Tabaré: de intendente a presidente, líder y estadista.

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@mateamargouy

Pablo Inthamoussu

El Mate nos pide alguna reflexión sobre Tabaré en su período como Intendente de Montevideo. Como sé que abundarán crónicas y anécdotas desde la perspectiva del Tabaré – hombre – personaje, quiero aportar una visión más política del Tabaré estadista que el Frente Amplio uruguayo le aportó a la nación, y a las izquierdas del mundo, para dicha de las grandes mayorías postergadas en aquellas décadas perdidas de gobiernos anti populares con el apogeo de un neoliberalismo a ultranza. Bien se ha señalado que al sapiens moderno (dijera Pepe) le cuesta cada vez más retener en su frágil y fugaz memoria cómo eran las cosas hace tan sólo 30 años, y entre ellas – y pese a haber transcurrido recientemente una nueva campaña para las elecciones departamentales – cuál era el estado de esta hermosa Montevideo que hoy nos llena de orgullo como la mejor ciudad de Latinoamérica para vivir. Todo empezó con él. Todo fue a partir de aquél 15 de febrero de 1990 en la Plaza Lafone, en su “Teja” solidaria y cargada de símbolos.

Existen diferencias sustanciales entre ser un dirigente político, un líder, o un estadista. Son pocas las personas elegidas y tocadas por la varita mágica de lo tercero, de ese talento, de esa virtud, de ese “signo” o “estrella”, que no se compra ni se vende, que se lleva en las células y se cultiva desde la formación de una personalidad. Firmeza, convicción y porfiadez en el rumbo estratégico, audacia para “hacer posible lo necesario” y flexibilidad táctica para alcanzarlo. Una frase de Winston Churchill, define claramente lo que es un hombre de Estado: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Fue precisamente esa virtud la que comenzó a desarrollar Tabaré como Intendente de Montevideo, con 50 años de edad, y en su caso, además, su crianza en un hogar humilde (“en una casa de chapa pero con una gran honradez y enorme dignidad”), su orgullo de pertenencia a la clase trabajadora y la confirmación marxista de que “no es la conciencia lo que determina la vida, sino que es la vida lo que determina la conciencia”, llevaron a que sus desvelos fueran, siempre, por los de abajo y por la justicia social, lo que generó ese oportuno “maridaje” entre esa, su personalidad de estadista y las ideas progresistas y profundamente humanistas que abrazó.

Había que ser muy firme, audaz y habilidoso para tomar las riendas del gobierno de Montevideo en aquél 1990 que nos avergonzaba. Pero Tabaré nos fue conduciendo y enamorando, mostrándole al país y al mundo, a tirios y troyanos, que había otra forma de hacer política, y que había realidades injustas, muy injustas, que se podían y debían cambiar para siempre, porque ese era el imperativo ético en la posdictadura.

Algún politólogo dijo que Tabaré había sido “un político con suerte”, y quizás la tuvo. Pero siempre hizo mucho énfasis en que “a la suerte hay que ayudarla con mucho trabajo”, con mucha seriedad y mucha responsabilidad. Fue a Tabaré a quien le escuché decir por primera vez en mi vida eso de que “el único lugar en donde el éxito se encuentra antes que el trabajo, es en el diccionario”, y fue Tabaré quien inició las pautas de relacionamiento entre el gobierno, la fuerza política, y las organizaciones sociales, dejando claro, casi desde el principio, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Que “el gobierno es el hoy, y la fuerza política es el mañana”, como terminó estableciendo algún documento político aprobado por el FA más adelante, si bien, como dijo en una entrevista televisiva, siempre tuvo sobre el escritorio de su despacho de Intendente el “Documento 6” del Frente Amplio (programa de gobierno para las elecciones municipales de 1989).

Tabaré, con pocos recursos, pero mucha creatividad, sacó a los trabajadores municipales de la miseria en la que vivían (los más sumergidos de la administración pública en salarios y condiciones de trabajo). Apostó decididamente a su participación en la gestión, y creó las Comisiones Mixtas de Participación (COMIPAs). Obligó a la creación de los comités de seguridad laboral, redujo su jornada laboral y estableció los mecanismos de ingreso estricto por sorteo y/o concurso. Tabaré terminó con la tarjeta del político de turno como método para ingresar a trabajar a la Intendencia de Montevideo, demostrando que era posible brindar igualdad de oportunidades a toda la ciudadanía, con transparencia. En pocos años, la Intendencia pasó a ser del último lugar adonde recalaba el clientelismo, al lugar más apetecido por miles de jóvenes que nos fuimos presentando a los llamados a concursos y sorteos para ingresar a la función pública, llenando estadios de ilusiones.

Tabaré, en un contexto económico que se deterioraba producto de las recetas de la ortodoxia neoliberal más cruda que se profundizaban en el país, creó las condiciones para que la Intendencia de Montevideo pudiera ser, a la postre, red de contención social para la mitad de la población del país en las crisis y catástrofes sociales venideras que los economistas de izquierda pronosticaban de persistir esas políticas. Apoyando a los merenderos, creando más policlínicas barriales, generando gérmenes de guarderías comunitarias para los cuidados. Tabaré, con firme y decidida decisión política, aún con un gobierno nacional de derecha, bajó el precio del boleto general y se animó a poner en práctica esa herramienta prohibida o tabú para el establishment vernáculo: los subsidios como instrumento redistributivo, para los boletos de jubilados y estudiantes en el transporte público. También (y nobleza obliga reconocerlo, con la cooperación del Presidente Lacalle padre) concretó la significativa renovación de una flota calamitosa que, en el sistema de transporte público de la ciudad, se caía a pedazos. Tabaré nos cautivó y nos convenció, bajo el entrañable concepto de “Montevideo, tu casa”, que, como vecinos y vecinas, debíamos brindar nuestro tiempo libre al voluntariado por la comunidad, e ir a laburar (literalmente, pala en mano) para levantar, eliminar y ganar como espacio público aquellos cientos de basurales endémicos desperdigados, tristemente, por toda la ciudad. Tabaré, con ese mismo concepto, nos cooptó, como a miles de pequeños y pequeñas comerciantes, en todos los barrios, para que día a día sacáramos y entráramos desde los comercios aquellas papeleras naranjas que el entonces “Municipio” nos entregaba con el objetivo de que el vecindario no tuviera excusas para dejar de tirar el envoltorio del snack o el paquete de cigarrillos (hasta ese momento en pleno apogeo) en la vía pública y empezar a tener una “Montevideo, tan limpia, como tú la quieras”

Tabaré tenía a la participación popular como una obsesión y descentralizó, en forma decidida, de las palabras a la acción, la administración, los recursos y el poder en 18 zonas, con sus Juntas Locales, sus Consejos Vecinales y sus correspondientes Centros Comunales Zonales. Fue histórico, la gente empezó a tomar decisiones. El pueblo, por primera vez, sintió que era protagonista y conductor de su propio destino. Sin mesías, sin iluminados. Democracia directa, sin cortapisas. Cuando fue Presidente, no por casualidad, generó el tercer nivel de gobierno (los 125 municipios que tenemos hoy), demostrando al sistema político y a las organizaciones políticas que la descentralización no se declara, se implementa, con decisiones políticas.

La ciudad estaba enferma y necesitaba un médico, vocacional, práctico y pragmático, que demostrara, con acción concreta, que la izquierda podía, y debía, gobernar los destinos de esta patria chica para que las grandes mayorías tuvieran su tiempo, su momento en la historia. Ya era hora de hacerlo, “a la uruguaya”. Tabaré, sin vacilaciones, impuso como obligatorio algo que hoy es un hábito para cualquiera de nosotros y que ha salvado muchas vidas y evitado mucho dolor humano: el cinturón de seguridad en los vehículos. Algo que recién en 2007, y causalmente siendo él Presidente de la República, generalizó, por ley, a todo el territorio, expandiendo esa económica y eficiente “vacuna” contra la muerte y las discapacidades a toda la República.

Tabaré, el que siguió al pie de la letra el consejo de su padre Héctor (para el que toda actividad que encarara en la vida debía realizarla al 100%) y no por casualidad, fue el Intendente que Montevideo necesitaba para salir de aquél “pozo” en el que habían dejado la ciudad en 1990. Luego, y a pesar del artilugio del ballotage (vía reforma del ´96 que la derecha interpuso con algunos apoyos inentendibles desde la izquierda para que él no llegara a la presidencia en 1999 ¡y cuánto daño habríamos evitado!) mantuvo y profundizó esas características que lo distinguen como uno de los estadistas de nuestra historia nacional. Trazos gruesos, firmes y decididos. Para la educación: el Ceibal, salario digno para docentes y presupuesto adecuado; para la salud: las políticas anti-tabaco, la seguridad vial, el Sistema Integrado de Salud; para la igualdad: el Mides y el Sistema de Cuidados, el IRPF, la negociación colectiva y los consejos de salarios. Para un mejor país, más humanista con justicia social: un Estado fuerte y presente, escudo de los débiles, como puso en práctica otro de los estadistas del siglo XX, José Batlle y Ordóñez. Para una pandemia, quedó demostrado que sus dos gobiernos y el de Pepe Mujica construyeron las herramientas necesarias para enfrentar y poder sortearla. La historia colocó a Tabaré, dos veces, para juntar los pedazos y refundar el país. Primero, en 1990: una ciudad deprimida y en ruinas. Después, en 2004: un país destruido y sin esperanzas. Eso fue lo que nos devolvió como Intendente en aquella gesta histórica de 1989: la esperanza.

La anécdota: Corría el año 2013, segunda mitad del gobierno de Pepe Mujica. Con el Dr. Gerardo Barrios soñábamos con poder tener a Pepe y Tabaré, juntos, en una conferencia sobre seguridad vial, en el salón azul de la Intendencia de Montevideo. Mismo que era un sueño. Una utopía. Al flaco se le ocurrió escribirle una carta a Tabaré, que por ese entonces ni siquiera había definido su futuro político. Fuimos y se la dejamos en el buzón de su casa en la calle Buschental como gurises que dejan su cartita a los reyes magos. En estos días leía que tiene por costumbre responder todas las cartas que recibe. Y así fue. Un día nos llamó su secretaria para decirnos que nos esperaba en su domicilio particular. Allá marchamos, con unos nervios bárbaros, con Gerardo y Alejandra Forlán. Nos franqueó la puerta María Auxiliadora, nos hizo pasar, y al ratito vino Tabaré, con su don de gente, con su serenidad de médico, proseamos un buen rato de una hermosa tarde. Me acuerdo, como si fuera hoy, que nos dijo: “el cáncer, hoy por hoy, con una detección temprana, a tiempo, es una enfermedad crónica”. Poco tiempo después, nos dimos el gusto. Tuvimos a Tabaré Vázquez y José “Pepe” Mujica, juntos, en el Salón Azul de la IM, tal como lo habíamos soñado, hablando sobre la política de seguridad vial en el país y en el mundo y sobre mucho más que eso, sobre la vida, sobre la imbecilidad de los seres humanos en algunas conductas y sobre la importancia de las políticas públicas en la salud comunitaria.

 

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