Ricardo Pose
El antropólogo francés Pierre Bordieu, utiliza una metáfora de las manos, donde la derecha es el accionar represivo y la izquierda la faceta protectora del Estado y advierte sobre los riesgos de la disociación entre ambas manos. La LUC pone una piña americana en la mano derecha, mientras guarda la izquierda en el bolsillo.
A la disociación que se profundiza entre el accionar represivo y protector del Estado, se suma la existencia de sub culturas con sus propia cosmovisión del mundo y su lenguaje, constructor de esas realidades y en constante tensión.
Lejos, muy lejos de los confortables escritorios, la realidad en los territorios es bastante más compleja que los intrincados laberintos donde se cranearon las leyes, escritas, discutidas y aprobadas en general por quienes confunden desigualdad económica con desigualdad cultural, y mandan a ejercer su labor con herramientas que ofician de respaldos legales a funcionarios policiales que deben convivir casi cotidianamente en el sub mundo cultural de la exclusión.
En el capitulo seguridad de la aprobada Ley de Urgente Consideración, se le otorga a la policía en su accionar, bajo la lógica de restablecer la autoridad, el siguiente agregado a un articulo del Código de Procesamiento Penal:
“Artículo 173 BIS (Agravio a la autoridad policial). El que obstaculice, menosprecie, ofenda, atente, desobedezca, agravie, lesione, arroje objetos, amenace o menoscabe a un funcionario policial, en ejercicio de su función o en itínere, será castigado con una pena de 3 meses a 12 meses prisión. Son aplicables a este delito, las agravantes previstas en los incisos 2, 4 y 5 del artículo 172”.
Debe sumarse a este artículo el retorno al “gatillo fácil”.
El obstaculizar , menoscabar , el menosprecio y la ofensa se convierten en sutiles contenidos que otorgan una discrecional de manejo a gusto de la subjetividad, en éste caso del funcionario policial.
La pérdida de respeto a la autoridad fundamentada así, es la lógica de quienes piensan que quien menosprecia, ofende, menoscaba al funcionario policial, son personas de clase media o alta en un arrebato de carácter.
En realidad ellos a veces lo hacen pero mas sutilmente y bajo una visión de clase, donde el funcionario policial es un marginal uniformado.
El sociólogo Denis Merklen en un trabajo de investigación sobre la realidad de los barrios de la periferia de Montevideo sostiene: “Lo más importante es la extensión de zonas inmensas donde no rige el derecho.
Los ilegalismos abarcan desde la economía, con un tercio de los trabajadores «en negro» , hasta la vivienda, con millones de personas viviendo también en la ilegalidad, pasando por toda una serie de «zonas grises» que determinan un acceso más o menos legal a los bienes y servicios más variados. En este marco, algunos delitos de la órbita del derecho ordinario entran en la vida política. El nexo de la delincuencia con la pobreza y la ilegalidad, donde se desarrolla la vida cotidiana de sectores enteros de la población, adquiere tal envergadura que el delito se banaliza como un medio de vida.”
Por un lado la cultura del “antichorro”, en convivencia y tensión con la cultura de “los pichis”.
La mano izquierda del Estado debe ser lo bastante robusta para interceder en la tensión constante, porque los manuales editados por la anterior administración del Ministerio del Interior, para el correcto y respetuoso proceder policial, son ninguneados por hombres y mujeres que mas allá de los uniformes, son de carne y hueso.
Los desbordes policiales hasta hace poco eran la excepción, pero bajo este respaldo legal y la lógica de imponer autoridad y estar atento a la apariencia delictiva, pueden parar a ser la regla.
En su trabajo “Si tocas pito te dan cumbia” de los antropólogos uruguayos Marcelo Rossal y Ricardo Fraiman, recogen los testimonios de convivencia en la zona de Malvin Norte.
El testimonio de agentes policiales que patrullan la zona o que realizan el servicio 222 en los centros de estudio, permiten ratificar las experiencias que todos observamos en los barrios de Montevideo.
“La mayoría de los policías entrevistados desconfían del Ingreso ciudadano y otras políticas propias de la función protectora del Estado, como es la defensa de la infancia y la adolescencia. No sin iranio, Fagundez policía de 48 años dice: “-Ahora están estos que les pagan..como les llaman a estos que les pagan y no trabajan” y Bianchi policía de 37 años agrega: “No puede ser que se acceda un beneficio sin contraparte, mas cuando es gente que paga luz, agua, nada. ¿que ejemplo nos da a los trabajamos y no nos alcanza el salario”. (Pág.132 y 133 del libro citado)
Otros testimonios son mas esclarecedores en dicho trabajo. En el se recoge por un lado un sentimiento que hace a su labor: “tenemos que tener un poco mas de autoridad, hay que cambiar un poco las leyes, hay muchas leyes para ellos y para nosotros nada y tengo 28 años de policía. Antes cuando era chico el policía te imponía autoridad, no digo miedo pero si respeto. Hoy te relajan todo y dudas de enfrentarlo por que si los lastimas vas preso”, pero esa percepción se mezcla con este otro relato más cotidiano, que por un lado muestra a un funcionario policial que agota todas las instancias de diálogo y consejos casi paternales, hasta éste otro que convive en el mismo funcionario policial y es mas pragmático en su función de 222 , donde le cuesta reconocer a un joven liceal de otro joven y los estigmatiza: “Yo soy unos de los principales que los saca a patadas si no me gusta la cara, y se lo digo una vez, dos veces no, y si no me hace caso le digo, mira que te llevo a patadas en el culo para la seccional, y se terminó no me importa si sos menor. Pa’ drogarte y robarle a una vieja no sos menor, y ahí le encajo la fría y la mayoría caminan derechito”.
En la investigación que realizamos en noviembre del 2013 cuando un policía asesinó al menor Sergio Lemos en el barrio Santa Catalina, los relatos de los jóvenes sobre el accionar policial, tomados en cuenta a tiempo podría haber evitado la desgracia.
Se contaban por decenas los incidentes donde los policías provocaban o buscaban la reacción desde arriba de la camioneta, insultando o prepoteando a los jóvenes, jóvenes que por supuesto entraban en la lógica de ese espiral de violencia donde uno provoca y el otro desafía.
A principios de este año, los incidentes en el barrio la Bombonera también tuvieron como protagonista la imposición policial de la autoridad sobre toda persona que estuviera en la calle, aún los que iban ,venían o estaban trabajando.
El artículo no tomó en cuenta los imprecisos límites que impone el lenguaje, y debió basarse en aquel manual de glosario, archivado en algún rincón, donde el funcionario policial debía referirse a “jóvenes con problemas de adicción “ en lugar de “drogones”.
¿Pasa a ser ofensivo entonar “Chamarrita de los milicos” o pregonar la marcha camión de Araca la Cana”?
¿ aplicarán el artículo los policías que se sientan ofendidos en los espectáculos deportivos, donde su sola presencia injustificada tensiona el ambiente?
¿Realmente piensas las nuevas autoridades que son escarmentables los miles y miles de jóvenes y ciudadanos para las que en su lenguaje cotidiano el policía es el milico, la yuta, el botón, términos además recogidos en el diccionario de “Español del Uruguay”.?
¿ Cuantas veces se van a amparar en el artículo los funcionarios policiales que revisten en las cárceles ?
¿Van a construir alguna cárcel especial para cumplir la pena de prisión de tres meses a doce años para alguien que según el policía le faltó el respeto o al que lo hizo, o lo van a llevar con personas privadas de libertad por delitos como hurto, rapiñas, homicidios, etc.?
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