Emanuel Telli
Bruno Arizaga
El pasado viernes 2 de octubre en el local de San Eugenio F.C. de la ciudad de Salto, quedó conformada la primera red de ollas populares y merenderos del norte del país.
Desde que se decretó la pandemia por el COVID 19, la organización popular pasó a tomar protagonismo. Cientos de vecinos organizados, trabajando para paliar el hambre de la gente. Lejos de sorprendernos esta actitud solidaria, nos deja la reflexión necesaria de reconocer que ante la ausencia del Estado, hay más organización de la gente.
La senda caminada
La idea de esta red de ollas surge a partir del pedido de algunos referentes barriales que organizan ollas y/o merenderos en este departamento, vista una preocupación común de que, progresivamente, las donaciones hacia estas iniciativas solidarias fueron disminuyendo. En este contexto de pandemia por el coronavirus y de crisis socioeconómica que atraviesa nuestro país, la organización y la colectividad de la causa se hacen una respuesta necesaria.
Las instituciones departamentales unidas en el Centro Coordinador de Emergencias Departamental (CECOED) han estado presente en la medida de lo posible en la asistencia a ollas y merenderos, pero ha sido casi nula la colaboración de instituciones del gobierno central, como por ejemplo del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES), lo que se hace notar cuando luego de 6 meses de organizadas ollas en los distintos barrios de Salto no haya impulso siquiera de relevar datos, otorgar víveres o brindar otras alternativas para las 8 a 10 mil personas que hacen uso de esta asistencia.
En todo este proceso, cabe reconocer el papel que tuvo nuestra academia a través del Grupo de Acción Universitaria para la Emergencia Social y Sanitaria (GAUESS) del Centro Universitario Regional Litoral Norte (CenUR). Un conjunto de docentes, funcionarios y estudiantes de distintas disciplinas que se “embarraron los pies” e hicieron del conocimiento una práctica solidaria. Mientras los órganos de gobierno estaban ausentes, fue este grupo el que desplegó sus recursos para realizar actividades de recolección de donaciones, precisar los datos del departamento sobre la situación de desempleo, precarización en el trabajo y relevo sobre cantidad de ollas y merenderos, que al mes de junio supieron ser 60 en una ciudad de 100 mil habitantes aproximadamente.
Es desde este grupo que la iniciativa de organizar un colectivo de ollas se fue operativizando, citando a una primera reunión en el CenUR a aquellos referentes que habían manifestado este pedido.
En una segunda instancia se convoca a otros referentes en el Club San Eugenio del barrio Malvasio, además de otros actores sociales que colaboran desde un principio con las ollas como la Iglesia Católica y clubes de fútbol local. Entre todos se llega a la misma conclusión: Si el Estado está ausente antes las necesidades de los barrios, las ollas deben seguir siendo una forma de organización popular necesaria.
La senda a trazar
Es en una tercera instancia que se logra concretar el primer Colectivo de Ollas y Merenderos de Salto. La creación de esta herramienta popular, entre aplausos por su importancia histórica, ya se puso al hombro las reivindicaciones barriales particulares, la tarea de la forma organizativa que adoptará de ahora en más, pero sobre todo a delinear pasos para terminar con la otra pandemia que apremia a las clases populares como el gran desempleo y el hambre.
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