Natalia Marcovecchio (1),Guillermo Moreira (2)
Escribir acerca de la educación no formal en tiempos de pandemia nos obliga a posicionarnos en ciertos espacios desde donde situamos esta reflexión. Escribimos como dos trabajadores del Sistema que se encarga de proteger a las infancias y adolescencias que por distintos motivos se encuentran en situación de desamparo (al que entendemos como uno de los tantos ámbitos de la Educación no formal), y a quienes la pandemia del Covid-19 ha hecho cuestionar acerca del aislamiento y sus efectos. Estos ámbitos, pertenecientes al campo de la Educación no formal, son de los pocos que continúan funcionando y atendiendo a niños, niñas y adolescentes (NNA) durante la pandemia (con las medidas de cuidados que esta requiere).
Primero parece oportuno clarificar que los sujetos a los que atiende este Sistema son aquellos que son separados de sus grupos familiares o redes de sostén bajo un mandato de protección estatal frente a distintas vulneraciones de sus derechos. Si bien en el último tiempo se han diagramado varias líneas programáticas que intentan sustituir la internación por otras formas de institucionalización, muchos NNA aún siguen siendo atendidas y atendidos en la modalidad de la internación.
La internación de estos sujetos no es nada novedosa en nuestro país. Su historia tiene una profunda ligazón con las funciones del control social. Ya a principios del siglo XX, varios ilustrados concordaban en esta perspectiva higienista acerca de la infancia. En 1910 José Irureta Goyena, en el prólogo del libro de Washington Beltrán “Cuestiones Sociológicas. Lucha contra la criminalidad infantil” expresaba: “Hay en nuestras ciudades muchos hogares desorganizados por el alcoholismo, la prostitución, o el infortunio de los padres; recorren las calles y plazas a las horas en que debiera encontrárseles en las escuelas, muchos niños de rostro enfermizo y porte miserable; se les descubre, en fin, con harta frecuencia, en las cárceles, librados a si mismos, sin recibir los beneficios de una educación moral y profesional adecuada, confundidos las más de las veces, con asesinos y ladrones, para que todas esas miserias no justifiquen a breve término la intervención reparadora del legislador”.
La lógica de la internación supone necesariamente la separación, cuando menos momentánea, de los vínculos familiares y fraternales. Este relato de separación se ha recrudecido con el actual contexto de la pandemia, dado que la circulación social de estos NNA se ha visto aún más disminuida.
Cuando los espacios devienen concentracionarios, es decir que se vuelven los únicos por los que se circula, las marcas que dan lugar a la identidad tienden a borrarse, dando lugar así a un sujeto desenganchado de lo social y de la cultura de su época. De alguna manera, esta pandemia ha hecho carne en todos nosotros y nosotras de este desenganche de lo social y de la cultura, así como también se han acentuado y visibilizado muchas situaciones de violencia. Este paralelismo no debe leerse como una linealidad, ya que las circunstancias que conducen a los NNA a vivir en un internado no son las mismas que nos han hecho estar confinados durante este tiempo, ni la magnitud del desenganche o la separación son iguales. Aún así, nos parece que puede funcionar como una provocación para pensar algunas cuestiones acerca de los internados y el encierro.
Es necesario organizar otras formas de trabajo con las infancias y adolescencias que no redunden en la internación como medida protectora. Cada niño, niña y adolescente tiene derecho a vivir en familia de manera armoniosa y con condiciones que propicien una buena crianza. Serán imprescindibles para esto, en muchos casos, apoyos económicos y acompañamientos técnicos adecuados para cada sujeto. El cierre de los internados y la reconversión en un Sistema de Protección con prácticas ancladas en lo territorial y lo comunitario no dependen de cuestiones económicas sino de voluntades políticas. Tal vez esta sea una buena oportunidad para conectar con el dolor que implica estar alejados de los afectos y con las consecuencias que conlleva siempre el encierro.
1 Maestra y Educadora en un CAFF (Centro de Acogimiento y Fortalecimiento Familiar) del Sistema de Protección Integral de 24 hs a la infancia y la adolescencia.
2 Estudiante de Educación Social y Educador en un Residencial del Sistema de Protección Integral de 24 hs a la infancia y la adolescencia.
|