Denis Merklen*
Publicado inicialmente por Le Monde, en su edición del domingo 29 – lunes 30 de noviembre de 2020, p. 27.
Luego de investigar largamente la religión de las clases populares de Argentina y Brasil, el antropólogo argentino Pablo Seman calificó su cultura como «cosmológica, holística y relacional». Es decir que los hombres no están allí tan claramente separados de los dioses como a uno le gustaría. Ahí están Maradona y Eva Perón, como en otra época y en otro lugar estuvieron Juana de Arco y la Madre Teresa. Así como entre lo real y lo sobrenatural, la política, la religión y la cultura no están tan claramente separadas entre sí. Ésta es una de las razones que dificulta la comprensión del fútbol latinoamericano visto desde Europa.
En América Latina, el fútbol no es un «deporte», desarraigado de la política, la cultura y la religión. No hay argentino que no sepa que el Papa Francisco es peronista e hincha de San Lorenzo de Almagro. Estos datos son de suma importancia en Argentina, donde no se apoya a un equipo, como en Europa, sino que se pertenece a él. Se es de Boca como se es de River, lo que tiene importantes connotaciones sociales y políticas. Aquí no elegimos verdaderamente la camiseta que nos hará llorar. A menudo, tu padre o tu tío te ponen la camiseta que nos acompañará toda la vida. La movilidad social es imposible en el fútbol de América Latina. Maradona fue «bostero» hasta su muerte, independientemente de los otros equipos cuya camiseta vistiera. Boca es una identidad, los otros son contratos.
Real divinidad.
El fútbol en América Latina es una cultura, y lo es de dos formas. Por un lado, porque el juego permite simbolizar la vida, especialmente la política, a la que ofrece múltiples metáforas. Tener sentido de la estrategia, por ejemplo, es «parar la pelota y levantar la cabeza», y correr detrás de la urgencia, “vivir atajando penales”. Por otro lado, el fútbol es cultura porque en las artes y las letras encuentran en él poesía y sublimación. Escritores, fotógrafos, cineastas, pintores, músicos y bailarines toman al fútbol como objeto artístico, “barrilete cósmico”, y el propio Maradona ha sido un artista o un mago sublime.
En la cancha, en el estadio (la tribuna es fundamental) y en la ciudad, hay producción de sentido. El jugador y su público no están reducidos al cuerpo del atleta, hablan, hacen hablar a la gente, producen una emoción que forma parte del mundo, como toda otra forma de la cultura. Entre las razones expuestas en su decreto del miércoles 25 de noviembre que instituye tres días de duelo nacional, el presidente Alberto Fernández menciona muchas de las conquistas deportivas de Maradona, pero también dice solemnemente que “su llanto, luego de la final perdida, quedó grabado en la retina de todo un país”.
Así se puede entender a Maradona, y podemos entender mejor por qué Lionel Messi no es igual a su hermano mayor. No se trata en absoluto de cualidades deportivas. El jugador del Barcelona es el mejor jugador de su tiempo, no cabe duda, como lo fue Diego del suyo, pero Lionel no existe fuera de la cancha. No ocupa ninguna superficie política, religiosa o cultural, ni siquiera en las redes sociales donde el rosarino es tan tímido como modesto. En algunos aspectos, puede decirse que Messi es un jugador (argentino) del fútbol europeo, formado en un club que, además, es una sociedad anónima, casi una multinacional, con sede en Barcelona. Frente al número de turistas de todo el mundo que llenan las gradas del Camp Nou cada semana, cabe preguntarse si el club no se habrá emancipado por completo del pueblo catalán. Barcelona, ¿sigue siendo el Barça?
Pero entonces, ¿por qué se llora en Europa a Diego pretendiendo no comprender el origen de nuestra emoción? A decir verdad, el fútbol no está totalmente emancipado de la cultura, y mucho menos de la política, en ningún lugar. Particularmente en Europa, donde su capacidad para representar naciones posee una fuerza que los comentaristas franceses buscan ocultar en la televisión, hasta que se ven abrumados por la emoción de una victoria tricolor. A pesar de los esfuerzos del capitalismo que compra y vende clubes y jugadores, que somete el deporte y sus reglas al número de espectadores que disfrutan del espectáculo en sus televisores, la estructura del juego está profundamente arraigada en los pueblos, las naciones y las clases sociales.
Sin embargo, Argentina no es Francia y América Latina no es Europa. Maradona es una deidad real porque es un símbolo dentro de un imaginario que requiere de dioses en la tierra. Y también porque él mismo fue un brillante productor de ese imaginario, como cuando dijo a los periodistas que su primer gol en el partido contra Inglaterra en el Mundial de 1986 había sido producto de «la mano de Dios«. Sabía que el partido era una redición simbólica de la Guerra de Malvinas de 1982 y entró a la cancha con sed de venganza tras la humillación.
Los talentos del pobre.
A su manera, Maradona se enlaza maravillosamente con el peronismo. Es a la vez popular, porque pretende encarnar a la nación, y plebeyo porque eleva al pobre con los talentos del pobre contra los poderosos. Lo es también por ser una identidad política en la que los humildes pueden devenir dioses y su arrogancia es una revancha contra los poderosos. No todos los argentinos se reconocen o no todos se reconocen todo el tiempo en su Diego.
Maradona es la razón del débil que debe jugar según las reglas y con las reglas. Como en la vida cotidiana, hacer trampa tiene un valor enorme cuando quien se somete a las reglas del juego se ve siempre condenado a perder. La victoria ante Inglaterra (2-0) se selló con dos goles del astro. El primero, el de «la mano de Dios», celebra la fiesta del débil que hace trampa sin que el juez lo vea. El segundo consagra el genio del pequeño, capaz de ganar con la gambeta y la inteligencia del juego, porque le basta su talento para ridiculizar a todos los poderosos. Inversión carnavalesca del orden político que permite mantenerse juntos frente a los poderosos.
Hoy, el partido Argentina-Inglaterra habría terminado con una victoria de 1-0. El famoso VAR (control del comportamiento de los jugadores por cámara de video) habría anulado el primer gol y Maradona hubiese sido sancionado. ¡Qué triste se ve el fútbol así amputado de esta dimensión política del juego donde brilló Maradona! Es la victoria del capital sobre la cultura. Poder jugar con el árbitro, instituirlo como un jugador más en la cancha, poder hacer de la hinchada el jugador número 12, como en la bombonera. Mucho más allá del deporte y mucho más allá de Latinoamérica, el mundo llora a Diego porque Maradona era un artista que tomó el fútbol como un hecho de cultura.
** sociólogo, profesor en la Sorbonne de París.
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