«Hacer la revolución es sin dudas, un hecho artístico»

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@mateamargouy

David Graña

A pesar de lo disparatado que parezca la frase, guarda cierto sentido si lo vemos desde este lado: el artista, partiendo desde su conocimiento crea algo nuevo, algo para lo que no hay manual de instrucciones porque, -si está bien hecho- es original y no se repite.

Podría escribir ríos de tinta (o más bien ríos de pixeles) estableciendo y profundizando dicha comparación con cualquier corriente artística.

Pero hay una en particular a la cual veo con simpatía porque, representa en lo más profundo de su núcleo el sentir revolucionario: el dadaísmo.

El dadaísmo, parido en un cabaret de Zurich, vaya a saber en cuántas noches de bohemia de la mano de Hugo ball y Tristán Tzara, se caracterizó por rebelarse en contra de las convenciones literarias, y especialmente artísticas, por burlarse del artista burgués y de su arte. Para colmo de ironías el café, se llamaba Voltaire.

Haciendo arte, rompían las convenciones del arte, buscaban sacudir, despertar del letargo a los artistas, que se comportaban con sus musas como un aburrido matrimonio de esos que celebran las bodas de oro.

Y a veces, el ajedrez es un poco arte, y un poco revolución. No digo que es arte en el sentido pretencioso de la expresión, sino que es arte en la expresión más mínima e íntima del jugador. Ver un problema de ajedrez ingenioso y resolverlo, nos acelera el pulso, nos hace latir el corazón. Sentimos como que hicimos un gol en la hora al resolverlo. Y, yo me pregunto, ¿no es acaso ese el objetivo más puro del arte?.

Y también es revolución porque, si no se convierte en rutina, sacude la modorra y desarrolla la creatividad para encontrar nuevas soluciones que son luego, compartidas como beneficio a todo el colectivo humano.

Pero la pregunta es, ¿confluyen el arte, la revolución y el ajedrez en algún punto?.

Para intentar responder esta pregunta les regalo una hermosa anécdota de un viejo conocido de todos nosotros.

Por esas coincidencias del destino, enfrente del Cabaret vivía alguien llamado Vladímir Ilich Uliánov (en el nº 9 de la Spiegelgasse, mientras que el Voltaire estaba situado en el nº 1), que no es otro que Lenin (1870-1924), el futuro líder de la Revolución Rusa y de la URSS (una vez que sea establecida como Nación). Otra personalidad que, a su manera, en el plano de la geopolítica y de la ideología, iría también a poner en tela de juicio el estado de cosas imperante.

En el vecino Café  de la Terrasse de Zúrich, el exiliado ruso jugaba frecuentemente al ajedrez. También Tzara concurría a ese mismo reducto. Allí se habría producido al menos un encuentro en que se enfrentaron al milenario juego.

Es más. No sólo que se conocieron sino que se llegó a especular que incluso un circunspecto Lenin frecuentaba el Cabaret Voltaire, ámbito en el que los dadaístas hacían de las suyas (sus perfomances eran provocativas y famosas). En ese contexto, más apoyado probablemente en la imaginación que en el rigor de los hechos, se exageró que hasta el propio término dadá se le debe atribuir al político.

En efecto, se ha sostenido que, en el contexto de una para muchos inimaginable juerga en la que habría participado el siempre ascético futuro líder soviético, éste habría dicho, muy contento él, en señal de aprobación de los hechos que estaba presenciando: “¡Da!-¡Da!”. O sea reiterando la afirmación, el Sí, en idioma ruso. En esta perspectiva, de allí el nuevo movimiento cultural habría hallado su denominación.

Así lo ha sostenido, sobre la base de algunos datos historiográficos y varias coincidencias cronológicas, exageradas convenientemente con propósitos ficcionales, el autor francés Dominique Noguez (nacido en 1942),

el escritor español Enrique Vila-Matas (nacido en 1948), en su novela Doctor Pasavento de 2005, también alude a este mítico encuentro, entre Lenin, el cerebral líder comunista, y el poeta Tzara quien, antitéticamente, consideraba que: “todos los pensamientos se forman en la boca”.

Lo hace en este pasaje: “Pero abandoné pronto cualquier idea transgresora y comencé a subir lentamente por la Spiegelgasse, una calle breve pero bien intensa, y pasé por delante del número 12, por delante de la casa donde vivió Lenin antes de la revolución rusa. Y me acordé de esa leyenda que dice que un día, al aire libre, jugaron Tristán Tzara y Lenin al ajedrez en esa calle, y conjeturé allí mismo lo que pudo ser aquel encuentro entre un representante de la vanguardia de la agitación cultural y uno de la de la agitación a tiro limpio…”.1

Lamentablemente, no tengo esa partida para mostrarles, y francamente, creo que es lo menos importante de todo esto, ahora, de algo estoy seguro, los que lograron presenciarla y escuchar la charla entre Lenin y Tzara, seguramente, volvieron a sus casas en la madrugada tambaleante de alcohol, convencidos de que el futuro se había convertido en el presente.

1 https://ajedrez12.com/2017/12/20/el-dadaista-tzara-y-una-partida-de-ajedrez-con-lenin-en-la-que-se-pudo-haber-dirimido-el-destino-del-mundo-2/

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