días o un mes a cada hogar según la zona. Tienen proyectado cultivar las plantas ornamentales que van a parar a los edificios públicos como parte de sustentar el proyecto. También genera una primera experiencia laboral, un espacio de reinserción para jóvenes que deriva en la educación, y también de socialización del tiempo de un grupo de veteranos milicianos.
Con mucha dedicación no son pocas las personas construyendo otra cosa en Caracas, basta con acercarse a conocerlas. En muchos proyectos e iniciativas está la otra Venezuela. Consultados los participantes de la “Bolivar 1”, nos dejan claro que no son los únicos y que Venezuela está llena de experiencias que “no persiguen el metálico”.
La crítica y la autocrítica también es palpable en Caracas, el principal boikot contra el proceso chavista es que las cosas no funcionen, pero curiosamente no hay que recorrer mucho para encontrar gente comprometida socialmente, solucionando, recreando alternativas a lo que falta o creando lo que nunca hubo. Están a la orden del día y asumen las circunstancias como protagonistas.
La voluntad de transformación profunda hoy es patrimonio de miles.