Julián Gil
La luz volverá, no importa la larga noche, vendrá como un canto de xabiá y la espera será corta El fuego que más conforta el de los libres e iguales, la larga noche de males cambiará en luz meridiana… Canción “Defensa del Cantor”
Alfredo Zitarrosa
Han pasado 30 meses desde que fui privado de la libertad, siendo víctima de un montaje judicial orquestado por la Fiscalía General de la Nación y la Policía Nacional, con la finalidad de atacar al movimiento social y político Congreso de los Pueblos -CdP-, a través de la criminalización de sus militantes y deslegitimar las expresiones de organización popular.
Desde ese primer día enfrente de la casa del CdP, mientras agentes de civil me obligaban a subir a un carro, los mismos que otrora venían haciendo seguimientos y hostigando a todas las que pasaban por este espacio de encuentro; he estado acompañado por la digna rabia y los deseos de lucha que hacen sentir la esperanza como fuego que no se apaga y resiste en todo momento.
Esas voces inconformes de mis compañeras que han gritado justicia en las calles, han denunciado a los represores y no han abandonado un solo momento la comprensión de que es luchando que aprendemos a luchar y forjamos la esperanza. Y que esta le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose, como alguna vez lo dijera Julio Cortázar.
Han sido días de aprendizajes; del desafío cotidiano de no desfallecer ante el encierro, de leer diariamente las miles razones que hay para luchar, de ver en todas las que luchan el buen ejemplo de jamás bajar la cabeza y aceptar el yugo despótico de los odiadores, de no ceder ante las amenazas y constreñimiento de los codiciosos. Y sobre todo comprender, como Assata Shakur en sus días de presidio que, “un muro es solo un muro, nada más que eso. Se puede derribar”.
En este tiempo he visto de cerca cómo las mentiras y los prejuicios estigmatizantes son la mejor herramienta de investigación y acusación de la Fiscalía; cómo los aparatos de supuesta “inteligencia” del Estado, hacen seguimiento a nuestros procesos comunitarios y arman perfiles de subversivos con líderes juveniles, campesinos, comunitarios y todas aquellas que no se alinean a sus intereses en el barrio o en la vereda, en razón a la ineficacia de su método de confrontar realmente los que atentan contra la vida de las comunidades. Lo que deja en evidencia la persecución política a la que estamos sometidos y el enmascaramiento de democracia que protege el Estado de sitio permanente y la dictadura rampante colombiana.
Al interior de estos muros y rejas, cientos de personas clamamos por una verdadera justicia, para que cese la persecución a los más empobrecidos, a las comunidades LGBTI, negras, indígenas y a todas las que somos víctimas del aparataje policial y judicial corrupto; así mismo, para que se garanticen los derechos fundamentales de las personas privadas de la libertad y se deje de comprender la cárcel como una solución de los tantos problemas que vive la sociedad.
Al cumplir 900 días lejos de las personas que quiero y los procesos comunitarios donde realizaba mi vida, veo con mayor claridad la urgencia que tenemos como humanidad de revisar el cauce de nuestros esfuerzos cotidianos; de hacer efectiva la unidad en la diversidad para defender la vida; de confrontar el patriarcado y todos los poderes represivos sujetos a él; de no dejar de soñar y cultivar cotidianamente la utopía. En definitiva, de no callar ni dejar de gritar libertad. También de que no es solo posible sino necesario luchar contra la opresión en todo lugar, así como organizarse y seguir cultivando una conciencia crítica.
La cárcel es reflejo del proyecto de muerte con el que se pretende amedrentar a las y los luchadores sociales; es un mecanismo para castigar a la sociedad y mantener un status quo acorde a los intereses políticos y económicos de unos pocos; en esta se traslucen las asimetrías y contradicciones estructurales de la sociedad, también da cuenta de los miedos profundos que albergan los que ostentan el poder. Por estas razones organizarse y luchar por la dignidad al interior de las cárceles es una condición propia de la vida pues las estructuras frías, distantes del sol, herméticas a los derechos los pueblos y aisladas de toda forma digna de vida, deben ser combatidas y eliminadas de la sociedad.
Es precisamente en estos lugares oscuros y en estos días aciagos en los que nos corresponde soñar, amar y trabajar por defender la vida en todas sus expresiones. Es necesario no abandonar nuestros proyectos de crear y recrear nuevas posibilidades para vivir una Vida Digna. A la espera de mi libertad, luego del veredicto final que me declaró inocente, agradezco a todos y todas las compañeras, organizaciones populares, familiares y amigos que durante este tiempo me han acompañado, porque me han enseñado a mantener viva la alegría de forjar nuevas realidades y la esperanza en la lucha organizada y transformadora que nos permitirá ver nuevos amaneceres.
Publicado originalmente en Vida Digna el 25/11/2020 https://vidadigna.congresodelospueblos.org/2020/11/25/luchando-es-que-aprendemos-a-luchar-julian-gil/
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