Guillermo Chifflet
Publicado en Mate Amargo, jueves 4 de mayo de 1989
Le di más de un sentido, después, a una frase de Eleuterio: aquello de que la noticia de la muerte de Raúl llegó cuando todavía no habíamos terminado de dormir. Al escuchar, cuando encendí la radio, que Canalda informaba cómo lo recordaría siempre, en qué actitudes de diálogo con la gente, caí en la realidad.
Y la emoción me fue reencontrando, como a tantos compañeros, con los recuerdos.
Primero nos llega la memoria de su alegría. Algunos recuerdos nos llevan a otros tiempos.
Desde muchacho Raúl era capaz de traer a tierra -con una broma- hasta la discusión más encendida. O de conformar -como un sindicato- ruedas de alegría.
Un atardecer llegué a la pieza de la Juventud, en Casa del Pueblo, donde teníamos reunión. Antes de entrar sentí que Dorina protestaba, incrédula: «Este está loco, decía. ¡Mire si a Prometeo lo van a poner allí” Raúl había visto al monumento, recién instalado, de Prometeo Encadenado, pero a Dorina -que sospechaba otra broma de Sendic- le resultaba insólito, y no le creía.
En cuanto entré, Raúl me puso de testigo:
Che, Flaco – dijo – explícale vos a Dorina. ¿ Verdad
que ese gaucho que está tumbao, allí, en Agraciada y La
Paz, al que se lo está comiendo un carancho, es Prometeo Encadenado?”
Terminó la frase a las risas -en medio del regocijo de todos – festejando aquella primera y única versión rural de Prometeo Encadenado.
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Algunos sábados de invierno, por la noche, al terminar la reunión de Juventudes, íbamos en grupo a comer algo a una fonda vieja que había en Ejido. Raúl pedía sopa, que recomendaba: “Aquí es muy buena y lo más barato”. Todos sabíamos que los fondos que Sendic reunía, moneda a moneda, entre todos nosotros, no daban más que para eso, o para un plato a cada uno. El momento resultaba, así, más que una cena, una charla alegre, prolongación de la fraternidad, los proyectos y sueños de la sesión de Juventudes.
Al final, Sendic pedía la cuenta. Las voces bajaban y todos seguíamos con cierta expectativa su diálogo -aquel rito final- con el mozo. Después, casi siempre con su amplia sonrisa y entre las bromas de todos, Raúl anunciaba: «Sobró tanto, para los fondos de la Juventud”.
Había encontrado el camino de “hacer finanzas” hasta en esos detalles.
* * *
No había solemnidad posible, ni riesgo de intelectualismo, en su presencia. No se porqué, una noche que caminábamos seis o siete compañeros de la Juventud, por la Rambla, Dorina comenzó a discutir con otro compañero. El tema era insólito para tanta pasión, pero la discusión crecía. Dorina afirmaba que no hay idioma más rico que el castellano; sumaba ejemplos, argumentos, y subía cada vez más el tono de voz.
De pronto, Sendic terció:
— No, Dorina, no tenés razón.
— Vos ¿qué te metés?. ¿Por qué no tengo razón?
— Te lo pruebo. Si yo ahora te dijera: Dorina, ¿venís a nadar conmigo?, vos tendrías que contestarme: “No, yo no nado nada porque no traje traje”. ¿Eso es un idioma rico?
Las risas de todos despejaron aquel debate “intelectual”.
* * *
En el ‘54, el imperialismo ahogaba en sangre el amanecer de la revolución guatemalteca. En el Partido se afirmaría la tercera posición. Juventudes había sostenido un debate interno -mutuamente respetuoso pero duro- en el Comité Ejecutivo del Partido, a propósito de algunos artículos de El Sol. Se discrepaba fundamentalmente con el tono de los primeros, que parecían más aconsejar o reprochar, que condenar severamente el crimen, como era el propósito común.
Cuando finalmente se produjo la invasión de los mercenarios dirigidos por Castillo Armas, la FEUU y sectores populares salieron a la calle. Frente a la Embajada de Estados Unidos, entonces en Agraciada y Mercedes, piquetes de la Guardia Republicana arremetieron contra la manifestación.
En un momento, sobre Colonia y Agraciada, nos encontramos Sendic, Vítale, Salgueiro y uno o dos compañeros más, con un integrante de la dirección del Partido que había participado -días atrás- en la discusión del Ejecutivo.
Indignado ante la salvajada de la Guardia, que golpeaba con saña, lanzó un insulto contra la policía. Sendic, a su lado, dijo: «¿ Ve? Si estuviera en la línea de El Sol tendría que gritar como yo”. Y sin perder su humor, enmedio de aquella baraúnda infernal, llevando una mano
al costado de su boca gritó: «¡No hagan esoo”
Recuerdo que el Taño y Salgueiro no podían correr, de la risa.
* * *
El día antes de su partida para París, fui a saludarlo. Temprano, porque Raúl, como todos sus hermanos, era amigo del amanecer. Con Julita habíamos registrado, desde días atrás, las preocupaciones de Xenia, la compañera de Raúl. Pero sólo la angustia de Xenia me llevó
a blasfemar, con prudencia: “No puede ser. Justo ahora, que había vuelto a la vida. Será cosa de pensar que Dios está con la patronal, o que se la pasa sentado. O será nomás que uno no lo debe entender, para entenderlo, bromeamos con un compañero de la radio.
Aquella mañana, cuando llegué, Sendic estaba trabajando en la computadora. No lo encontré más delgado, como me había parecido días atrás. No le noté mayores dificultades al hablar. Los juicios eran sobrios, precisos, como siempre. Me interrogaba con los ojos, cuando dijo, al hablar del referéndum: «Perdemos. Aunque en Montevideo se gana, y la gente, en general, ha avanzado
mucho”. Hablamos de varias cosas, de la situación política, recordamos amigos. A esas horas -supe después- no se sentía cansado. En los ojos, en la frente, sólo un síntoma me hacía pensar que pudiera tener algo: era como si la enfermedad hubiera comenzado por robarle la alegría. Hoy recuerdo que días antes de su partida hizo una afirmación -que me sonótriste y esperanzada a la vez- refiriéndose a su Movimiento y a los compañeros: “ Los pueblos no suelen olvidar a los precursores”.
* * *
Recuerdo cuando lo pude ver, por primera vez, después de su salida de la prisión. Eran los últimos días de verano. Por esos días, Montevideo se llenó de abrazos. La alegría de la liberación de los presos y su reencuentro con familiares y amigos, que había estallado poco antes, cerca del Penal de Libertad, sobre el campo y la carretera, ahora se repetía frente a la Jefatura. Las primeras en salir -en una camioneta policial que partió velozmente-fueron las últimas liberadas del campo de
Punta Rieles: Nélida Fontora, Graciela Jorge, Alba Antúnez, Berta Aguirre y Elena Vasilskis. Detrás corría otra camioneta con las pertenencias de todas. Cerró la marcha una tercera, totalmente cerrada. Casi una hora después, en camiones celulares, salieron los últimos presos. Pero Sendic no fue visto.
Por la noche, en la primera conferencia de prensa de los sobrevivientes del MLN que habían sido considerados rehenes por la dictadura, Eleuterio Fernández Huidobro leyó una carta de Sendic: «Ustedes dirán que soy un ingrato, que soy un desagradecido por no venir al encuentro de ustedes después que tanto han hecho por liberarnos; pero es que ni siquiera puedo hablar en forma que me entiendan, pronunciar bien las palabras”.
Sobre el mediodía del viernes 22, con Victoriano y su esposa (Elita) el hijo mayor de Raúl y un amigo que manejó el automóvil llegamos al lugar donde estaba Sendic. La cortina se cerró detrás de un garaje, por una puerta interior pasamos hacia un pasillo y un muchacho joven abrió la puerta hacia un living con un amplio balcón hacia el horizonte de un día azul. De inmediato llegó Raúl,
camisa y pantalón también azules, sandalias. Creí verlo invicto, más allá de la tortura y las cicatrices. Nos sentamos en rueda, con Victoriano, Elita , los hijos mayores de Raúl (Raulito y Ramiro). Sendic explicó: «Lo primero que pude ver después de doce años de calabozos, a través de un agujero del coche policial que me llevó a la calle, fue una multitud que se agitaba, convulsionada sobre el trayecto del vehículo. Un grito a coro: ‘Sendic, escucha, tu lucha es nuestra lucha’, resonaba a medio metro de mis oídos, junto al furgón cerrado que me conducía a la libertad. Ellos no me veían, pero parecían presentirme.
Aunque muchos corrían junto al vehículo, el chofer dio varias vueltas, salió hacia 18 de Julio, despistó a los que pudieran seguirle y me dejó finalmente a pocas cuadras de la propia Jefatura, en Durazno y Yaguarón. Bajamos mis cosas, di la mano al oficial que me había llevado hasta allí y subí al auto que me esperaba”. Era el retorno a la vida.
* * *
Recuerdo también una mañana helada. Fue el 1 de setiembre de 1972. Me largué hasta la Ciudad Vieja. Observamos, en silencio, sobre la casa sin número que correspondería al 229 de la calle Sarandí, impactos de bala de grueso calibre, sangre en la acera y contra el muro al cual sin duda se había recostado Raúl. Lejos, al final de la calle, las olas estallaban con furia, contra la escollera.
Sendic me contó -destacando sobre todo el coraje de Xenia, que cruzó varias veces por la línea de fuego- aquella madrugada de tormenta en la que fue detenido:
» El tiroteo empezó a través del vidrio esmerilado de la puerta de entrada. En ese primer tiroteo resultó herido un oficial, pero parece aue no se consideró político dar la noticia. Entonces ellos abandonaron el corredor y se resguardaron en la calle, tirando ráfagas desde el zaguán. La lucha duró más o menos media hora, con una tregua intermedia para gestionar la rendición, y tuvo el resultado conocido. En pleno tiroteo Xenia sacaba cosas de mis bolsillos y hacía desaparecer lo que no debía caer en manos de las Conjuntas.
Después fui herido. A l recuperarme de un desmayo, porque había perdido mucha sangre, me encontré en una ambulancia a la que trepó un comisario de Inteligencia y Enlace, que trajeron para que me reconociera. Se trataba de alguien a quien habíamos denunciado poco antes por
integrar el Escuadrón de la Muerte. A l verme, dijo, victorioso: ‘Bebe, estás frito, Bebe’. Me consideró difunto, sobre todo por la especialización de quien lo decía.
En el hospital fue tal la urgencia por la pérdida de sangre y la falta de respiración que me tuvieron que hacer la traqueotomía sin anestesia.
A los quince días, cuando todavía tenía conectado el aparato para la transfusión de suero, comenzaron los interrogatorios”
* * *
Cuando hablamos de las torturas se refirió en primer término a lo que habían hecho con los compañeros. Poné un casete de Engler-le dijo a Raulito- y entre canción y canción (con letras de Miguel Angel Asturias, Mauricio Rosencof, y del propio Sendic) me contó cómo Engler, en los últimos meses su compañero de celda en el Penal de Libertad, había ido superando una perturbación síquica grave provocada por las torturas. “A Engler, que llegó a estar casi reducido a piel y huesos, aun en esas condiciones el mayor Martínez, del cuartel de Flores, le visitaba en la celda para darle golpes de karate.
A Más Más, en tanto hacía sus necesidades le apuntaban con un revólver contra la cien.”
En total, Sendic estuvo varias veces en nueve cuarteles, a lo largo de doce años. En cada uno competían con el anterior, en la tortura. Una vez, en plena dictadura, por algún subterráneo de la libertad nos enteramos que lo habían mantenido largo tiempo en un aljibe. Cuando Alba, su hermana (excepcional, como todos ellos) lo vio, Raúl ni hablaba. Ella lo reconoció por los ojos (tenía el pelo larguísimo, la barba crecida, las uñas largas. Alba le habló y habló, para que dijera algo, explicara como se sentía. Finalmente, llevándose la mano al pecho, Raúl dijo: “Siento algo por acá”.
“El aljibe está en Durazno”, me amplió aquella mañana. Y agregó: “Tenía el inconveniente de que cuando llovía mucho, se inundaba”.
Pero cada lugar era peor. En Colonia estuvo encerrado en una celda que no tenía un metro cincuenta de alto, por un metro. Una cueva a la que le entraban la comida por un agujero. “Allí pasé, sí, muy malos tratos”, confirmó. “Y allí me provocaron la hernia: un culatazo de fusil en el estómago, cuando yo estaba encapuchado (…)
En Paso de los Toros estuve cinco años en una celda de dos metros por uno veinte, con la luz prendida día y noche y con un guardia que debía permanecer mirando hacia adentro por una puerta de rejas. ”
De todos los cuarteles, parece que el peor fue el de Flores. “Si te cuentan varias salvajadas sin decirte el lugar donde se cometieron y elegís la peor, esa sin duda la cometieron en el cuartel de Flores. ”
“A veces hay que ponerse fuerte en el momento justo”, me contó Raúl otro día. “Una vez -explicó- querían hacerme inventar una acusación contra Alba. No sabían cómo llevarla presa y pretendían que yo dijera que había llevado un papel desde la cárcel. Entonces me desnudaron, me afeitaron la cabeza y la cara y todo el cuerpo, a navaja, mientras me amenazaban, entre insultos: ‘Ahora sí que vas a cantar’. Mucho tiempo después, cuando terminaron la tarea, un oficial me dice: ‘Ahora me vas a decir si sacó, o no, un papel, Alba’. Con toda firmeza, pronunciando las sílabas, afirmé: ‘No sacó absolutamente nada’. Y esa vez la tortura terminó allí. ”
(Pienso ahora en esos años y en el diagnóstico de la enfermedad de Raúl y en la información de que suele provenir de un largo estrés continuado).
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Otros compañeros contarán – o yo mismo tantas veces- su lucha. Su compromiso con los trabajadores.
La reivindicación de los humildes. Su lucha contra la violencia de un Uruguay secreto, desconocido para tantos, que relata con belleza Mauricio en La rebelión de los cañeros. Me asombra cómo tantos -antes de reconocer su heroísmo- marcan distancias olvidando la realidad de dictadura real contra la que Raúl debió luchar. Me quedo con la sinceridad de Haedo, a quien le preguntaron en un canal, en pleno Pachecato: «¿A qué se debe esa actitud de los tupamaros?”, y replicó: «Aquí, en este país, cuando hubo represión, y corrupción, y violencia, siempre hubo jóvenes con dignidad”. Haedo, en su estilo, advirtió, además, que en el contexto uruguayo -con vecinos como Argentina y Brasil- les resultaría difícil mantenerse, en caso de triunfo, en el gobierno, «salvo que estos muchachos me llamaran a mí como ministro de Relaciones Exteriores”.
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Queda lo que Raúl ha escrito. Y una lucha que trasciende fronteras. Y su ejemplo tenaz. La capacidad para vencer las circunstancias. El esfuerzo por educar a sus hijos desde la cárcel. La ternura hacia ellos, que por momentos se hizo poesía. Su carta a Carolina, con aquel poema (El Puente): “Tengo una hija, pero tan lejos…/que para verla preciso un puente./ Que cruce muros, ríos y selvas/que cruce mares y continentes./ Y ella me cuenta de sus proyectos/y de loss sueños que hay en su frente./ ¡Ah!, pero entonces ¿qué es lo que busco?/ Si ya la tengo, ¡ya tengo el puente!”.
Profeta de un tiempo que vendrá, había dicho de él -cuando estaba perseguido- un compañero de generación. Y es la verdad.
No es la emoción, es sólo la memoria, la que nos permite decir que cuando se conozcan las circunstancias, y los hechos, y la historia en sus detalles, sabremos que un héroe de América -humilde, sincero, entrañablemente generoso- vivió entre nosotros.
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