Redacción
Aunque el 2002 dejó en el recuerdo de los uruguayos noticias y secuelas del hambre que afectó a muchos, cuesta creer que nuevamente esa realidad aceche en un país destacado en el mundo como uno de los principales exportadores de alimentos de calidad. Aunque parezca mentira, en el sexto exportador mundial de arroz, a miles de sus habitantes afectados por el desempleo y la insuficiencia de programas sociales de alimentación, este cereal les llega gracias a la solidaridad de otros ciudadanos que con denodado trabajo voluntario mantienen centenares de ollas populares.
La pandemia del hambre
En el interior del país, durante los meses de abril y mayo de 2020, más de 350 ollas populares alimentaron a miles de personas que, en su mayoría, vivían de changas y las habían comenzado a perder a causa de la paralización de la economía. Con el correr de los meses la emergencia se extendió a las decenas de miles que habían perdido su trabajo, habían sido enviados al seguro de desempleo o habían tenido que cerrar sus pequeños emprendimientos. El esfuerzo del Estado fue y es muy limitado y disperso. Por más que el ministro de Defensa diga que en casi seis meses el ejército sirvió medio millón de platos de comida, y que algunas intendencias han abierto comedores municipales o merenderos, la carga del combate a la emergencia alimentaria corre por cuenta de los ciudadanos y ciudadanas solidarias que se reúnen y dan vida a centenares de ollas populares en todo el interior del país. Capítulo aparte merece Canelones, un departamento que llegó a contar con 150 ollas funcionando, con diversos niveles de apoyo en el abastecimiento por parte de la Intendencia y los municipios, lo que les ha permitido mantener su actividad en forma casi constante.
La situación no mejora
Al mes de julio, en casi todos los departamentos la situación había involucionado de manera preocupante. El esfuerzo de mantener una olla popular es enorme para las comunidades. Por lo general se trata de grupos de vecinos sensibilizados por la emergencia alimentaria que se reúnen y en un ejercicio de solidaridad organizan campañas permanentes de obtención de alimentos, a través de donaciones de otros vecinos y de comercios locales, implementan cocinas con gran capacidad de producción a partir de enseres domésticos y se comprometen a servir un plato de comida a cada vecino que lo requiera regularmente. El esfuerzo es titánico, la tensión por cumplir el compromiso de la regularidad es constante. La mayoría de las ollas del interior del país funcionan dos o tres días a la semana. Las hay de todos los días y también de las que apenas logran abrir sus puertas un sábado o domingo, algunas cuentan con decenas de voluntarios y hasta logran rotarlos para evitar el cansancio prematuro de sus equipos, en otras la escasez de brazos va pareja con la de donaciones, haciendo que servir una vianda típica, un plato de guiso de arroz o fideos con tuco, sea una proeza de los humildes.
Históricamente el estado uruguayo mantuvo una red de programas y herramientas de bienestar social que le permitieron a este país amortiguar los dramas sociales comunes a las economías dependientes de la región. Uruguay destacó por su combate a la pobreza extrema y por la riqueza de su dieta, pero para que eso sucediera hubo voluntad política, ingrediente que ahora falta o por lo menos escasea. Los números que a continuación compartimos son reveladores de las dificultades que vive nuestra gente en el interior del país:
INTERIOR DEL PAÍS
Cantidad de ollas populares funcionando a inicios de agosto de 2020: 272
Cantidad de merenderos (dirigidos a niños): 101
Población atendida: 41.000
Frecuencia promedio de funcionamiento de Ollas: 2 días a la semana
Cantidad de viandas servidas por mes en Ollas: 350.000 aprox.*
Cantidad de voluntarias y voluntarios involucrados: 4000 aprox.
*Tomamos como parámetro el mes de julio, mes con menor cantidad de ollas y merenderos activos desde el inicio de la pandemia.
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