Martin Nessi*
Mario Benedetti nació un 14 de setiembre de 1920, en Paso de los Toros, Tacuarembó, y se
crió en Montevideo. Tuvo diferentes tipos de empleo, y luego la vida lo llevó, entre otras
cosas, a ser periodista, crítico teatral, ensayista, poeta, narrador, dramaturgo y militante
político, con una clara responsabilidad y vocación revolucionaria. Sus reconocimientos y
distinciones a nivel internacional ―desde ámbitos académicos, literarios, culturales,
políticos, barriales― son, a esta altura, incontables.
Benedetti era un intelectual al que no le gustaba tener el título de tal; le gustaba estar cara a
cara con la gente, en la conversación, de forma cotidiana.
Si algo era Mario, era revolucionario.
La causa y la escritura de Mario Benedetti nunca fueron individuales, sino parte de la
cotidianeidad y de la sencillez de los procesos colectivos.
Su producción literaria y bibliográfica es diversa, extensa y muy comprometida. Son más de
ochenta libros los que componen su excepcional y destacada obra. Referente activo del
movimiento cultural, tanto a nivel latinoamericano como mundial. Para él, todas las tareas
antes mencionadas ―según compañeras cercanas a él―, aunque diversas, eran comunes
y perseguían un mismo objetivo: desafiaban el pensamiento, la autoridad y aquellas cosas
que en los distintos ámbitos en los cuales él se encontraba eran aceptadas como ya
establecidas y como parte de las costumbres naturales y de las reglas comunes. En su
primera etapa literaria, Mario hace de las oficinas su mundo, y hace una crítica colectiva a la
sociedad que lo incluye e intenta plantearse una visión de ella que resultara más abierta,
más proponente y más comprometida, sobre todo con los mundos exteriores; trata de sacar
la oficina hacia fuera.
La escritura de Mario es parte de su accionar; tiene cosmología y quehacer propio, que
pone el énfasis en la sencillez, en la humildad, en los procesos y en los fenómenos
colectivos. Vale decir que hay en la escritura de Mario un fuerte compromiso; un
compromiso humano, filosófico, social y político que rompe con la elitista e instalada visión
platónica que tiene siglos en cuanto a que hay un mundo real y otro inteligible, que es el
mundo de las ideas, en el cual hay dos categorías: los que saben y los que no, los que son
dignos de pertenecer a ese mundo y los que no. Mario rompía con todo eso. Al decir de
José Miguel Oviedo, “la poesía oficinesca de Benedetti es un esfuerzo por perforar ese
círculo vicioso y mostrar que, al otro lado del muro gris hay todavía opciones para tomar: la
rebelión total, por ejemplo, que haga saltar a pedazos el sistema o el arraigo a la vida
auténtica mientras se enfrenta a la muerte con los ojos abiertos”.
Las oficinas que Mario mostraba eran las de un mundo rígido, sólido y estable, las de un
mundo en que el trabajo era para toda la vida.
Bauman hablaba hace un tiempo del concepto de sociedad líquida, hoy es aún más líquida
que la que Bauman planteaba.
La inmediatez, la impaciencia y el mal uso del tiempo para
hacer las cosas en forma inmediata son en definitiva un triunfo de este sistema. Por eso,
hoy, nos compromete la rebeldía de pensar en un Mario escribiendo lento, de forma
revolucionaria, de forma pensada en su hacer y en su andar, aprovechando el tiempo.
La construcción hacia el fin, el buen manejo del tiempo, el correcto uso de la palabra, la
mantención porfiada de la ilusión de la verdad ―Mario retrataba el mundo de la verdad, el
mundo que él veía― fueron marca de una forma de escribir popular con una crítica
cuidadosa, refinada y colectiva, tan popularmente sentida como estéticamente hermosa por
lo sencilla.
Sus personajes no eran héroes, ni excéntricos, ni individuales, ni especiales; eran, más
bien, el común denominador dentro del mundo en el cual él vivía. Eso era lo que hacía
Benedetti. Era dialéctico, era teórico y era práctico.
No hay cosmología ni esencia montevideana sin Mario, y tampoco, claro está, sin Idea
Vilariño.
La escritura fue para Mario tal vez su mejor y más efectiva forma de militar; sin embargo,
nunca se limitó a ella. Para él la salida fue siempre, en todos los planos, la unidad del
pueblo y la lucha popular organizada, y por ella construyó y batalló hasta el último de sus
días. La cohesión y coherencia en todos los planos de su vida resulta clara e inobjetable.
Participó en diversos lugares. Tuvo actuaciones en el Frente Izquierda de Liberación, del
cual fue uno de los fundadores; fue un defensor acérrimo de la revolución cubana, como
también de los distintos procesos llevados adelante en nuestra América Latina, entre otros
el del pueblo de Chile. En 1958 Mario fue también un acérrimo militante contra el tratado
militar con los Estados Unidos que el Uruguay se proponía llevar adelante.
En 1971, junto con algunos allegados del Movimiento de Liberación Nacional, Mario
participa en la fundación del Movimiento de Independientes 26 de Marzo. Representándolo
en la Mesa Ejecutiva del Frente Amplio, hasta el golpe de estado del 1973.
En 1973, como muchos otros uruguayos y uruguayas, Mario tuvo que hacer frente al exilio,
el cual lo mantuvo alejado del país y de su familia. A él ―como a tantos otros― la
dictadura, en su torpe creencia de que le negaba un país, le terminó entregando el mundo
entero. Tan bien cupo la frase “Quisieron quitarnos el Uruguay y en realidad nos dieron la
puerta de entrada al mundo, y nosotros lo aprovechamos”. Mario también lo aprovechó.
Tuvo una incidencia brutal en las denuncias y la exigencia de compromisos en la comunidad
internacional sobre lo que ocurría no solo en Uruguay sino en toda América Latina, donde
los regímenes sangrientos se desarrollaban, propiciados y amparados, por los Estados
Unidos de América.
En 1985 Mario vuelve a Uruguay. Allí comienza el proceso de lo que él llamaría el desexilio,
que fue también motivo de muchas de sus obras. Lejos de dejar su actividad política,
continúa cuando vuelve al país. Participa en la Comisión Nacional Pro Referéndum,
constituida para revocar la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. La
participación de Mario fue fundamental para poner esa discusión arriba de la mesa. Sus
obligaciones y sus compromisos con los derechos humanos y con la lucha por una sociedad
mejor nunca cesaron. De hecho, hoy, sin encontrarse físicamente con nosotros, Mario
continúa con su mensaje, continúa siendo un revolucionario y continúa haciendo política,
desde sus escritos.
Dejo una partecita de uno de esos mensajes que seguirán llegando:
“cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca
cantamos porque creemos en la gente y porque venceremos la derrota.
Cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo, en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta.
Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.”
Tenemos la convicción clara de que más allá de las adversidades coyunturales, más allá de los reconocimientos que se dan institucionalmente ―o no se dan―, llegará el tiempo de los Marios y llegará el tiempo en el que triunfen, por fin, las Ideas.
*Articulo adaptado para Mate Amargo sobre la intervención hecha en el Homenaje 100 años de Mario Benedetti 14 de setiembre teatro Solís
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