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La génesis
La conquista con origen en la península Ibérica dio origen al sistema colonial por el cual el continente fue insertado en la economía mundo de la época, dominada por la acumulación capitalista. “España, Inglaterra, también Portugal” pero de hecho nos colonizó el Capital y su sistema insipiente, por tanto, el eje dominante fue el saqueo, la explotación de nuestra población y de nuestros recursos naturales.
Más allá de la canción citada, y de los corsarios y piratas, aquella inserción se dio fundamentalmente de la mano de dos potencias decadentes: España y Portugal. El hecho al menos pudo haber influenciado en el posterior proceso económico – social hacia la conformación de un capitalismo tardío y balcanizado, pasando por la derrota de los principales líderes integracionistas como Simón Bolívar, o el General de los pueblos libres José Artigas.
De hecho, se caminó hacia una inserción internacional determinada desde el arranque por el intercambio desigual entre naciones con abrumadoras diferencias en el desarrollo de sus fuerzas productivas, basadas en un comercio de productos de escaso valor agregado, por un lado, y de bienes y servicios de alta incorporación de ciencia y tecnología por el otro. El sistema de precios internacionales premió la alta productividad “auténtica” (al decir de la CEPAL) de estos últimos y castigó la baja productividad “espuria” (también expresión cepalina) de los primeros. Así la transferencia de valor acaecía y reforzando la dependencia y la escasa inversión productiva en la región.
Un siglo y medio después se confirmó la acción de este principio a largo plazo a través del análisis del deterioro de los términos de intercambio en las relaciones económicas internacionales entre naciones periféricas y el centro capitalista hegemónico, originando las diferentes remuneraciones de la fuerza de trabajo en uno y otro de los polos productivos, pero sobre todo originando una forma peculiar de extracción de valores creados en las regiones más pobres.
La CEPAL (1948) y la ALALC (América del sur y México 1960-1980, luego ALADI) alentaron sobre el proceso de industrialización basado en la sustitución de importaciones y el libre comercio intrarregional entre naciones latinoamericanas, buscando aminorar aquellas disparidades. Pero aquel proceso de industrialización no se tradujo en un esfuerzo hacia una nueva inserción internacional, sino que quedó acotado a los mercados internos y el avance de la complementación regional fue escaso. En definitiva, la inserción internacional continuó dependiente de las exportaciones de productos primarios, que en definitiva fueron quienes financiaron el esfuerzo de industrialización.
Desde aquella época y hasta nuestros días la gran ausencia fue la capacidad de generar políticas orientadas a construir una relación internacional de países del continente a fin de cambiar las estructuras de las exportaciones, que son la base del intercambio desigual. Políticas para un proyecto de inclusión desde adentro, apostando a la elección de producciones competitivas en cuanto a la suma de investigación, sostén tecnológico propio y mayor valor agregado. En cambio, prosperó el desarrollo hacia afuera definido por la demanda internacional (que fue la real señal de inversión) y la inversión extranjera asociada al capital nacional que tras ella se movía.
Como decía Claudio Katz, 2007 “EI intercambio desigual se sostiene en la coexistencia y choque permanente de dos tendencias contrapuestas de la economia mundial: la internacionalización creciente de todas las actividades productivas, financieras y mercantiles y el cíclico aislamiento de los cuerpos nacionales en bloques competitivos.”i
De esta manera América Latina osciló entre proyectos proteccionistas e industrialistas que terminaron en profundos desequilibrios externos con apuestas neoliberales de apertura externa que condujeron a la década perdida de los 80 del siglo pasado; e intentos de integración y complementación económica que finalmente robustecieron la dependencia de los recursos naturales. Fueron respuestas a distintos momentos del desarrollo capitalista global, y en particular del imperialismo norteamericano y la doctrina Monroe, que en definitiva signaron la dependencia que caracterizó a las relaciones internacionales del continente, que han sido escasamente alteradas, tras varios intentos revolucionarios con uno solo triunfante y golpes de estado que en los países del Cono Sur y Otros de la región dieron pie a sangrientas dictaduras.
El inicio del Siglo XXI para América Latina
El nuevo siglo comenzó con el desarrollo de un proceso novedoso que se expandió por estas tierras: La llegada al gobierno de fuerzas políticas de izquierda. Con matices, pusieron en práctica modelos de política económica y social progresista. Estos gobiernos y sus líderes reconociéndose en objetivos sociales similares, confluyeron en la construcción de organismos de integración regional que, dejando de lado el panamericanismo, obtuvieron soberanía para sustentar sus proyectos fuera de los límites impuestos por el imperio.
Este nuevo proceso estuvo asociado a un histórico aumento del precio internacional de las materias primas y a los flujos de la inversión extranjera directa que aprovechó este particular momento, sumado al estancamiento en los países centrales que achataba sus ganancias. Los resultados fueron un período intenso de crecimiento entre 2004/5 y 2014 que acompañado de las políticas redistributivas de los gobiernos progresistas se reforzó así mismo y significó mejoras considerables en la calidad de vida de sus poblaciones.
Otro factor fundamental en aquella coyuntura fue la mutación objetiva del sistema capitalista globalizador, que comenzó a centrar su eje de operaciones en el continente asiático, especialmente en China. El proceso parece irreversible por más que EEUU intente detenerlo con el presidente Trump y una nueva oleada proteccionista para su economía. Gran parte de América Latina comenzó una era de relaciones internacionales orientada hacia el nuevo “taller mundial”, recreando antiguas relaciones centro-periféricas que paulatinamente volvieron a fortificar nuestra base material agroexportadora.
Porque a pesar de todo… otro siglo XXI es posible
Para rescatar nuevos sueños, el pasado reciente nos reclama realzar de los gobiernos progresistas la relevancia que tuvieron para sacar a sus pueblos del desastre neoliberal, así como la intención de conformar un relacionamiento diferente que los ubicó con otro poder de negociación frente al mundo, y reanimó los sueños de una esperanza integradora.
Más el progresismo no es un proceso acabado en el continente. Luego de varios intentos y algunos fraudes electorales, el progresismo mexicano logró llegar al gobierno nacional. Llegó al final de la llamada “era progresista” de varios de los países de América del Sur. A él se sumó la vuelta de la Argentina junto a otros que resistían (Venezuela, Cuba y Nicaragua), como socios en la arena de las relaciones internacionales. Arenas fuertemente influenciadas por la OEA, ante la inacción de UNASUR y CELAC, ahora neutralizados por la derecha continental, y los tiempos de crisis que terminaran definiendo la fortaleza o debilidad con que se pretenda mover la aguja.
i Katz, C “Intercambio Desigual en Latinoamérica” Revista de economía de la UNAM “Problemas del Desarrollo” México 2007.
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