Héctor Tajam, y Gabriela Cultelli
Aquella vieja canción de Marcos Velázquez, “La rastrojera”, en estos tiempos se vuelve tan viva como antes, seguramente está en internet, es muy recomendable. “Si el maíz crece desparejo alguna razón habrá” decía, y hoy aquel cántico pegadizo y certero se refleja también en el incremento general de precios, pues como dice el título de este artículo, no es lo mismo el incremento generalizado de los precios para unos que para otros. La cosa aquí es muy despareja.
Que la inflación sea un incremento de precios generalizado no implica que todos los precios suban, incluso algunos bajan. Sumemos a ello que no todos los precios tienen el mismo impacto en la canasta familiar, y que no todas las familias consumen lo mismo de acuerdo a los ingresos de su hogar y por tanto, de su categorización social.
Observemos el IPC (índice de precios al consumo) que mide la evolución de los precios de bienes y servicios. El crecimiento general de precios entre julio 2019 y julio 2020 fue de 10.13%. Sin embargo, y de manera simplificada, hay que tener presente que el precio de los alimentos en ese período, que en promedio representan el 26,05% de lo que consumen los uruguayos, fueron incrementados en 15%; mientras que por ejemplo la vestimenta y calzado que son el 5,4% de ese consumo, tuvieron un aumento de 5% en sus precios, o los bienes y servicios que componen el rubro “Vivienda” (suministro de luz, gas, agua, alquileres, etc.) que representan el 13,7%, subieron en un 8%. Por tanto, ya aquí tenemos una primera gran diferencia entre los que gastan todo su ingreso en alimentos y servicios básicos, y los que consumen por encima de ellos.
Pero continuemos el razonamiento. Un trabajo muy interesante del economista Fernando Esponda “La inflación de los pobres y de los ricos”, publicado en La Diaria el 8/8/2020 arroja luz sobre estas referencias. Allí se detalla el diferente peso que tiene en la canasta hogareña los distintos artículos (en nuestro ejemplo alimentos y bebidas, los gastos en la vivienda y la ropa y el calzado), partiendo de la idea que esa canasta que construye el INE es sobre la base de una media de consumo.
Pero no todos consumimos lo mismo, y ello se vincula al nivel de ingresos, pues los que menos tienen consumen una parte mucho más importante de sus ingresos en alimentos que el que más tiene, pues a los primeros apenas le alcanza para comer, hecho que verificamos a diario en la cotidianidad de los hogares más humildes.
Se pregunta y responde Esponda “Entonces… ¿cuánto pesan los alimentos en hogares que no son el promedio? La respuesta, … en el primer decil (el 10% más pobre de la población) los alimentos pesan 35%; en el último decil (el 10% más rico) los alimentos pesan sólo 11%.”
Pero hay más. La investigación mencionada y para el período 2012-mayo 2020, le permite afirmar que “En los últimos tiempos la inflación de los pobres siempre superó a la de los ricos, e incluso se llegó a un récord hace tan sólo tres meses, en plena pandemia, cuando en el mes de mayo la distancia entre las inflaciones de ambas poblaciones alcanzó el 2,7%. En dicho mes la inflación general fue de 11%, la inflación de los ricos fue de 9,4% y la inflación de los pobres alcanzó el 12,1%.” Y agrega más adelante que la inflación (medida por la variación de precios o sea del IPC) también superó el 10% entre febrero y mayo 2016, pero en aquel caso (épocas de gobierno frenteamplista), al menos fue similar para pobres y ricos.
El autor también se pregunta si fue así en aquella otra tremenda crisis, la del 2002, y encuentra que entre julio del 2002 y abril 2005 el aumento de precios golpeaba más el ingreso en pobres que en ricos, con una diferencia muy similar (2,3%) pero inferior a estos últimos meses del 2020 (2,7%).
Todo esto impacta en un precio que no está vinculado a la canasta y no está incluido en el IPC, es el precio de nuestra fuerza de trabajo expresado en salarios y jubilaciones. Y es obvio que si los precios de la canasta y los que incluye el IPC se incrementan más que nuestros salarios y jubilaciones, este tipo de ingresos pierden capacidad adquisitiva, por tanto, en términos reales bajan. Ese es el principal motivo por el cual antes manifestamos que una subida generalizada de precios, o lo que es lo mismo, la inflación, implicaría incluso que algunos precios bajen (el de nuestra fuerza de trabajo, mano de obra o lo que es equivalente, nuestros salarios y jubilaciones). Y es que ingresos de los hogares más pobres son mayoritariamente salariales, integrándose también muchas veces por alguna jubilación o pensión.
De hecho, los precios son un elemento de concentración y centralización de ingresos y riqueza en manos de aquellos que tienen capacidad de ponerlos (subirlos o bajarlos). En medio de ello, no solo el costo de productor y la cuota parte que el capital industrial, agrario se apropia, sino también el cúmulo de intermediarios que aplicando trabajo reproduce valores y la correspondiente apropiación de los mismos. Y en medio de ello el estado capitalista que recauda, como sucedió recientemente, a través del alza de los precios de las tarifas públicas.
Capaz que resulta bueno recordar aquella excelente obra del Instituto de Economía “El Proceso Económico del Uruguay” publicado por tiempos en que Marcos Velázquez cantaba “La rastrojera”, y que explicando la esencia de un proceso inflacionario planteaba la necesidad y posibilidad de obtención de mayores ganancias en la esfera de la circulación mercantil, cuando en momentos de crisis, la posibilidad no se presentaba en la esfera de la producción. Pero esta mirada totalizadora de la cuestión, será objeto de otro artículo.
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