Volver al campito

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@mateamargouy

Carlos Pereira Das Neves

La pelota en el piso, la pelota volando

achicando la cancha y agrandando,

por la misma, siempre por la misma

y cambiando, cambiando.

Jorge Lazaroff

Ese lugar donde el clima nunca incidía, ni las leyes. Y a pesar de que -ante la ausencia de un marco- todo valía, sobrevolaba un orden implícito que te hacía pensar dos veces antes de pegar una patada o pizarrear.

Todos hemos escuchado hablar de ese lugar. La masividad mediática argentina ha querido que lo conozcamos como potrero, acotándolo a la esfera romántica de la pobreza, de la que podemos escapar con un golpe de suerte o peleándola “desde abajo” y generando la falsa idea de que cualquiera podría.

En el Uruguay de los barrios es el campito, puede tener pasto y puede que no, puede tener espectadores y puede que no. Lo que no puede tener es juez, nadie a quien protestarle exagerando el tamaño del golpe ni cuestionar si la pelota pasó cerca o pasó lejos.

La pelota pasó, la pelota pasa y los jueces somos todos.

La imparcialidad del VAR

En política -como en la ciencia o como en el campito- existe el consenso, el paradigma y el “no seas malo”. Un acuerdo, siempre discutible y en movimiento, sobre los márgenes de lo habilitado. Cuánto más gente lo considere, más fuerza suele tener. No son verdades, no deberían ser, son entendimientos.

La tecnología y su pretendida búsqueda de justicia, que desgrana los hechos en segmentos, todavía no sabe jerarquizarlos por sus propios medios, necesita los análisis posteriores, las discusiones y el acuerdo. Cómo llegar a un punto en común sigue -seguirá- siendo la tarea, no lo conseguiremos ni mirando 100 veces la misma repetición en la misma pantalla, tendremos que ir a buscarlo.

Con los resultados a la vista intentaremos una reflexión, un balance del año que se va, del proceso que termina y marca la pauta de lo que vendrá. Dependerá de nosotros, de nuestra capacidad de ver posibilidad en la dificultad o, en cambio, tener la libreta de facturas pronta para colgársela al primero que se nos acerque. Humildad en la mirada para evitar volver a no ver todas las señales que la realidad nos desliza, o acomodarnos a algún análisis ajeno que por un momento nos cuadre.

Jugar siempre de local

Siempre se pueden elegir las condiciones, porque las mismas también se pueden modificar si actuamos correcta y planificadamente sobre ellas. Son nuestras elecciones las que transforman las condiciones en condicionantes, nadie más que nosotros elige dónde juega, con quién y bajo qué reglas.

El rival juega siempre y siempre quiere sacar provecho de sus capacidades. Lo quiso en todas las oportunidades en que el Frente Amplio se planteó repetir gobierno y recién lo vino a conseguir en la tercera, la vencida.

Estábamos pateando muy lejos del estadio, nos vinimos a dar cuenta cuando ya quedaban pocas entradas, y encima nos pusimos a inventar canciones de barra brava cuando el partido indicaba que había que elaborar jugadas. Hasta la hinchada más fiel se va antes de la cancha cuando la entrega brilla por su ausencia y las individualidades se preocupan más por las fotos que por sacar el partido adelante.

La revancha es en mayo

Es un juego interminable, impredecible, pero tiene algunos trucos que son del conocimiento de todos: el grupo de amigos, la familia, los compañeros de clase o del trabajo, los vecinos en el barrio. Lugares que creíamos seguros mientras nos aventurábamos a disputar el poder de la opinión pública, que nunca fue nuestro, ni siquiera cuando veníamos viento en popa.

Volver al barrio, al campito, a las discusiones de bares o de mates. Territorializar la política, cotidianizarla, volverla un lugar común. Que sea una herramienta que nos hermane con los que tenemos más cerca en lugar de una ventana con la que pretendemos diferenciarnos, acercar el lenguaje y las opiniones en lugar de volvernos inalcanzables de palabras y conceptos hasta quedarnos debatiendo con el eco.

Dejar las moñas de lado, construir paredes, la victoria será colectiva o no será.

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