Jorge Arreaza Montserrat
“El hombre de la América del Sur es Bolívar. Se empeñan sus enemigos en hacerlo odioso o despreciable, y arrastran la opinión de los que no lo conocen – Si se les permite desacreditar el modelo, no habrá quien quiera imitarlo; y si los Directores de las nuevas Repúblicas no imitan a Bolívar, la causa de la libertad es perdida”[1].
Hace 200 años, aquel huracán sísmico de ideas y acciones que encabezó Simón Bolívar fue sometido a la más diversa gama de ataques. En la esfera militar, el Libertador y su pueblo hecho milicia se hicieron incontenibles. En política, el liderazgo de aquel hombre de baja estatura física y de aguda e imperativa voz era incomparable. El coraje de aquella generación de soldados-naciones no conocía límites. Sus ejemplarizantes triunfos, su fuerza profunda y creativa, se hacían contagiosos. Después de siglos de esclavitud, los pueblos en proceso incipiente de estructuración de las Repúblicas soñaban con ser Bolívar. Para el sistema de dominación, tanto del viejo mundo como de las oligarquías nacientes, aquel espíritu de libertad, real, popular, identitario, era mucho más peligroso que la propia independencia política para la monarquía o la amenaza que sentían los oligarcas de una reconquista inminente. Entonces apelaron a lo que Samuel Robinson denunció como el “pernicioso abuso de la prensa”[2].
Fue tal la campaña de infamias y señalamientos sin sustento contra El Libertador y su entorno más cercano que lograron crear las condiciones objetivas para el casi indefenso desenlace de su vida y su proyecto en aquella primera etapa. Tal sería la ola de mentiras que, en 1828, Simón Rodríguez se dedicó a redactar una impecable defensa de Bolívar: “El Libertador del Medio Día de América y sus Compañeros de Armas, defendidos por un Amigo de la Causa Social”[3]. El Simón maestro-protector no concebía tanta injusticia contra quienes lo habían entregado todo para zafarse del más cruel de los imperios: el capitalismo en su fase de expansión mercantil. Robinson tomó cada falsa matriz y derivó de ellas la verdad y la justicia. Dejando constancia histórica de la inconcebible dimensión de los fraudulentos ataques y su expansión por toda la América antes dominada por el Imperio español. Se necesitaba mucho más que un libro de un hombre de bien para neutralizar tanta desinformación. Bolívar tirano; Bolívar dictador; Bolívar el que ansiaba una corona; Bolívar cruel; el ambicioso; Bolívar, el loco del Sur. Todas las infamias juntas. Parafraseando a Robinson en su defensa: atacando a su diseñador, atacaban el modelo, para que nadie siguiera sus pasos.
Dos siglos más tarde, este método falaz ha vuelto a la carga. Salvando el tiempo transcurrido y las dinámicas sociopolíticas, los autores intelectuales y materiales de la agresión comunicacional son equivalentes a los de hace 200 años. Sus intereses y objetivos son idénticos. De manera relativa y casi atemporal podemos hasta afirmar que son los mismos. Por mero antagonismo, este hecho demuestra que la Revolución Bolivariana es, en efecto, la retoma leal y fiel de aquel proyecto originario. Como lógica consecuencia, también contra este proceso las élites mundiales corporativas han desarrollado una guerra integral e implacable en esta nueva fase de la revolución de independencia. Esta agresión prediseñada, coordinada, plagada de tintes ideo-patológicos, los lleva a valerse de cualquier medio con el único propósito de vulnerar los fundamentos espirituales, filosóficos y prácticos que sostienen al pueblo venezolano en el poder desde 1999. El incesante bombardeo mediático es un elemento transversal con el que han pretendido facilitar la ejecución de la estrategia de la saliente administración Trump de la campaña de “máxima presión”. Aquella mil veces repetida de “agotar todas las opciones sobre la mesa”. Trabajar la mente, los sentires, torcer las circunstancias y hechos para avanzar en el resto de los componentes y frentes de la guerra. La verdad ha pasado a ser el mayor obstáculo y muro de contención para la agresión. Porque la verdad no es relativa y existe.
Para entender el hoy podemos remontarnos a 1992, cuando se acusó a los jóvenes militares que se rebelaron contra el régimen más corrupto e inmoral de la historia contemporánea de Venezuela de ser desde derechistas “caras pintadas” que pretendían imponer el fascismo hasta comunistas que atentarían contra la propiedad personal de los ciudadanos y fusilarían a las cúpulas políticas de la burguesía en un estadio deportivo de la ciudad capital. Paso a paso, su arma favorita ha sido la mentira. La cartelización de sus medios, y ahora los laboratorios de guerra psicológica en redes sociales, además de otros mecanismos activos de propaganda, llevan 30 años procurando estigmatizar el proceso revolucionario venezolano, particularmente a través del desprestigio y demonización de sus políticas y su liderazgo. Si bien la mayoría del pueblo venezolano ha generado anticuerpos suficientes para discernir e identificar las falsedades, no es menos cierto que una parte de la sociedad venezolana ha sucumbido ante la infamia y ha reaccionado a partir del odio hacia el proceso bolivariano, su gestión y sus protagonistas. Sin embargo, el principal objetivo de esta campaña continuada ha sido, es y será, convencer a la llamada “comunidad internacional”. Coordinar a aquellos Estados que le dan cuerpo político y geográfico al capitalismo tardío en Occidente para que cumplan la tarea. Neutralizar el chavismo en el siglo XXI es aún más importante de lo que fue detener a Bolívar en el siglo XIX. Una vez más, el desboque colonialista de estos no-gobiernos deja en evidencia el profundo temor que le profesan a sus propios pueblos. Deben destruir el “modelo” hoy antes de que sus sociedades se contagien de verdad.
La lección que dio el pueblo venezolano en 2002 marcó un punto de inflexión. Los enemigos de la revolución organizaron durante meses un espectáculo y una narrativa que consideraban infalible. Sin embargo falló. Aquel fue un hecho determinante. Durante aquellos días de abril se lanzó en la opinión pública nacional e internacional una matriz ilustrada con falsos hechos. Alcanzaron así la negociada conclusión de que aquel golpe era consecuencia de la masacre que Hugo Chávez había ordenado sobre pacíficos manifestantes y que, de hecho, aquel presidente uniformado de militar con ínfulas de comunista, ya derrocado, habría firmado su renuncia, se había rendido y había aceptado sus culpas. A pesar de la represión desatada por los cuerpos de seguridad en manos de los golpistas durante las 47 horas que duró aquella aventura, el pueblo salió a las calles bajo lemas eminentemente populares y fidedignos que echaron por tierra aquella conspiración mediática. “Chávez no ha renunciado. Chávez está secuestrado. Devuélvannos a Chávez”, eran las consignas. Un hito. Desde entonces es muy difícil engañar a los venezolanos. Los acontecimientos de hace 18 años les han permitido determinar con un alto nivel de eficacia la cualidad y veracidad de los contenidos que circulan impunemente por los medios de comunicación, en una opinión pública cartelizada, falsa, transgénica y condicionada desde fuera de nuestras fronteras. Un pueblo, como diría Robinson, de hombres y mujeres “de juicio”.
“¿Ha leído U . lo que dice hoy el Sol, la estrella, el relámpago, el telégrafo, el duende, el iris, el fénix, el cóndor, la abeja, el escarabajo?… ¡qué bueno! ¡qué bien! ¡cómo lo pone!”. Hablen, si es menester, todos los animales, revueltos con los astros en Congreso… el Libertador será siempre tal cual es, en el concepto de los hombres de juicio”[4].
Es la memoria histórica popular la que permite el reconocimiento de los valores que confieren identidad y sentido al cuerpo social. En honor a ese pasado consciente que pervive en las neuronas de los pueblos que luchan, revisemos algunas impertinencias a la verdad y a la razón que a lo largo de estas dos décadas de continua batalla se han paseado como verdades absolutas en la mediática occidental, unas con menor éxito que otras. Necesitaríamos gruesos tomos escritos para abordar todos los falsos positivos utilizados como armas políticas y comunicacionales contra la Revolución Bolivariana; sin embargo, vale la pena analizar algunos de los casos más relevantes.
El lector atento podría sorprenderse ante la extravagancia y la enajenación de los argumentos fabricados para atacar a Venezuela. En este recorrido se puede encontrar desde una media mentira hasta una leyenda tan fantasiosa y absurda que delata la patología política y mental de sus creadores. Lo cierto es que cada una de estas matrices tuvo —y tiene— como propósito fundamental contribuir en la construcción mitológica de una suerte de malignidad de la Revolución Bolivariana, algo que los laboratorios del capitalismo sostienen como práctica consuetudinaria sobre cualquier propuesta política y social alternativa al dogmatismo liberal y a su comprobadamente falsa noción de democracia. Parafraseando al Libertador, lo hacen para plagar al mundo de miserias y mentiras en nombre de la libertad.
Las campañas más relevantes contra Chávez
Ya hicimos referencia al origen de los ataques a Hugo Chávez y a la rebelión militar de 1992. En aquellos siete años de transición entre la República que moría y la que nacía, se canalizaron y estimularon los componentes de miedo, odio de clase y el repudio en los sectores más conservadores de la sociedad ante la insurgencia indetenible del proceso bolivariano. Ahora bien, desde que comenzó a sonar con fuerza creíble la candidatura de Hugo Chávez, entre 1997 y principios de 1998, la prensa burguesa emprendió una guerra informativa feroz que pretendía deformar su mensaje. El Comandante Chávez planteaba una ruptura histórica, en paz, rumbo hacia una democracia directa y real. Prometía superar la “cultura adeca” de la política nacional para refundar la República desde sus raíces. Esa cultura a desterrar era la práctica corrupta, amiguista, clientelar, corporativa y proestadounidense que se había impuesto desde 1960, tras la traición al pueblo que derrocó la última dictadura oficial. El bipartidismo elitista de Acción Democrática y Copei, con sus excepciones y matices, corroía aceleradamente la identidad nacional y revertía de forma planificada nuestra muy debilitada soberanía como Estado independiente.
Durante la desigual y acalorada campaña electoral de 1998 circuló por medios audiovisuales una supuesta grabación del candidato Hugo Chávez en la que amenaza con “freír la cabeza de los adecos”. Se demostró que aquello no era más que un montaje para el que contrataron a un famoso actor e imitador de voces que más tarde reconocería su autoría material. Para entonces, todos los factores de la oligarquía estaban alineados en un frente común: un “todos contra Chávez”. El propio Comandante develó la temprana conspiración mediática durante una entrevista, dos meses antes de la contienda electoral. Aquella fábula teatral fue desmeritada por la inmensa mayoría de los venezolanos que le otorgaron una holgada victoria electoral a Chávez, pero aún hoy es utilizada por medios occidentales y los trasnochados relatos de la burguesía local.
El ejemplo anterior fue uno de los tantos fake utilizados durante aquella campaña primigenia. El enemigo apenas estaba en su fase de entrenamiento. La práctica de la mentira y la creación de imaginarios en contra del presidente Hugo Chávez fueron permanentes. En 1999, la propuesta de Constitución que fue elaborada por el cuerpo constituyente fue rechazada por los partidos tradicionales y la cúpula jerárquica de la iglesia católica. En la campaña para evitar la aprobación en referéndum del texto constitucional llegaron a utilizar argumentos totalmente falsos. Alegaban que la propuesta contenía artículos para validar la pena de muerte, desconocer la patria potestad de los padres sobre sus hijos, entre otros. Nada de eso estaba en el proyecto de Constitución presentado al país, aprobado más tarde por el 75% de los votantes.
Uno de los primeros lemas sesgados contra el Gobierno Bolivariano fue el famoso “con mis hijos no te metas”, acuñado por la “sociedad civil”, a propósito de algunas indispensables reformas educativas impulsadas en los primeros años de gobierno. Los medios, ya alineados y partícipes en la planificación del golpe de Estado que se llevaría a cabo en 2002, se dedicaron a propagarla. Según la opinión pública, los educadores cubanos serían los encargados de ejercer la supervisión de los procesos educativos en Venezuela, imponiendo las ideas comunistas, adoctrinando y “cubanizando” el país.
El tiempo se ha encargado de demostrar que ha sido precisamente la oposición quien con frecuencia utilizó niños en operaciones de propaganda. El extremo más notable fue la deificación de los adolescentes convertidos en carne de cañón y escudos humanos durante las llamadas “guarimbas” de 2004, 2007, 2013, 2014 y 2017, una insurrección sediciosa, violenta, caótica y desproporcionada cuyas imágenes trataron de posicionar la tesis de la represión excesiva de los cuerpos de seguridad contra los jóvenes estudiantes que luchaban ante la “dictadura chavista”: el inalterable relato del lobo disfrazado con piel de oveja o, en venezolano, el cunaguaro con piel de chigüire. Trataron también de emular la famosa Operación “Peter Pan”, ejecutada contra la República de Cuba durante los años 60. En 2017, operadores de la oposición planificaron un vuelo irregular y mediatizado de niños y niñas cuyas edades oscilaban entre un mes de nacido hasta los 15 años de edad con la supuesta buena intención de “reunirlos con sus padres” en Perú. No contaban con los permisos, documentos y en muchos casos ni con la voluntad de los niños. La historia, esa inexorable guadaña de la mentira, devuelve a su justo lugar el verdadero sentido de quién es quién en la protección de nuestros niños.
Pero si la familia fue un territorio sensible en el vulnerable imaginario de la clase media venezolana, uno de los objetivos favoritos de los laboratorios fue crear zozobra sobre la propiedad personal y familiar. Lo que comenzó en 1999 como un “te van a quitar tu casa” llegó a ser una campaña más o menos estructurada en 2019, a partir de un supuesto plan “Ubica tu casa” para, decía la especie, ocupar casas de familias migrantes. En esta misma línea no podemos dejar por fuera el mito favorito que anunciaba la llegada de las “hordas chavistas”, los “pata en el suelo” y los “desdentados” —en una bochornosa categorización clasista de los sectores populares— para desalojar a los dueños de sus hogares o, al menos, forzarles a recibir a un extraño y “peligroso” chavista en alguna habitación subutilizada.
No es una historia que pueda ser menospreciada. En distintos momentos de polarización, desde los eventos de 2002, diversas asociaciones de vecinos y juntas de condominio de los sectores medianamente acomodados del país desarrollaron planes de contingencia y combate que incluían la construcción de barricadas y el acopio de ollas con aceite caliente para ser vertidas desde las azoteas de los edificios, con el fin de repeler el inminente ataque de este batallón de pobres descontrolados, estimulados por el propio Chávez, que llegarían en cualquier momento para arrebatarles sus viviendas y sus bienes. La paranoia se desató por los sectores pudientes y medios. Pero la realidad es otra. La Revolución Bolivariana ha logrado que aun bajo el más feroz bloqueo estadounidense contra la economía, se construyan más viviendas por familia que en cualquier otro país del mundo. La Gran Misión Vivienda Venezuela se ha traducido en viviendas dignas para 3 millones 200 mil familias venezolanas en los últimos 8 años. Es decir, el gobierno que supuestamente atentaba contra la propiedad de la vivienda (o los vehículos, o los yates, o las motocicletas de alta cilindrada) es el que le entrega viviendas al pueblo, incluidos sus respectivos títulos de propiedad.
Antes de la Revolución Bolivariana el sistema de salud venezolano carecía del nivel fundamental: el de la atención primaria, el de la salud preventiva. Escasamente se podía encontrar un estudiante de medicina en los sectores populares, donde cumplían con un requisito académico para por optar por el título, una pasantía rural. Mucho menos un médico profesional. En 2003, el Comandante Hugo Chávez, en coordinación con la Revolución Cubana, emprendió la Misión Barrio Adentro, una política integral para garantizar que todos los venezolanos y venezolanas pudiesen contar con profesionales de la salud en sus comunidades. Ante la negativa —por temor— de los médicos venezolanos de participar en esta misión, el Comandante Fidel Castro envió miles de médicos cubanos que llegaron a Venezuela para garantizar el derecho a la vida y la salud, así como con el objetivo de educar a centenares de miles de venezolanos como médicos integrales comunitarios. Los laboratorios mediáticos no se hicieron esperar: “Esos cubanos no son médicos, son militares, son brujos, son babalaos, van a cometer malas praxis, las visitas médicas son para espiar a las familias e identificar a los opositores”, fueron algunas expresiones. Son decenas de millones las vidas que los médicos cubanos y sus pupilos venezolanos han salvado en todas las comunidades del país. A los pocos años se avanzó con Cuba en el desarrollo de un segundo nivel de atención diagnóstica en las zonas populares. Las comunidades venezolanas sienten como propia la Misión Barrio Adentro, los Comités de Salud, las Áreas de Salud Integral Comunitarias. Es, sin lugar a dudas, la política más reconocida, protegida y querida por las mayorías.
Uno de los momentos estelares de estas campañas de difamación inducida se desarrolló en 2007, durante la campaña política de cara al referéndum para votar la Propuesta de Reforma Constitucional. Para ese evento electoral se desplegaron las falsedades sin ningún tipo de pudor, una vez más, haciendo énfasis en la propiedad. La mejor síntesis de aquella treta comunicacional se expresó en una pieza publicitaria en la que se dramatizaba y advertía que aquella modificación de la Carta Magna se traduciría en la expropiación forzosa de negocios, encuadrando el caso en una hipotética carnicería de un noble empresario inmigrante de origen portugués. Este tipo de mensajes logró confundir a un sector importante de la población. El chavismo perdió esa elección por microscópico margen. El talante democrático y pacificador de Chávez no se hizo esperar; a pesar de una campaña plagada de mentiras y miserias reconoció la derrota sin llamados a reconteos o impugnaciones, algo que jamás hizo la oposición venezolana en ningunos comicios. ¿Cuál fue el impacto de la estrategia de difamación contra el proyecto de reforma constitucional en el resultado final? Sin duda, fue significativo, muy significativo tal vez. Ante la ausencia de propuestas originales y la vergüenza a divulgar las propias sólo pueden echar mano a la mentira y la manipulación.
Más mentiras contra Chávez: terrorismo y narcotráfico
Pero las manipulaciones trascendieron a los ataques y calumnias sobre la gestión del Gobierno Bolivariano. También su política exterior y articulaciones internacionales fueron satanizadas. Hugo Chávez, protagonista y arquitecto del proceso de paz en Colombia, siempre actuó con la prudencia y cautela de un garante o facilitador. Sin embargo, se le acusó de apoyar decididamente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con el suministro de armas y financiamiento para desestabilizar al entonces gobierno de Álvaro Uribe. El origen de esta matriz se remonta a 1997. Incluso antes de ser candidato presidencial, Chávez fue acusado por el gobierno de Rafael Caldera de organizar un ataque de la guerrilla colombiana contra un puesto fronterizo fluvial en la región de Cararabo, estado Apure, en el que murieron soldados venezolanos. Tamaña mentira fue asumida oficialmente por Caracas y Bogotá. Como era evidente, jamás hubo pruebas, por lo que el relato languideció y desapareció con el pasar de los meses.
Cada visita del Presidente Chávez a Bogotá era precedida de una falsa matriz. Incluso llegaron a designar enlaces de protocolo de Estado colombiano que acompañaron al Presidente venezolano y que días después aparecían en las portadas de los medios de Bogotá como infiltrados de las FARC. Con la llegada al poder en Colombia de esa vertiente de la oligarquía, vinculada al del fascismo paramilitar, la mentira fue en aumento. En la misma medida en que Chávez se hacía central para el proceso de negociaciones hacia una paz duradera en Colombia era atacado y calumniado con mayor ferocidad. Imposible olvidar cuando ante los medios de comunicación Álvaro Uribe dijo tener en su poder las coordenadas exactas de varios campamentos guerrilleros en territorio venezolano. Al día siguiente, en helicópteros militares venezolanos, decenas de periodistas nacionales e internacionales sobrevolaron las zonas señaladas por el gobierno de Colombia, GPS en mano. El resultado ya se lo puede imaginar el lector: otra mentira más.
Se sumó otra de las obsesiones de las élites colombiana y estadounidense, en particular la “bogotana-mayamera”: catalogar a Venezuela como Estado que patrocina y protege el terrorismo a través de una peculiar narrativa que termina combinando la violencia y la industria de la droga. En los medios de incomunicación la guerrilla perdió su condición y pasó a ser etiquetada por Álvaro Uribe como terroristas, después narcoterroristas y más tarde como narcoterroristas “castrochavistas”. Así la oligarquía colombiana, padre y madre de toda la tragedia y la violencia que ha vivido ese país durante más de 70 años, además de ser dueña y señora de la más grande industria del narcotráfico en el mundo, trataba de trasladar sus responsabilidades hacia Venezuela. Es decir, el Estado colombiano, que promueve y protege hasta con bases militares estadounidenses la producción y distribución de drogas, cuyas instituciones y economía ha sido invadidas hasta los tuétanos por los efectos y vicios del narcotráfico y sus mafias, pretende señalar a otro país, en este caso a Venezuela, de relaciones con el narcotráfico. Tanto cinismo junto parece absurdo, pero tiene su público y, por supuesto, sus medios.
La acusación se expandió luego de que Venezuela rechazara el bombardeo ilegal de territorio ecuatoriano por parte de la aviación colombiana. Semejante acción fue condenada por varios países de América Latina y apoyada por Washington. Según el gobierno de Uribe y su entonces Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, en el campamento bombardeado fueron halladas unas famosas computadoras del comandante guerrillero Raúl Reyes, asesinado en el acto de agresión, que contenían información que vinculaba al Gobierno venezolano con el grupo guerrillero. Luego de este hallazgo, en cuestión de horas, fue anunciado que los supuestos documentos incriminatorios estaban fechados a futuro, según la experticia de Interpol. Curiosa computadora que sobrevivió a un terrible bombardeo que eliminó un contingente militar, pero conservó intacto un disco duro que contenía información sensible que comprometía, enésima oportunidad, la imagen de Hugo Chávez. En cualquier caso, los dichosos documentos de la súper computadora no fueron más que un fake que pudo llevarnos a una confrontación militar con nuestros hermanos y vecinos.
Pero sí existe un relato que desafió los límites tolerables de la razón. Fue aquella aseveración de que los bombillos ahorradores que el Gobierno Bolivariano distribuyó gratuitamente en millones de hogares, para fomentar el ahorro eléctrico, estaban equipados con cámaras y micrófonos espías. Fantasiosas microcámaras que pondrían la vida de cada familia venezolana en las manos del G2 cubano. No hace falta ahondar mucho en el absurdo de esta alocada causa de la oposición extremista. Por increíble que parezca, hubo familias de clase media que prefirieron seguir con los bombillos incandescentes y no instalar los de luz blanca que el gobierno les ofrecía gratuitamente. No querían ser espiados…
En este mismo sentido de lo absurdo, se suma el relato de un diplomático colombiano que en 2006 inventó que en el subsuelo de la Fábrica Nacional de Bicicletas (Fanabi), empresa conjunta Irán-Venezuela instalada en Tinaquillo, estado Cojedes (centro-occidente del país), se ubicaba un centro de enriquecimiento de uranio. El propio Comandante Chávez tomó con profundo humor semejante disparate y aprovechó para llamar a la empresa mixta binacional que se encargaría de la fabricación de estas bicicletas “atómica”. Y como parte de la estrategia de esta operación sostenida de la mentira es reciclar las calumnias para que la duda perdure, en 2018, doce años después, el enemigo de Venezuela Luis Almagro, pidió que “se tomen las medidas necesarias para verificar si Venezuela cumple con sus obligaciones de no poseer armas nucleares, debido a la presencia en el país de una escuadrilla de aviones militares rusos”.
En días recientes, el señor Iván Duque, personaje que ejerce la presidencia de Colombia en nombre de Álvaro Uribe, dio a conocer una “delicada” información de inteligencia. Según sus fuentes, la dictadura ilegítima Nicolás Maduro estaba adquiriendo misiles de largo alcance comprados a la República Islámica de Irán. Esta información, según el connotado vocero, pone en peligro la seguridad “del hemisferio”. Al día siguiente, Elliott Abrams, ese oscuro sujeto de la Administración Trump con las manos empapadas de sangre de Centroamérica, declaraba en los medios que Washington no permitiría que los misiles iraníes, que ya se encontraban en supuesto tránsito marítimo, llegaran a Venezuela. Así como el Comandante en 2006 con las “bicicletas atómicas”, en medio de esta fábula, el presidente Nicolás Maduro afirmó que el señor Duque le había dado una excelente idea, pues los equipos y la tecnología militar persas son de extraordinaria calidad y con Irán mantenemos una cercana y respetuosa relación de cooperación integral. Y Venezuela es libre de obtener y comprar armas al país de su preferencia.
Por cierto, las declaraciones coordinadas de Duque y Abrams nos recordaron la conversación y análisis geopolítico que compartimos con el presidente de Siria, Bashar Al Assad y su equipo durante nuestra visita a Damasco en 2018. Bouthaina Shaaban, la asesora internacional del presidente sirio nos narró su experiencia en una ronda de conversaciones con enviados estadounidenses al principio de la guerra. Contó que en esa oportunidad el señor Abrams tomó la palabra y comenzó a desplegar un relato lleno de falsedades y mentiras evidentes sobre las acciones del ejército y gobierno sirio. La experta tomó la palabra en medio de su indignación para responder y dejar claramente establecido que la intervención del enviando de Washington era falsa, que ninguno de sus argumentos se apegaba a la verdad. Ante esta intervención, Abrams le replicó: “¿La verdad? No se preocupe por la verdad. La verdad la fabricamos nosotros”.
Este testimonio me llevó a recordar nuestra primera reunión con este personaje sostenida en Nueva York el 26 de enero de 2019, tras nuestra participación en el Consejo de Seguridad de la ONU. En lo dicho por Abrams en su intento por negociar con nosotros una ridícula oferta de capitulación nos señaló con el índice e increpó: “¿Hasta cuándo van a permitir ustedes que las decisiones para gobernar Venezuela se tomen en Cuba? ¿Por qué permiten que los militares cubanos le den órdenes a las Fuerzas Armadas venezolanas? ¿Cómo permiten que haya decenas de miles de militares cubanos en toda Venezuela en supuestas labores médicas?”. Recuerdo haber hecho silencio unos 10 segundos, seguramente con una evidente expresión de asombro en el rostro, para después pasar a reírme, hasta con carcajadas, y le dije: “You must be kidding” (usted me tiene que estar vacilando). Y pasé a preguntarle a aquel funcionario desencajado si sus preguntas las formulaba en serio o si aquella reunión la estaban grabando y quería quedar bien con sus superiores, una jefatura aún más ideologizada y sesgada que él. Confieso que después de la risa y de que el “enviado especial de Trump para Venezuela” me ratificara que sus preocupaciones iban en serio, sentí una profunda preocupación, pues todo indicaba que la “verdad” que ellos fabrican sin pudor se la terminan creyendo, y sobre esa base toman decisiones peligrosas. Hubiese sido útil en aquel momento tener acceso a un polígrafo para despejar mis dudas. Tal vez Colin Powell se compenetró tanto con su papel teatral que llegó a creerse el cuento de las armas de destrucción masiva en Irak.
“La opinión pública exagerada es una enfermedad mental,
que como todas las enfermedades
es más fácil de conocer que de curar.
Tiene sus grados, á imitación de las que
afligen al cuerpo.
En el primero, se emprende la curación con
cierta confianza —en el segundo, con poca
esperanza— en el tercero, se receta por distraer
al paciente. Para el estado de acaloramiento
extremo, no conoce remedios el arte”[5].
La contrarrevolución utilizó todo tipo de métodos de desinformación y propaganda para desprestigiar al Comandante tanto en vida como luego de su fallecimiento. En otro giro narrativo le inventaron vínculos con la “magia negra” o espiritismo, siempre aludiendo a “fuentes abiertas” que llegan a acusaciones tan inverosímiles como asegurar que dentro del propio palacio presidencial se realizaban sacrificios animales y baños con sangre de los mismos. El riguroso trabajo de investigación científica que concluyó con la exhumación de los restos del Libertador Simón Bolívar en 2010 fue también catalogado como un acto brujería y “palería” de Hugo Chávez.
En 2006, tras la decisión del Presidente Chávez de expulsar al embajador israelí de Venezuela y romper relaciones diplomáticas con Israel en respuesta a la Operación Plomo fundido del ejército israelí en la Franja de Gaza, el Comandante fue acusado de antisemitismo. Pocos días después se ejecutó un ataque con explosivos contra una sinagoga en Caracas. De inmediato se abrieron las investigaciones correspondientes. Poco más de una semana después, se determinó la responsabilidad de siete policías, entre ellos un funcionario que durante los últimos cuatro años había trabajado como guardia de seguridad personal del rabino de la sinagoga en cuestión. Otros cuatro civiles fueron arrestados por su participación en el atentado. Hugo Chávez jamás confundió lo inconfundible: el pueblo judío en todo el mundo con el Estado de Israel. Esa combinación forzada ha sido parte de las campañas del sionismo para defender las políticas compartidas de Washington y Tel-Aviv. No es de extrañar que el seudorepresentante diplomático fake del autoproclamado Guaidó para Israel sea quien por décadas fungió como rabino mayor en Venezuela.
Otro de los mitos favoritos, y sobre el cual la maquinaria de la propaganda ha puesto la mayor parte de sus esfuerzos son las acusaciones de vinculación de altos funcionarios del gobierno revolucionario con el narcotráfico. Estos intentos están condenados al fracaso debido a que la realidad en cifras es elocuente. Por un lado, ante el hecho incontrovertible de la relación simbiótica que existe entre Colombia y los Estados Unidos: el primero como mayor productor y exportador de estupefacientes del mundo, el otro como el mayor consumidor. Por otra parte, luego de que Chávez expulsara definitivamente a la DEA en 2005, las acciones de Venezuela han sido contundentes.
Aunque no había aún señales en la opinión pública, Hugo Chávez en 2010 profetizaba que el sistema estadounidense eventualmente trataría de desprestigiarlo a través de acusaciones falsas de narcotráfico. Chávez siempre supo predecir la torpe política de agresión de Washington hacia América Latina. En efecto, las instituciones del sistema de ¿justicia? de EEUU avanzaron en una serie de investigaciones ilusorias y en marzo de 2020, fracasada ya su estrategia de golpe de Estado e imposición de un gobierno ficticio en Venezuela, anunciaron investigaciones y órdenes de captura contra el presidente Nicolás Maduro y varios altos funcionarios del Estado. Aunque la vecina Colombia ostenta el mas destacado prontuario dentro del terrible negocio del narcotráfico, se desconoce de algún funcionario de alto rango esté siendo investigado. Ni hablar del señor que preside la República de Honduras por obra y gracia de los carteles de droga centroamericanos y de Donald Trump.
La herencia del presidente Nicolás Maduro
Al tomar el mando de la Revolución Bolivariana, por una combinación de circunstancias sobrevenidas y respaldo popular electoral, el presidente Nicolás Maduro heredó también ser el blanco de los mismos ataques y campañas que su predecesor y maestro. Se les acusa de liderar un cartel de drogas cuyo objetivo es “inundar el mercado estadounidense de la droga”. Droga colombiana, por cierto.
Ya en 2015, el director de lo que queda del diario El Nacional, Miguel Henrique Otero, acusó, junto a otros medios, de narcotraficante al entonces diputado Diosdado Cabello. La opción del entonces Presidente de la Asamblea Nacional fue demandarlos civil y penalmente. La verdad salió a la luz y Otero, prófugo de la justicia venezolana en la actualidad, volvió a quedar en evidencia. Las acusaciones de narcotráfico, que incluyen dirigir un supuesto Cartel de los Soles —que nadie conoce— están basadas en una cadena de fuentes que se originan en la Casa Blanca. Vergüenza propia de un Estado arrogante, aunque fallido. Investigaciones como la del profesor Fernando Casado concluyen (PDF) que no existe ni una sola evidencia de ese inventado cartel y sus acciones. Las únicas fuentes fueron anónimas o procedentes de falsas Organizaciones No Gubernamentales y del Departamento de Justicia, adobadas con el más que cuestionable testimonio de un desertor acobijado y comprobadamente financiado por el gobierno norteamericano. Los organigramas de la supuesta organización criminal encabezada por los gobernantes venezolanos y el ofrecimiento de recompensas por sus capturas emulan la primitiva conducta del lejano oeste.
Durante los años 2014 y 2017, la oposición venezolana apostó por la violencia de calle bajo el formato de las guarimbas, diseñado por venezolanos que hoy viven la dolce vita en Miami. Barricadas, bombas incendiarias, armas de fuego, personas quemadas vivas fueron parte del repertorio que dejó este plan. No eran protestas pacíficas ni reivindicativas, eran acciones con tácticas militares destinadas a generar una insurrección nacional contra el orden constitucional. Las fuerzas del orden público contuvieron la avalancha de protestas sin el uso de armas de fuego, sino mediante el uso diferenciado y progresivo de la fuerza pública, aguantando heroica y estoicamente los ataques de los manifestantes violentos. Los abusos que los efectivos militares o policiales pudieron haber cometido individualmente fueron condenados e investigados. Sin embargo, para los medios de comunicación occidentales durante aquellos difíciles meses era el Gobierno de Nicolás Maduro el que perseguía, reprimía sin compasión, asesinaba y violaba derechos humanos. Cuando en 2017 el masivo voto popular para elegir una Asamblea Nacional Constituyente apagó definitivamente las protestas violentas de más de cinco meses de duración, los gobiernos occidentales y sus medios decidieron desconocer (como si pudieran hacerlo) y condenar la elección del cuerpo político que trajo la paz. Gobiernos como el de Chile y Colombia introdujeron en 2018 un caso contra el presidente Maduro y varios de sus funcionarios ante la Corte Penal Internacional.
Así como señalaron al Comandante Chávez de supuestas actividades terroristas con el partido libanés Hezbolá en 2008, la orquesta mediática global también ha copiado y actualizado la misma acusación contra al presidente Maduro desde 2015, incluso en fechas más recientes. También se vincula al Gobierno Bolivariano de relaciones con Al Qaeda (grupo terrorista made in USA) en un montaje en el que participó la embajada de Estados Unidos en Colombia afirmando que Venezuela se dedica a infiltrar “terroristas” en territorio colombiano para que luego se dirijan a Estados Unidos. Este es un ejercicio claro de lo que en psicología denominan “proyección”. Lo que está plenamente verificado (hasta con las firmas de un infame contrato) es la tristemente célebre “Operación Gedeón”, de mayo de 2020. Con la protección y financiamiento de los gobiernos de Washington y Bogotá, un grupo de mercenarios venezolanos y estadounidenses fue entrenado en la Guajira colombiana para llevar a cabo actos terroristas en suelo venezolano y asesinar o capturar al presidente Maduro.
Durante el año 2018 tuvimos el privilegio de visitar varios países amigos del Medio Oriente. En nuestra visita al Líbano, tuvimos el honor de reunirnos con su Presidente, su Canciller y diversos grupos políticos y sociales que expresan solidaridad con Venezuela. Desde que pisamos suelo libanés, la pregunta insistente de la prensa fue si uno de los objetivos de mi visita era reunirme con el líder del partido Hezbolá. En su momento no entendí tanta obstinación con la pregunta. Meses más tarde, una fuente anónima del gobierno estadounidense informó de una supuesta visita que habríamos sostenido el señor Hassan Nasrallah en la embajada venezolana en Beirut, con unos escabrosos temas de agenda. Día, hora, dirección, la información lucía muy completa con la leve salvedad de que era totalmente falsa. Hace pocos días en la prensa española leí sobre una reunión secreta que habría sostenido el vicepresidente del gobierno de España con nosotros, en el marco de la toma de posesión del presidente Luis Arce. La fantasiosa reunión, según los medios, amenazaba la estabilidad del gobierno español. Con el señor Pablo Iglesias coincidimos durante el almuerzo oficial que brindó el presidente Arce y le saludé brevemente, en medio de la multitud de comensales, como también saludé a la ministra de Relaciones exteriores y al mismísimo rey Felipe de Borbón. A veces da la impresión de que los medios creen que el socialismo se contagia fácilmente.
El año 2019 fue particularmente curioso en lo que a mentiras sobre la revolución y Nicolás Maduro se refriere. Ya no sólo resguardamos, protegemos y financiamos (con recursos del narcotráfico, la corrupción y la comida de los venezolanos) a los más diversos grupos, desde el temible Foro de Sao Paulo, que es capaz de generar rebeliones contra los gobiernos de derecha en toda Suramérica y hasta de promover caravanas de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos. Los procónsules estadounidenses en estas tierras (Lenín Moreno, Iván Duque y Sebastián Piñera) acusaron al presidente Maduro de enviar, desde presos peligrosos hasta agentes de los cuerpos de inteligencia para desestabilizar sus países. La opinión pública chilena y mundial se sorprendieron cuando a finales de octubre del año pasado el señor Piñera afirmaba que estaban en una “guerra” contra un enemigo muy poderoso y despiadado. Un año después se hizo público el informe de inteligencia a partir del cual el Presidente chileno alcanzó aquella conclusión: venezolanos infiltrados encabezados por un tal comandante Carvajalino. Pedro Carvajalino es un venezolano conductor de un espacio de televisión juvenil que jamás estuvo en Chile. El responsable del informe fue despedido y el señor Piñera fue inspirador de infinidad de “memes” en redes sociales. Piñera, que desde la OEA y el TIAR ha amenazado a Venezuela con operaciones militares, pudo haber apelado a un casus beli fake para salir de su laberinto.[6]
Otra vertiente en la cual la coordinación mediática oligopólica occidental es ejemplar, es aquella destinada a subestimar la gravedad de las acciones golpistas y violentas de Washington, sus satélites y la oligarquía venezolana en el terreno. El más que comprobado atentado con drones contra el presidente y buena parte del mando superior civil y militar del Estado venezolano ocurrido en agosto de 2018, —cuyos autores (entrenados en Colombia), fueron capturados y confesaron—, fue tratado en los titulares de los medios tradicionales como un supuesto atentado, un montaje de Maduro, un show de “la dictadura”, etcétera. La operación de mercenarios de mayo de 2020 pretendieron endilgársela al gobierno y al presidente Maduro. Uno no recuerda a la Unión Europea o a algunas instancias de la ONU, muy expeditas para emitir condenas contra el Gobierno Bolivariano, condenado aquellos hechos abominables. Al final, obviaron el contrato firmado por un ex-Boina Verde, un asesor de la derecha regional y un diputado que se auto considera presidente de Venezuela. Le bajaron el volumen al mínimo a una inédita aberración. También subestimaron que toda la preparación de los mercenarios se desarrollara en territorio colombiano, en los lugares exactos que la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, denunció y mostró al mundo desde el mármol de la sala de la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, incluso enunciando las respectivas coordenadas geográficas de los campamentos de entrenamiento, ocho meses antes de los ataques.
El mundo entero fue testigo de la tensión generada en febrero de 2019 en la frontera andina entre Venezuela y Colombia. Una costosísima operación psicológica y comunicacional se desarrolló durante semanas bajo la matriz de la “crisis humanitaria” para tratar de violar la soberanía venezolana al forzar la entrada de “ayuda humanitaria” en territorio venezolano. Artistas de moda, magnates empresariales del espectáculo, presidentes de gobiernos hostiles, vicepresidente de los Estados Unidos y todos los medios de comunicación ejecutaron la obra teatral sin precedentes. El 23 de febrero, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y los distintos organismos de seguridad impidieron de manera magistral la violación de la soberanía nacional. En medio de la confusión, del lanzamiento de piedras, de cocteles molotov, de gases, uno de los camiones con supuesta ayuda humanitaria entró en llamas sobre el puente binacional Simón Bolívar. El titular en el mundo fue: “Dictador Maduro quema la ayuda humanitaria que iba destinada a salvar a su pueblo de la hambruna”.
Aunque cadenas como Telesur desmontaron de inmediato semejante versión, no fue hasta que 15 días más tarde una investigación fotográfica publicada en un famoso diario estadounidense que se comprobó, cuadro a cuadro, que el fuego fue provocado a partir del lanzamiento de una bomba incendiaria por parte de los violentos que desde Colombia pretendían entrar por la fuerza a suelo venezolano.[7] No recuerdo haber leído o visto alguna rectificación o aclaratoria de las decenas de medios y agencias que difundieron la primera versión tergiversada. Casi un mes después, el 10 de marzo, el New York Times luego de seguir la línea original desandó sus pasos afirmando lo que medios alternativos reportaron el mismo día del evento sobre los responsables de la quema de la supuesta “ayuda”: fue un manifestante, y no el “régimen” venezolano, el responsable. El rotativo abordó el caso omitiendo cualquier error del pasado, y ningún medio replicó la “rectificación” indirecta.
La campaña en la víspera de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre no estuvo exenta de presiones ni de manipulaciones. En un episodio para deslegitimar la campaña política del chavismo, diversos medios internacionales fabricaron un falso discurso del vicepresidente del PSUV Diosdado Cabello.
En su rol de candidato, Diosdado estaba en un acto de masas y valoró el rol de las mujeres, quienes son el principal motor de la militancia de base del PSUV. Ellas conforman la mayoría de la vanguardia en organizaciones comunitarias, CLAPs y UBChs de Venezuela. En este acto Diosdado refirió que la militancia femenina ha sido clave, incluso en los núcleos familiares para inducir el voto, convidando a los miembros de familia a levantarse temprano para ir a votar, por tener el rol también de ser, en muchos casos, jefas de hogar.
Diosdado seguidamente, sobre el ejercicio del voto y el rol de las mujeres induciendo el voto entre sus hombres, esposos y parejas, colocó un condimento de humor a su discurso y señaló de manera socarrona que “el que no vota no come… Yo no sé… ”, señaló en referencia al acto sexual.
Pero la construcción de esa farsa mediática usó un fragmento descontextualizado del discurso y se encargaron de pregonar que el dirigente estaba presionando y chantajeando al pueblo con el acceso a los alimentos, en plena congruencia con su falaz argumento de que el país vive bajo una “dictadura”.
Tal vez el clímax de la infamia contra Venezuela lo presenciamos hace pocos días, cuando el equipo legal del cuestionado abogado de Donald Trump, Rudy Giuliani, llegó a afirmar que en estados claves de su país la elección presidencial había sido fraudulenta gracias a un sistema informático diseñado por Hugo Chávez. Es decir, el Comandante Chavéz, a casi ocho años de su partida física, logró infiltrar un sistema informático electoral para robarle la elección a Donald Trump.
Objetivo: el caos de la memoria
El proceso de apropiación de las riquezas naturales de América Latina no avanzaría si se mantiene viva la memoria. Para el imperio es importante confundirla y exterminarla, la mentira es clave. La construcción de una mitología a partir de una serie de relatos que pongan en entredicho la solidez moral y política de la Revolución Bolivariana, de su condición de pueblo, es fundamental para crear las condiciones que permitan liquidarla. Esto va más allá de nuestro país, pretende desmembrar la credibilidad de todos los pueblos en sí mismos. Necesitan que veamos la incapacidad de lograr la unidad en torno a la visión que Chávez propuso mediante UNASUR, el ALBA y la CELAC. La fuerza ética, el compromiso con el sueño originario de Simón Bolívar es una traba en sus aspiraciones hegemónicas para continuar con el saqueo de las riquezas naturales del continente.
El imperialismo invierte infinitos recursos y compra conciencias en la tarea de aislar a Venezuela del proceso de liberación latinoamericano, intentando destruir nuestro liderazgo. El resultado es el desgaste de los consensos en sus foros internacionales cuando de intervenir nuestro territorio se trata. Ante la conciencia de los pueblos no vale el ejercicio de la mentira. Retomamos el preciso sentido de la sentencia de Simón Rodríguez: “Destiérrese de las sociedades cultas el pernicioso abuso de la prensa”. Lo señaló cuando era fundamental la defensa de Simón Bolívar, de nuestra verdad histórica. Nosotros levantamos hoy nuevamente esas banderas por la dignidad y la palabra cierta. Este triste recuento sencillo de las torpezas mediáticas que hay en dos décadas de incongruentes falsedades de las corporaciones de la comunicación nos debe servir como ejemplo para ver en perspectiva los nuevos desafíos que tenemos por la preservación de la verdad histórica. Solo siendo leales con la memoria obtendremos el valor para derrotar a los opresores y construir los sueños pendientes.
Esto apenas fue una muestra ligera de la puesta en práctica de mecanismos de propaganda de una lista infinita. En efecto, como dice el maestro Robinson, se trata de atacar el liderazgo, atacar el modelo, para que nadie lo emule.
Dijo Simón Rodríguez:
“Entiéndase por LIBERTAD DE IMPRENTA:
La Facultad que dan los Conocimientos
para abogar por el bien común;
no,
la Licencia que se toman las Pasiones
para Denigrar al que lo promueve“[8].
REFERENCIAS
↑1 | Simón Rodríguez. En Bolívar contra Bolívar, Biblioteca Ayacucho: Caracas, p .48 |
↑2 | Idem. Sociedades Americanas, Biblioteca Ayacucho: Caracas, p. 42 |
↑3 | Esta defensa se escribió 1828 en Bolivia, y se hizo circular manuscrita. Se imprimió y se editó 1830 en Arequipa, Perú. |
↑4 | Idem. Bolívar contra Bolívar. Biblioteca Ayacucho: Caracas, p .74 |
↑5 | Simón Rodríguez, Partidos, Fondo Editorial El Perro y La Rana, Caracas, 2019, p. 41 |
↑6 | Los medios involucraron al presidente Maduro incluso en las protestas de 2020 en los Estados Unidos. El mismo supuesto poder sobrenatural con el que la Revolución Bolivariana subvirtió los países de América del Sur también se aplicó protestas anti-racistas contra la violencia policial. Por su parte, el presidente venezolano, como es costumbre, se tomó una vez más estas extravagantes acusaciones con su característico humor caribeño. Llegó a referirse a sí mismo como “súper bigote”, un súper héroe del Foro de Sao Paulo que con tan solo mover sus bigotes es capaz de provocar grandes manifestaciones populares en otros países y hasta de derrocar gobiernos neoliberales. |
↑7 | No obstante el NYT reconoce que en el contenido del camión no tenía lo que exactamente se entendía como “ayuda humanitaria” (alimentos y medicinas) alegando que se trataban de “productos de higiene”, coberturas más balanceadas enseñaban máscaras de gas, cables metálicos, clavos y pitos, es decir, material útil para protestas. |
↑8 | Rodríguez, Simón, Obra Completa, Tomo I, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas (2001), p. 291 |
Nota publicada el día 05/12/2020 en el portal del Instituto Samuel Robinson.
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