David Graña
“…para matar al hombre de la paz
para golpear su frente limpia de pesadillas
tuvieron que convertirse en pesadilla
para vencer al hombre de la paz
tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte
matar y matar más para seguir matando
y condenarse a la blindada soledad
para matar al hombre que era un pueblo
tuvieron que quedarse sin el pueblo.”
(Mario Benedetti – “Allende”)
El pasado 11 de Septiembre recordamos nuevamente el día en que Chile se cubrió de oscuridad y fuego, cuando de espaldas al pueblo el general Augusto Pinochet ordenó bombardear el palacio de la Moneda y terminó así la vida democrática del pueblo chileno junto con la de Salvador Allende.
Muchas cosas se pueden decir de Salvador Allende, el primer presidente marxista elegido democráticamente en el mundo pero basta recordar este pasaje de su último discurso para entender la estatura de estadista de este luchador:
“…Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregamos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.»
No quería dejar de recordarlo, ya que, en la vida, no somos compartimentos estancos con aguas de diferentes lugares, sino un gran lago alimentado por ríos que se entrecruzan, algunos subterráneos, otros mucho más pequeños y superficiales y que todos confluyen en cada uno de nosotros para hacernos lo que somos.
Es así, cuando uno menos lo espera en cualquier ámbito de la vida la batalla de las ideas se libra sin más, sin aviso se plantea la batalla y tenemos que salir a defender la alegría como una trinchera.
Esto también sucedió en el tablero, al mismo tiempo que Allende gobernaba Chile en el año 1972 en Reykjavík, Islandia se jugaba el match del siglo, entre Bobby Fischer (EEUU) y Boris Spassky (URSS).
Dos personalidades bien contrapuestas, que fueron en ese enclave histórico peones bien dispuestos a defender bandos antagónicos.
En un lado del tablero Robert Fischer, obsesionado con el juego, una persona absolutamente asocial y complejo, que presa de un descomunal miedo a la derrota abandonó el ajedrez sorpresivamente a los 29 años luego de ganar el match ante Spassky. Impulsado por el gobierno norteamericano que puso a su disposición todos los recursos necesarios para enfrentar a Spassky, ya que en aquellos tiempos se manifestaba abiertamente anticomunista.
Pero -como es la vida-, luego de salir campeón y al mismo tiempo que su salud mental comenzaba a deteriorarse, su personalidad se había caracterizado por lanzar furibundos pronunciamientos antisemitas. A pesar de ser él mismo de ascendencia judía por el lado materno, admiraba a Adolf Hitler y era un negacionista del Holocausto.
Fué alentado por Henry Kissinger, secretario de estado de Nixon, para que representara el “patriotismo” americano frente a la “amenaza” soviética.
En el otro extremo del tablero, Boris Spassky a quien describen muchas veces como un ‘dandy’, alguien que ama la buena vida y cuya existencia parece ‘un banquete perpetuo’. Afable con todos, y extremadamente educado, hacía amigos con facilidad, y quienes le conocían a fondo aseguran que en aras de la amistad está siempre dispuesto a derrochar su tiempo en pequeñeces, sintiéndose enormemente satisfecho cuando le podía hacer a alguien algún favor.
Además del ajedrez, le interesa la música, la lectura y el deporte. Sus preferencias son Dostoievski, Mozart, Skriabin y Mussorgski, y tiene una colección de discos de Caruso y Schaliapin.
Dueño de una vida normal, algo que se puede observar en sus propias declaraciones cuando decía:
«Pasé tres años difíciles, de 1959 a 1961», la salida a estas dificultades la encontró tras separarse de su mujer, a partir de 1961 su entrenador sería Bondarevsky, decisión que el propio Boris calificaría más adelante como el paso más acertado de su carrera. «Él ha hecho mucho por mí, no sólo a favor de mis conocimientos ajedrecísticos, sino también a favor de mi carácter. Bondarevsky llevaba una vida familiar muy feliz y eso me ayudó mucho, debido a que era un hombre de carácter inflexible y además cabeza de familia. Me entiende muy bien y es un gran e íntimo amigo», declaró Spassky poco antes de su gran match ante Fischer.
Un hombre común, consecuente con sus ideas, que le tocó vivir a la sombra de un genial y fugaz Fischer, que supo brillar solamente en el ajedrez, las múltiples anécdotas extraídas del match en donde las inverosímiles y excéntricas peticiones de Fischer fueron aceptadas sin vacilar por Spassky para que el match continuara, teniendo varias chances de reclamar el match a su favor por incomparecencias y cambios de condiciones. Poniendo de manifiesto su integridad como persona, Spassky el campeón mundial al que aún, a mi entender, no se le ha hecho justicia.
Aquí les dejo la primer partida del match:
Fuentes
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