Marcelo Barzelli
Aquel tres de marzo de 2010 mientras subíamos la escalera de honor del Ministerio del Interior un sentimiento de extrañeza nos recorría a todos, el silencio sólo era interrumpido por nuestros pasos sobre los escalones de marmol blanco. Luego pasillos desiertos, oficinas cerradas, todo muy intenso para los militantes que antes evitábamos pasar siquiera por la vereda del ministerio del interior y ahora abríamos con llaves apropiadas sus oficinas, encendíamos las computadoras y tomábamos republicana posesión del viejo edificio. No había policías a la vista, tampoco funcionarios, acaso nos estaban haciendo un boicot? Cuántas cosas pasaban por las mentes de los integrantes de aquel pequeño grupo de militantes MPP que aunque se venían preparando para ese momento desde hacía años se enfrentaban con confusión y mil dudas a ese recibimiento ausente, a esa sucesión de pasillos en penumbra y puertas frías y mudas.
La realidad era mucho más prosaica, apenas eran las 8 am y el movimiento en el comando ministerial arrancaba después de las 9. Pasada esa hora y con una sonrisa aliviada iniciamos nuestra primera jornada y nos dispusimos, con todo el compromiso del militante, a trabajar codo con codo con aquellos hombres y mujeres que con un cierto temor se nos presentaban y saludaban inaugurando unos cuantos años plenos de desafíos que aún no imaginábamos.
La interna frenteamplista había sido dura, un jerarca del primer gobierno del FA había definido su llegada al Ministerio del Interior como un «desembarco en Normandía» una metáfora acerca de las acechanzas y misterios que esperaban a las nuevas autoridades y fue esa una buena definición, tan buena que se podía volver a usar para definir el segundo período del Frente Amplio en el ministerio, los compañeros que llegábamos no habíamos recibido casi ninguna información relevante por parte de los compañeros que se iban, así estaban las cosas.
Esta evocación no es un mero ejercicio de nostalgia, la mente rescata estos recuerdos obligada por las noticias recientes de represión policial en tiempos de pandemia y por la actitud del ministro del interior y su concepción del manejo de la fuerza policial en una crisis social y sanitaria. Valoremos que a pesar de las diferencias internas, los frenteamplistas a lo largo de 15 años de gobierno cultivamos una relación con la policía uruguaya que se apoyaba en algunos conceptos e ideas que en un proceso de intercambio fueron convirtiéndose en acuerdos trascendentes entre las autoridades civiles y los uniformados.
De esos acuerdos surgieron leyes, reglamentos, protocolos, criterios y otras herramientas necesarias para crear en democracia una nueva institucionalidad en la temática de la seguridad pública. Pero para poder implementar esa batería de nuevos instrumentos al mismo tiempo se fue desarrollando un núcleo de ideas y creencias compartidas que le pusieron alma y humanidad a ese proceso. A esta altura es necesario aclarar que no estamos relatando un proceso perfecto, ni siquiera suficiente en sus logros o avances, pero la sociedad toda fue testigo de un cambio, y muchos concluyeron que ese cambio tenía cosas buenas. Claro que la ausencia de resultados mejores en las cifras de varios delitos quitó peso a la valoración de la evolución de la institución policial.
Es verdad que la cantidad de delitos fue y es objetivamente difícil de soportar para la sociedad, negarlo sería el primer error, como también sería un error negar el impacto de los medios masivos amplificando sus efectos en la sensibilidad de la gente … pero también es verdad que muchos uruguayos se fueron dando cuenta que la policía estaba cambiado y paulatinamente demostraba mejores capacidades para relacionarse con una sociedad cada vez más compleja. En un proceso duro, con avances y retrocesos, pero que contó con la adhesión de cada vez más policías vivimos realidades como estas:
ya no se torturaba en las comisarías aunque se trataba mal a las mujeres que denunciaban violencia doméstica; ya no se apaleaba manifestaciones obreras aunque el desprecio por los pobres seguía estando presente en los actos de muchos policías; ya no se perseguía con razzias a los jóvenes por las noches pero aún se los veía como peligrosos y eran blanco de muchas sospechas. Era un proceso fermental plagado de contradicciones pero era un proceso de avances, como nunca antes se había intentado.
Miles de policías lo apoyaron porque comprendieron que es mejor ser respetado que temido. Lo entendieron así porque cambió su formación, aumentaron sus salarios y mejoró su equipamiento y -no menos importante- porque fueron muchos los oficiales que se dieron cuenta que para que un policía respete a la gente primero debe ser respetado en la institución. Otros, también muchos, nunca estuvieron de acuerdo. Por lo general enfrentaron el nuevo estilo de trabajo pero ahora son los que lideran los malos procedimientos y dejan mal a todos sus compañeros y compañeras. Lo pueden hacer porque se sienten respaldados por los viejos oficiales que fueron relegados por el FA y que ahora volvieron con ánimo revanchista premiando violencia y mediocridad.
Larrañaga y su comando son responsables. La policía no merecía ese retroceso y la sociedad tampoco. Si esta política de seguridad persiste, volveremos rápidamente a los viejos tiempos y miles de uniformados lo van a sufrir en sus barrios, relaciones familiares, vida social. Verán cómo se empobrece y complica su día a día porque ya no serán respetados y sólo serán temidos.
|