Entrevista a Luis Do Santo Ardohain

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@mateamargouy

Sergio Schvarz Castro(1)

Con la publicación de El zambullidor, el escritor artiguense se hizo conocido en el mundo literario e incluso esa novela corta ha sido editada en Francia como L’enfant du fleuve por Editorial Yovana de Montpellier y en Brasil por la Editora Diadorim de Porto Alegre como O Mergulhador. Además, por esa obra obtuvo una mención de honor en el concurso literario Juan Carlos Onetti (en 2014).

Nació en 1967, en Calpica (Mones Quintela), pueblo de cañaverales ubicado a orillas del río Uruguay en el departamento de Artigas, al norte de Uruguay. Actualmente reside en la ciudad de Salto.

En diciembre del año pasado se reeditó La última frontera, que en realidad es anterior a El zambullidor y había sido publicada por la Intendencia de Salto en 2008, escrita con la impronta del realismo mágico en una prosa que hace recordar a García Márquez pero sin embargo tan uruguaya, y que a la vez es la característica, el estilo, la autenticidad de Do Santos.

Autor también de Tras la niebla (1992), libro de cuentos y poesías. Participó de las antologías Cuentos de boliche (1995), Cuentos criollos (1999), Cuentos de la Cooperativa Bancaria (2007) y Cuentos de la peste (2020).

Lo que puede doler la ausencia

SSC.- ¿Cómo fue su infancia en Calpica? ¿Y cómo fueron los años de su adolescencia en un internado de Asignaciones Familiares, con el consiguiente desapego familiar? ¿Allí no hay cierta resonancia de Mi planta de Naranja Lima de José Mauro de Vasconcelos?

LDS: “Yo soy hijo de una infancia muy linda, muy agreste. Mi vida fue en el pueblo Calpica, a orillas del río Uruguay, y estoy lleno de recuerdos de mi infancia. Mi viejo trabajaba en la cooperativa de Calpica como maquinista. Manejaba una máquina enorme, recuerdo, que no tenía volante, se manejaba por botones, y hacía un ruido tremendo. Era una motor traila, de la marca Tornapul, me parece que era americana. Dejó sus huellas en la zona, sin duda, porque hacía terraplenes, represas de riego y arreglaba caminos. Mi padre era como una leyenda en el pueblo, se escuchaba de lejos, la gente siempre decía: “bueno, allá viene Casimiro, en la traila”. Para nosotros era una fiesta verlo manejar aquella especie de monstruo que se arrastraba como un gusano entre las cañas, porque tenía una forma particular de andar, y unas ruedas enormes.

“Entre los trabajos que mi padre hacía también era preparar los motores, antes de que empezara la época de riego. Entonces, se zambullía para colocar los “chupones”, en los puestos determinados que se llamaban los famosos levantes, eran lugares medio profundos del río donde se zambullían para colocar los “chupones” para sacar agua del río. Era un oficio riesgoso, riesgoso porque en la oscuridad del río no se ve nada, allá abajo.

“Mi madre era ama de casa, era la que siempre se ocupaba de mi hermana y de mí, andaba siempre atrás de nosotros, porque yo era bastante travieso cuando niño. Me mandé algunas macanas que ellos veían como dignas de meter en algún libro. Todavía conservo a mis amigos de infancia, siempre son como un refugio. Ahí es donde vuelvo cada tanto y hacemos campamentos a la orilla del río Uruguay, donde nos contamos las mismas anécdotas y nos reímos de antes.

Después, cuando terminé la escuela, en el año 80, como nosotros éramos muy pobres y no había mucha posibilidad de seguir estudiando, surgió la posibilidad de ir a un internado, que había en Asignaciones Familiares en la ciudad de San José, en la estación Raigón, cerquita de San José, sobre la ruta 11. Y bueno, allá marché con mis 12 años a cuestas y un susto tan grande que me dura hasta ahora. Hice todo el liceo allí, y fue una experiencia única, distinta, a los niños de mi época, que sin duda me marcó para toda la vida. Una adolescencia distinta, no exenta de dureza, además, que con los años fui aprendiendo a dar gracias haberla vivido porque no sería el que soy hoy si no hubiera sido por esa experiencia.

“Me acuerdo que esa vez, iba sentado con mi amigo Marcos, en los primeros asientos de La Onda. Cuando vi el cartel de Bienvenidos a San José, me di cuenta de lo lejos que estaba de mi pueblo, y de que ya no había vuelta atrás, y ahora como que empezaba a ser otro, para siempre. Creo que ahí descubrí lo que puede doler la ausencia, de estar lejos de los afectos. Pero a la vez eso me enseñó a convivir, me enseñó a construir nuevos vínculos, hice amigos que también sufrían la distancia como yo, y que hoy se convirtieron en mis verdaderos hermanos de la vida.

“Recuerdo que en el internado había una biblioteca enorme, donde yo me hice lector. Allí leí por primera vez Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos, y quedé realmente maravillado para siempre, quedé como “tocado” para siempre. A veces pienso que me gustaría que mis libros causaran, por lo menos en algún lector, el efecto que me causó aquel libro. Eso, realmente me haría un tipo muy feliz”.

SSC.- Hace un tiempo —en una entrevista publicada en Hoy Canelones— usted decía que “veía la literatura uruguaya actual como si fuera una costa lejana, que casi no se veía”, aunque señalaba que el surgimiento de otros escritores —Gustavo Espinosa, Martín Bentancor, Damián González Bertolino, Fabián Severo y Juan Estévez— le daban otra perspectiva. ¿Sigue pensando igual?

LDS: “Ya pasaron tres años de aquella entrevista (¡increíble!), y ahora veo mucho más cerca la orilla. En ese tiempo, además, acaso por una cuestión personal, yo estaba muy alejado de las letras. Y si bien escribía y también había logrado publicar un libro, que era un sueño que traía casi desde niño, no me sentía parte de nada. Más bien era como un orejano escondido entre las góndolas del supermercado, siempre con miedo de asomar la nariz, para ver qué pasaba.

“Después tuve la suerte de conocer, personalmente, en ese tiempo, a un montón de autores que yo había leído y además admiraba —Gustavo Espinosa, Fabián Severo, Martín Bentancor, Juan Estévez, González Bertolino, Pablo Silva Olazábal, Martín Lasalt—, que incluso con algunos compartimos un asado y nos tomamos unos vinos, y alguna charla de esas que son increíbles… Esa fue de las grandes alegrías que me han dado los libros, que es lo que realmente disfruta de los libros.

Después, cuando salió El zambullidor, en Brasil, me preguntaron —para mi sorpresa—, como integrante de un grupo de autores (ellos le llamaban “interioranos”), que escribían lejos de la capital, Montevideo, y habían logrado un lugar destacado dentro de la narrativa uruguaya actual. Para mí eso fue muy removedor. Me hizo pensar en que aquello que alguna vez veía tan lejos, aquella orilla tan lejana, como dicen, era en realidad producto de mi propia miopía personal, era yo que me estaba escondiendo.

Hoy estamos mucho más cerca, incluso a veces nos sentimos parte de todo esta narrativa uruguaya actual”

SSC.- Se ha hablado de su técnica narrativa en la cual se menciona, inevitablemente, a García Márquez. Sabiendo que es una de sus pasiones —sobre todo Cien años de soledad—, ¿es justo que se lo “emparente” con Gabo, o más bien lo molesta esa comparación?

LDS: “La escritura de García Márquez siempre fue un faro, una de mis grandes pasiones. Es el faro que busco siempre, el lugar donde busco cada vez que escribo. Por eso no me molesta para nada que encuentren cosas de Gabo en mi técnica narrativa. La verdad que muy por el contrario, desde siempre busqué mi propia voz para hacer literatura, pero estoy convencido de que esa voz está construida con retazos de muchas voces. Y me siento muy honrado que alguien encuentre a García Márquez entre esas cosas.

“Siempre me acuerdo que me gané un rezongo en el internado, allá por el año 81, me parece, cuando me pescaron leyendo en el almuerzo Cien años de soledad. La verdad que fue un libro que no lo podía soltar, lo llevé al comedor y entre bocado y bocado, con el libro entre las piernas, seguía leyendo. Fue una cosa que a lo largo de mi vida, con pocos libros me sucedió.

Y creo que fue en ese momento que descubrí que podía hacer literatura yo mismo con las historias que se contaban en mi casa, las propias anécdotas particulares de familia de frontera. Yo vengo de una familia de muchas historias, desde siempre los cuentos fueron parte de la vida familiar. Mis dos abuelos contaban muchos cuentos, historias fantásticas, leyendas… Entonces yo me crié en ese mundo donde no había libros pero los libros eran la gente viva. Por eso siempre he tratado de ser un cultor de esa memoria, un militante de esa memoria para que esa memoria no se apague. “Así que soy bastante hijo de García Márquez en cuanto a la escritura, me gusta decirlo y me encanta que lo reconozcan”.

La poesía mejora todo lo que toca”

SSC.- Usted también escribe poesía —tuve ocasión de escucharlo y aún recuerdo la lectura de un poema a su padre en el que tuvo pasajes conmovedores—. Además, lee poesía —junto a su afición por hacer letras de canciones y murga. ¿Qué poeta ha estado leyendo últimamente? ¿Piensa en un libro de poesía? ¿Cuál es la relación entre la poesía y la narrativa?

LDS: “Siempre digo que escribí poesía cuando era bastante atrevido, un inconsciente de las letras. Es probable que no lo vuelva a hacer nunca, por lo menos de forma consciente. Mi paso por las letras de las murgas y las canciones fue circunstancial, un momento de mi vida en que necesitaba hacer algo, necesitaba conocer gente, había llegado a Salto hacía muy poco, y escribir en ese momento para las murgas, por ejemplo, fue lo que me dio visibilidad y me dio contactos sociales. Lo que yo quería realmente era conocer gente y después conseguir un trabajo, para mantener a mi familia, cuando llegué a Salto. Así que eso fue un atrevimiento, en su momento, escribir poesía.

“Pero eso sí, me encanta leer poesía, la poesía me emociona siempre. No podría analizar literariamente nada que sea poesía pero puedo sentirla, y admiro y envidio sanamente a los poetas que pueden decir tanto con tan poco. “Actualmente estoy leyendo a Juan Gelman, en un libro que se llama Hoy, editado por la Biblioteca Breve Seix Barral, que compré una vez, en 2015, en la Feria del Libro de San José (pasaba por ahí justo).

“Pero mi poeta favorito será, desde siempre, Elder Silva, a quien leo y releo tantas veces. Creo que escribir como Elder es lo que voy a soñar siempre, porque Elder era un maestro para decir las cosas. Me gustaría un día poder decir las cosas, contar, como las decía Elder.

“Se ha dicho, sí, que mi narrativa tiene mucha poesía, y puede ser que venga un poco por ahí, porque como me gusta leer tanto después lo traslado. Pero no me gusta que se diga eso porque yo creo que la poesía mejora todo lo que toca, por supuesto obviamente que mejora los textos de narrativa. Por ejemplo yo admiro mucho la forma de escribir de Gustavo Espinosa o Fabián Severo, a quienes considero, personalmente —no sé si alguien estará de acuerdo, o no— que son poetas de la narrativa.”

SSC.- La zona de frontera es única, especial. De hecho la mezcla de lenguas ha dado el portuñol. Hay cierta polémica, arrastrada por el tiempo, sobre la pertinencia o no de impulsar el portuñol, o bien de que el español —el castellano— no sea el único idioma “permitido”. ¿Está de acuerdo?

LDS: “Tenés razón en eso de que la frontera es especial. Creo que tiene la magia de los bordes difusos, eso que está entre la realidad y la ficción, donde la realidad se diluye como el aire. Es como la sangre, se diluye en el agua. Yo a veces tengo la sensación de que en la frontera se vive adentro de una novela todos los días, se está escribiendo todos los días. Yo, como soy un bicho de frontera, siempre criado a un paso de esa otra realidad, me pongo muy contento cuando veo el reconocimiento o por lo menos la visibilidad que está teniendo el portuñol, actualmente. Sé que fue un camino difícil y que todavía falta bastante por hacer, pero lo veo bien posicionado. Hace poco mi hijo, que está estudiando Facultad de Información y Comunicaciones, en la materia de Lenguaje dieron para analizar un texto de Fabián Severo en portuñol. Y cuando me mostró, la verdad para mí fue una alegría inmensa, una cosa un poco mágica.

“Sé que el camino ha sido bastante difícil y falta bastante por hacer, pero lo veo bien, como que se están rompiendo muchos mitos, con respecto al portuñol. Pero mirá que es en base al trabajo de mucha gente, trabajo hormiga de golpear y golpear, escritores, actores sociales, músicos —no quiero nombrar para no olvidarme de alguno—. La verdad que ha sido un trabajo de años.

“Por ejemplo, en Calpica no se habla el portuñol. Es muy probable que sea porque estamos más cerca de Argentina que de Brasil. Pero como yo pasaba mucho tiempo en casa de mis abuelos en Artigas, sobre todo en vacaciones, que eran tres meses, crecí prácticamente escuchando hablar ese lenguaje tan melodioso que es el portuñol. Así que también llevo en la sangre esa forma de decir”.

SSC.- ¿Está trabajando en una próxima obra? ¿Será algo relacionado con el cuento “Marcado”, que integra el volumen, editado el año pasado, de Cuentos de la Peste?

LDS: “Yo siempre estoy trabajando mi próxima obra, pero casi sin trabajar, porque pienso mucho y escribo muy poco, es una característica personal. Es algo que ha cambiado con el tiempo, porque antes escribía mucho más, y ahora como que las cosas pasan mucho tiempo en mi cabeza para saltar al teclado cuando ya casi están listas. Es como si antes el teclado me sorprendiera, me sorprendía con cosas que aparecían, pero ahora casi nunca me sorprende. Suelo sorprenderme, sí, con imágenes en mis pensamientos. “Pero por suerte sigue intacta la pasión de escribir, con esa alegría que le salta a uno cuando encuentra una metáfora, un silencio, un grito, no sé… como un gol en el último minuto. Algo así.

“Puede ser que el cuento “Marcado” sea el comienzo de mi próxima novela, o quizá uno de los cuentos en un posible libro después, pero no hay nada seguro, y la verdad que no estoy para nada ansioso con eso. Por ahora disfruto de La última frontera, que fue un sueño que tenía casi de niño y que por fin se publicó en una editorial a nivel nacional, y a partir de diciembre empezó a caminar, solita. Ahora ya está caminando sola.

Y ahora estamos con la edición española de El zambullidor, que saldrá en España, en febrero, editado por la Editorial Valenciana Tiempo de papel. El mercado español es un mercado al que estamos muy contentos de llegar y además con una expectativa renovada, porque es un mercado muy interesante”.

 

(1) Sergio Schvarz Castro, tiene 55 años, nació en Montevideo. En 1977 tuvo que partir al exilio (México) por la situación política de sus padres. Escribe poemas desde los 14 años y a los 16 años participa de un taller literario en la Biblioteca Nacional de México. Un segundo exilio al mismo país, por temas económicos, le hace trabajar en el desaparecido diario El Día, donde además colabora con reseñas, ensayos breves y publica poesía y cuentos, al igual que en el diario El Universal. De vuelta a Uruguay, participa del taller literario de la poeta Suny Brandi (recientemente fallecida) y luego integra dos libros colectivos (Espigas Literarias I y II) con poesía y cuento. En 2006-2007 trabaja en el diario La Unión, de Minas, siendo el encargado de la edición diaria del periódico a la vez que hace entrevistas, escribe una columna de opinión, y publica artículos periodísticos, poemas y cuentos. Actualmente vive en la ciudad de Tranqueras (departamento de Rivera), y colabora con varios medios digitales del país (La Onda Digital, Granizo, Bitácora Dodo), así como del extranjero (Revista Crítica, critica.cl, de Chile, y Asociación Cultural Retratos Abiertos, retratosabiertos.com, de Perú). Colabora con el Semanario Sol y Luna, que se edita en la ciudad de Salto, desde el año 2016.

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