La toma del Palacio de Invierno

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@mateamargouy

Colectivo Histórico “Las Chirusas”

La Revolución Rusa de 1917 constituye un punto importante en la historia de la humanidad, y bien puede ser considerada como el máximo acontecimiento del siglo XX. Al igual que la Revolución Francesa, “continuará polarizando las opiniones durante mucho tiempo, siendo exaltada por algunos como un hito en la liberación de la humanidad de la opresión pasada, y denunciada por otros como un crimen y un desastre.”(1) El hecho de que tuviera lugar en el momento más decisivo de la Primera Guerra Mundial, y en parte como consecuencia de esta, fue más que una coincidencia. La guerra había infligido un golpe fatal al orden capitalista internacional tal y como éste había existido antes de 1914, y había revelado su debilidad intrínseca.

Los acontecimientos…

Desde marzo de 1917, obreros y soldados inundando el Palacio de Táurida, obligaron a la vacilante Duma de Estado a tomar en sus manos el poder supremo en Rusia. Precisamente las masas populares determinaron cada viraje en el curso de la revolución.

En octubre el comité central del Partido Bolchevique decidió, con las opiniones en contra de Zinoviev y Kamenev, preparar una inmediata toma del poder. Trostky, que se había unido a los bolcheviques tras su regreso de Petrogrado en el verano, desempeñó un importante papel en la planificación de la operación. «Mientras tanto, una gran parte de las clases ricas preferían los alemanes a la revolución —incluso al gobierno provisional— y no ocultaba estas preferencias”(2).

En octubre, el gobierno era ya un decorado, la situación de debilidad era extrema, incluso en la misma capital. El día 24, el pre parlamento “por el estrecho margen de 123 votos contra 102, con 26 abstenciones, la resolución de la izquierda, en efecto un voto de “no confianza” en Kerensky, fue adoptada”(3).

A lo largo de la noche y la madrugada, unidades afines al Comité Militar Revolucionario ocuparon las oficinas centrales de Telégrafos y Correos, dejando sin comunicaciones al Palacio de Invierno; la central de teléfonos; la central eléctrica de la ciudad; el Banco Central: el viejo crucero Aurora, que había pasado mucho tiempo en reparaciones y era utilizado para entrenar a la marinería, desobedeció la orden del gobierno de salir a alta mar y ancló cerca del puente Nicolaevsky, en el Nevá.

El día 25 de octubre (equivalente al 7 de noviembre del calendario occidental), la “Guardia Roja, formada principalmente por obreros industriales, tomó posiciones estratégicas en la ciudad y avanzó sobre el Palacio de Invierno”(4). Algunos historiadores consideran que al hacerse de hecho con el control de las guarniciones de la capital, la insurrección comenzó realmente el 21 y 22 de octubre cuando el “Comité Militar Revolucionario, en efecto, asumió la autoridad sobre la guarnición. Sus acciones, tanto desde el punto de vista práctico como jurídico, serían consideradas por cualquier nación como un claro caso de motín e insurrección”(5).

y los símbolos

La fecha del golpe había sido fijada para coincidir con el II Congreso Panruso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados. A las 10 de la mañana Lenin se apresuró a redactar un manifiesto, dirigido a los ciudadanos de Rusia, en el que ya daba por derrocado al gobierno provisional. Impreso y radiado enseguida, se adelantó en varias horas a la toma del Palacio de Invierno.

A la una del mediodía, un destacamento de marinos tomaba el Almirantazgo y el resto de las tropas comprometidas en la operación —sobre todo del Regimiento Pavlovski— incluyendo blindados autoametralladores, cerraban el cerco del Palacio de Invierno.

En torno a las dos de la tarde comenzaron a atracar en los muelles del Nevá, cercanos al puente Nikolaevsky los navíos procedentes de la base de Kronstadt, cargados con unos tres mil marinos totalmente equipados para el combate, que se unieron al resto de las fuerzas que cercaban el Palacio de Invierno.

Para la tarde prácticamente se “había triunfado, con la irritante salvedad de que el Palacio de Invierno, que albergaba a los integrantes del gobierno provisional, no había sido tomado”(6). El asalto del Palacio de Invierno se pospuso hasta las tres de la tarde, luego se fijó para las seis, a esa hora la tarde se había vuelto noche y reinaba la oscuridad en un día lloviznoso, la guarnición del palacio erigía barricadas y puestos de tiro para las ametralladoras con tocones de madera. Tampoco llegaban los marinos procedentes de la base de Helsinki, por vía férrea. Los cañones de la fortaleza Pedro y Pablo parecían fuera de servicio por falta de uso.

En el dispositivo de asedio, Nikolái Podvoiski, uno de los responsables más competentes del dispositivo militar bolchevique, tenía claro que el Palacio de Invierno era un objetivo básicamente político. En base a ello, se trataba de humillar al gobierno provisional, no de provocar una matanza entre los 3.000 defensores que produciría mártires, algunos de los cuales serían, precisamente, socialistas. De ahí que la dilación en el asalto final también tuviera un componente intencionado.

Mediante la persuasión se consiguió que los cadetes de la Academia Mijailovsky de Artillería abandonaran el edificio a las seis y cuarto, llevando consigo cuatro de las seis piezas de artillería con que contaban los defensores. A las ocho, hicieron lo mismo doscientos cosacos. Dos horas más tarde les siguieron la mitad de los junkers que permanecían en el recinto. La negociación y la persuasión fueron, una vez más, las armas más eficaces de los revolucionarios. Pero en este caso también intervinieron las amenazas.

El golpe final

Por fin, a las 9:40, el crucero Aurora recibió la orden de hacer un primer disparo, que de hecho fue una muy ruidosa salva, más sonora que un cañonazo real. Los defensores del Palacio de Invierno se quedaron muy impresionados, así como los curiosos que se agolpaban en los muelles del Nevá contemplando la operación. A las once, comenzó el bombardeo real, que aun así fue en parte demostrativo que hizo impacto en una ventana, justo en el piso superior a la estancia que ocupaban los ministros.

En la ciudad continuaba la vida normal y los tranvías cruzaban en fila india los puentes, a ambos lados del Palacio de Invierno. El zumbido de sus motores se mezclaba con el tableteo de las ametralladoras, el fuego de la fusilería y las explosiones ocasionales de la artillería. Mientras tanto, en medio de ese ambiente irreal, el gobierno seguía sin rendirse. Los ministros, que habían estado esperando el final con actitud fatalista, se reunieron en una pequeña habitación anexa a la Sala de Malaquita, algo más segura porque daba a un patio interior. Pasadas las dos de la madrugada, ya había cesado toda resistencia de los cadetes y el Batallón de Mujeres, que no había desertado, como la mayor parte de las unidades de defensa, a pesar de no estar políticamente implicadas con el gobierno.

El “Segundo Congreso de Sóviets de todas las Rusias comenzó su sesión inaugural a las 10.40 de la noche, con el Palacio de Invierno todavía asediado por soldados y Guardias Rojas”(7), con más de ocho horas de retraso. A las “5 de la mañana del 26 de octubre Anatoli Lunacharski (1875-1933) anunció oficialmente que los sóviets asumían el poder en Rusia”(8) y se aprobó por unanimidad tres importantes decretos: el primero era una proclama que proponía a todos los pueblos y gobiernos beligerantes el comienzo de negociaciones en pro de una paz justa y democrática, sin anexiones ni indemnizaciones, pedía particularmente a los obreros conscientes de las tres naciones más adelantadas de la humanidad (Inglaterra, Francia y Alemania) su ayuda para poner fin a la guerra; el segundo era un decreto sobre la tierra, para que la propiedad de los terratenientes fuese abolida sin compensación, tan sólo la tierra de los “simples campesinos y cosacos” quedaba libre de confiscación. La propiedad privada de la tierra quedaba abolida a perpetuidad, el derecho a usar la tierra se concedía a “todos los ciudadanos del Estado ruso (sin distinción de sexo) que deseen trabajarla ellos mismos”(9), la resolución final de la cuestión de la tierra se reservaba para la futura Asamblea Constituyente; y el tercer y último decreto, propuesto por Kamenev, “creaba un Consejo de Comisarios del Pueblo (“Sovnarkom), como Gobierno Provisional Obrero y Campesino que gobernaría el país”(10) bajo la autoridad del Congreso Panruso de los Soviets y de su comité ejecutivo hasta la formación de la Asamblea Constituyente.

NOTAS

1- Carr, Edward. La revolución rusa de Lenin a Stalin, 1917-1929. Alianza Editorial. Madrid, 1997. Pág. 11

2- Reed, John. Diez días que estremecieron el mundo. Akal, Madrid, 1987. Pág. 37

3- Rabinowitch, Alexander. The Bolsheviks Come To Power. The Revolution of 1917 in Petrograd. Haymarker Books and Pluto Press. Londres, 2004. Pág. 259

4- Carr, Edward: Op. Cit.; Pág. 17

5- Rabinowitch, Alexander: Op. Cit.; Pág. 242

6- Fitzpatrick, Sheila. La Revolución Rusa. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires, 2005. Pág. 86

7- Casanova, Julián. La venganza de los siervos. Rusia 1917. Editorial Planeta. Barcelona, 2017. Pág. 119

8- IDEM; Pág. 120

9- Carr, Edward: Op. Cit.; Pág. 17

10- IDEM; Pág. 18

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