Sebastián Vazquez
Sin entrar en detalles sobre cuestiones médicas y biológicas, el coronavirus, como tantas enfermedades pone al conjunto social entre la vida y la muerte.
Como se ha explicado en tantos reenvíos de whatsapp, es otro virus vinculado a animales que recae sobre el ser humano, como el SARS, el ébola, la gripe aviar, porcina o VIH, u otras enfermedades que utilizan seres vivos como transmisores, por nombrar una: el dengue.
La potencia de este virus, es que se volvió uno de los más paralizantes de los últimos tiempos. Aunque hasta ahora la curva de mortalidad no es significativa en comparación con los antecedentes más próximos y no parece que vaya a cambiar.
Lo que sucede es que es un virus que se adapta a la perfección a los tomadores de decisión del mundo. Se esparce a gran velocidad porque “mata poco”, se transmite de persona a persona muy fácil y su baja letalidad con su demora para manifestarse, combinan características que se adaptan muy bien al mundo del poder real. Incluso se adapta mejor que a otros estamentos sociales, porque se encuentran en grupos de riesgo de contagio quienes viajan o están en contacto con ciudadanos cosmopolitas, y riesgo de muerte quienes sean mayores de 65 años.
Si sos una persona pobre, en el mundo actual estés o no estés en el grupo de riesgo biológico probablemente vayas a cruzarte con la misma gente todos los días, no tengas muchas oportunidades de viajar si es que tenés alguna y no vas a ser el primer grupo que se contagie, mucho más aún si vivís en un país dependiente donde el selecto grupo de ciudadanos globales conectados con los mercados que toman las decisiones día a día, tiene poco contacto cotidiano con sus conciudadanos de nacimiento.
Esto no quita que los pobres probablemente aunque les demore más en llegar el virus, cuando llegue será peor y con consecuencias sentidas, como pasa con todos los virus y catástrofes. Además de que cuando todo pase, el capital busque pasarle la factura a quienes siempre la pagan sin comprometer las ganancias de los capitales sobrevivientes.
Este virus, entonces, logra algo que parecía imposible: parar al mundo, al sistema financiero “ el sistema que no duerme”, parar la producción de bienes sencillamente porque puso en jaque a quienes nunca estaban en jaque. Lo devastador de un virus con una tasa de mortalidad más baja que las enfermedades cotidianas de los países pobres, no es su facilidad de contagio, sino su capacidad de camuflarse, infiltrarse en los selectos grupos del poder real global y moverse a su ritmo. Lo neurálgico de esta situación es la capacidad verdaderamente democrática de este virus. A diferencia de las guerras, los desastres ambientales y la gran mayoría de enfermedades virales y de transmisión, es que rompe la inmunidad social que tienen los sectores dominantes.
Si los sistemas de gobernanza global logran erradicar al coronavirus, va a tener muy difícil la explicación de porque no erradicó otras enfermedades menos contagiosas, más letales y más fáciles de erradicar.
El hecho de que la ciudadanía subalterna entienda cuestionable los mensajes a la colaboración porque “todos estamos en este barco” además de lógico, es casi un reflejo al cinismo que va cargado en ese mensaje. Como si algunos centros de poder entiendan que precisan a todos por primera vez (y como si no se los precisara a ellos todos los demás días!!). Incluso precisan a toda esa población que diariamente no está en el barco de las comodidades ni de la inmunidad social frente a las calamidades que vive cotidianamente, deben estar devastados. Cuando un gobernante, una multinacional o un banco exhorta a colaborar a frenar la pandemia, porque en esta “estamos todos” está diciendo que por primera vez entiende que comparte mundo con un montón de personas y que ahora también por primera vez precisa de su solidaridad, así sea que desarrollen su vida en la periferia de una ciudad o en la avenida central donde venden algo informalmente. Debe ser la primera vez que escucharemos mensajes de bancos y multinacionales decir algo social con sinceridad. Y probablemente la última.
Entonces al debate de los filósofos actuales, ¿este virus nos va a matar como sociedad y aislar o nos va a llevar a o un comunismo renovado?
Pues probablemente no pase nada, porque es bastante cuestionable que este virus nos aísle como trabajadores o pobres del mundo. De nuevo una crisis global está arruinando económicamente a varias economías, que como todas las crisis que sufrimos cada unos pocos años los pobres que sean abandonados por los gobiernos van a pagar la factura de los costos que están afrontando algunas ramas de los grandes capitales. Pero más que aislados pasamos a estar en contacto con los vecinos que no tenemos oportunidad nunca, a repasar los vínculos de amistad y familiares aunque sea digitalmente. Salir de la vorágine de sobrevivencia que nos ata al sistema y pasar a sobrevivir aunque sea temporalmente de otra forma. Nos permite hablar entre nosotros a la velocidad que queramos. Incluso las redes de solidaridad y el tejido social que resiste a la desatención de las consecuencias económicas tiene una tremenda oportunidad de recomponerse.
También nos pone como protagonistas, porque a diferencia de todos las otras pandemias, como la degradación ambiental, la desigualdad o las guerras, los tomadores de decisión del globo no nos sugieren pequeñas acciones para hacernos parte del problema, no tienen que esconder sus decisiones, ni tienen conspiradores a los que perseguir, hoy si dependen del acatamiento global para salir de la crisis en la que están.
¿Que discusiones están resurgiendo? Una evidente es el rol de los Estados. Las formas de organización de la civilización actual. Los Estados que estén más presentes están afrontando con mejor capacidad que los espacios territoriales controlados por Estados con mayor vocación por facilitar la economía de mercado. Los Gobiernos tienen que hacer conferencias, porque siguen siendo a la luz de todos los responsables o “responsables” por el devenir social, las multinacionales no.
Hasta en el discurso, las economías locales, víctimas cotidianas de los tanques transnacionales se vuelven del lado del oprimido y ven como las transnacionales se concentran y aprovechan la oportunidad. Por todos lados se reafirma la necesidad de los Estados como escudo de la sociedad y de los débiles, muchos, muchísimos más pasaron al bando de los débiles. Los gobiernos que minimizan la situación o no muestren suficiente voluntad de ponerse del lado de los doblemente castigados van a verse cuestionados por grandes mayorías que en esta oportunidad se entienden del mismo lado.
Es una preciosa oportunidad para pensar cuantas decisiones participamos y tomamos en el mundo de la política, la administración común de una sociedad y cuantas estamos relegando al mundo de las empresas transnacionales. Es verdad que están parando las movilizaciones en todo el mundo, pero que en Francia se hable de estatización de servicios esenciales es una victoria mega acelerada de los chalecos amarillos si se aprovecha.
Toda crisis es una oportunidad y eso no es una novedad, la novedad es que en esta crisis sanitaria – económica, el mundo globalizado depende de pequeñas acciones y básicamente de los que nunca depende, el virus no hace la revolución, pero si que nos puede mostrar algunas luces, la realidad se vuelve más palpable y por tanto las contradicciones del mundo globalizado quedan en evidencia.
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