“escribo para el adulto que potencialmente todo niño lleva adentro” –Sergio López Suárez
Sergio Schvarz Castro(1)
Nacido el 17 de noviembre de 1945 en Salto, Uruguay, Sergio López es escritor e ilustrador con más de treinta cuentos para niños y jóvenes, y además maestro (jubilado) de enseñanza primaria. Premio Bartolomé Hidalgo 2012.
En su niñez solía dibujar y pintar, y fue ganador de varios concursos en Salto.
Su personaje más famoso ha sido Anina Yatay Salas, libro que sirvió de inspiración para la película animada Anina (guion de Federico Ivanier y dirección de Alfredo Soderguit). Esta película fue seleccionada para representar a Uruguay en los Premios Oscar, y fue ganadora en el Segundo Festival de Cartagena como mejor Película y como mejor Dirección.
1.– Me gustaría que nos contara sobre su infancia, en Salto. Porque la infancia —y la juventud— es una etapa muy rica en experiencias y, a su vez, es el tipo de escritura que ha elegido hacer, el público objetivo de su obra. ¿Se podría decir que el mundo de la niñez es “su” mundo?
“Mi infancia en Salto fue muy feliz, porque en primer lugar fui a la escuela Nº 3 que estaba ubicada en calle Invernizzi entre Brasil y Uruguay, y después asistí a la misma escuela, pero ahora ubicada en un local frente a la plaza Artigas en una casa muy grande, con un patio enorme, ahí hice 5º año, recuerdo. En el salón, éramos casi 90 alumnos, y nos sentábamos de a tres. Además, tuve unas maestras, magistrales, a las que les dediqué mi libro Anina Yatay Salas: Amalia Esteva (clase jardinera y Preescolar), Nelda Magnani (1º de escuela), Hilda Magnani (2º año) y Nanina Mijalovsky (4º año), maestras que me marcaron, y que, después, cuando estuve en Magisterio, tuve la suerte de hacer práctica en la misma clase de ellas. Fue muy emocionante el retornar como estudiante magisterial a la misma clase de las maestras. Fue maravilloso.
“Trabajé, trabajé desde que salí de la escuela, fui a una clase de liceo nocturno que era previa a primer año de liceo y además separado, y aprobé e hice todo el liceo nocturno en Salto, después estudié un poco de Arquitectura y después, con todas las asignaturas aprobadas en Arquitectura, me dediqué a estudiar Magisterio y me recibí de maestro en el año 1969, el 23 de diciembre.
“También viví en distintos barrios, vivimos en la calle Agraciada y Teófilo Córdoba, bien en la esquina, en una casa que tenía una escalerita a la entrada, después vivimos en un garaje, cerca de la escuela Nº 8 y de ahí mis padres consiguieron una vivienda económica en Salto Nuevo. Todas esas vivencias de barrio me enriquecieron mucho y sobre todo los años en que anduve en bicicleta repartiendo paquetes de la Farmacia Fénix, en la que trabajé varios años con Nerea Magnani (hermana de las maestras Hilda y Nelda, quienes fueron las que intermediaron para que consiguiera el trabajo en la farmacia).
“Sí, y de ahí, uno adquiere sobre todo en la calle un montón de aprendizajes nada comunes, lo que se llama que uno aprende a “tener boliche”, aunque no, es una frase muy nuestra, el tener boliche no significa que uno se pase en el boliche, quiere decir que uno se ha enfrentado a diferentes instancias de la vida. Y eso le hace muy bien, sobre todo para cuando uno tiene que enfrentar como adulto las responsabilidades de tener una familia.
“Fue una decisión mía, como niño, y puedo recordar a mi madre que se emocionó mucho cuando le dije que necesitaba que me firmara —papá y ella— una autorización para trabajar. Y así fue. Pero detrás de esa emoción era necesario que trabajara.
“Fue una infancia muy feliz, con muchas aventuras, con muchos juegos pero poco tiempo para ser niño, aunque igual nos la ingeniábamos, éramos muy pícaros. Mi padre era muy creativo, nos hacía los juguetes y mis hermanos eran geniales, muy alocados…
“La verdad no sé si el mundo de la niñez es “mi” mundo, si es mi “fuente” literaria. Lo que sí sé es que escribo para el adulto que potencialmente todo niño lleva adentro. Eso siempre lo tuve claro. Siempre todos dicen que todo adulto lleva un niño adentro. Y yo, como suelo jugar con el derecho y el revés, digo que es al revés. Todo niño lleva potencialmente un adulto adentro. Y es así. Los niños suelen ser mucho más represivos que los adultos, más transparentes, más creativos, más libres, menos contaminados —aunque en la época en que estamos viviendo la contaminación, no sólo de la naturaleza sino la contaminación visual, a través de los juegos electrónicos excesivos, perjudica—. Y no estoy en desacuerdo que los niños jueguen esos jueguitos electrónicos, pero la excesiva dedicación crea, además, una adicción, como cualquier actividad a la que uno le dedique demasiado… También el trabajo puede convertirse en una adicción”.
2.- Luego, en el año 1976 se traslada a la capital del país, con su familia. ¿Qué pasó? ¿Cómo incidieron las circunstancias políticas —la dictadura— en esa decisión?
“En julio de 1976 nos tuvimos que trasladar a Montevideo. Nos prestaron un apartamento (el 402) en el Palacio Salvo para residir. Y nos fuimos porque nuestro primogénito Ernesto había sido operado de un tumor en el oído y el otorrinolaringólogo que lo operó fue el doctor Alberto Castillo, una eminencia, grado 5, y volvimos a Salto. Pero él lo había operado unos meses antes, y hablando con el doctor Bonilla, me dijo que lo mejor estaba acá en Montevideo, y nosotros, con mi señora, estábamos muy preocupados y decidimos venirnos para Montevideo. Irnos de Salto significaba mucho, porque era una época muy difícil, yo estaba, seguramente, en la lista para ser destituido —todavía no había sido destituido— y quería que un profesor que me dijera a qué otorrino de Montevideo yo podía consultar en Montevideo. Yo ya conocía a Drexler, porque había ido a hablar con él de “careta” nomás, de audaz, de padre desesperado, unos meses antes (él me atendía gratuitamente, porque yo le dije que era maestro y no podía pagar más que el pasaje). Yo viajaba con Ernesto desde Salto a Montevideo y Drexler lo trataba.
“Pero entonces, cuando lo operaron y vimos que tenía que ser atendido mucho más profundamente, decidimos trasladarnos. Ahí fuimos al Palacio Salvo, y visitamos a casi todos los médicos más importantes que existían, otorrinos, y todos nos trataron con mucha amabilidad. Por suerte, gracias a eso, Ernesto está casado, tiene un hijo precioso, Tiziano, y una compañera, Estela.
“Curiosamente, fui a pedir trabajo en Primaria en esa época terrible de dictadura, y me dieron trabajo adentro, en el Consejo de Primaria, en plena dictadura, seguramente estaba pendiente mi destitución… Y trabajé, desde el 76 hasta julio del 77, un año, y me “descubrieron”, porque me había escondido en el lugar más insólito que era el núcleo de donde me andaban buscando… Me habían buscado para destituirme y no me habían encontrado, claro, la burocracia del traslado y todo eso es difícil de seguir. Ahí me favoreció, por una vez, la burocracia. Me descubrieron, vino la destitución, y yo estaba dispuesto a que así fuera.
“Fue un momento duro, además yo tuve que buscar otros empleos, buscar empleo en un lugar donde no me conocían. Por suerte, mi profesora Myriam Albizu tenía su hermano, que tenía una empresa de publicidad, Albizu Publicidad. Me consiguió unas horas y allí trabajé muy bien, fui muy bien recibido. Fue de esas ayudas que son “fascinantes”. Trabajé unos años ahí, después trabajé en Citizen, una empresa que importaba relojes, una empresa importantísima, y después en otra empresa que abrieron ellos mismos, hasta que echaron a un montón de gente…
“Ahí me fui vinculando con la literatura infantil, a través de una revista preciosa que se llamó Colorín colorado: una de las pocas revistas de resistencia de la literatura infantil uruguaya. Es más, el original de la carátula está en el Museo de la Memoria. Y está también —¡qué curiosidad!— el primer libro que yo ilustré que se llama Antología de la narrativa infantil uruguaya escrita por el maestro José M. Obaldía y Luis Neira (EBO, 1977). Fue el primer trabajo profesional que hice para Banda Oriental, que me pidió que lo ilustrara. Son dos libros referentes de lo que fue un intento de resistencia cultural de la literatura infantil uruguaya. Incluso se puede entrar en la página del museo y se llega a ver en una vitrina el libro (apenas se lo ve), el sapo (Saltoncito) de Francisco Espínola, de la tapa que ilustré yo, por supuesto, y también el original de la tapa de la revista Colorín colorado. Eso es muy gratificante.
“Por cierto, el apartamento 402 del Palacio Salvo fue un refugio de muchísimos salteños que andaban ahí en la vuelta y convivieron con nosotros —no voy a decir que les dimos asilo porque suena muy pedante—, los recibíamos, dadas las circunstancias, y nos revolvíamos como podíamos. A veces había momentos de mucha tristeza, de gente que era perseguida, y otros momentos de mucha alegría porque a veces venían y se reunían en casa. Y no teníamos nada, era una situación muy difícil, pero teníamos la amistad de gente que nos visitaba permanentemente y nos apoyó en momentos tan difíciles, en seguir la enfermedad de Ernesto y sacarlo adelante como pudiéramos.
“Quedó una frase del Palacio Salvo. Teníamos el marco de un cuadro, un cuadro que había dejado Oswaldo Paz, pero el cuadro estaba por un lado y el marco por otro, quiere decir que el marco era un marco vacío, sin obra artística, y cuando nos veíamos muy mal decíamos “arriba el cuadro” y subíamos el marco. Decíamos así: “arriba el cuadro, aunque sólo nos quede el marco”. Y entonces teníamos el marco ese colgado en la pared y a veces lo subíamos un poquito. Quedó lleno de agujeros la pared. Lo subíamos porque era una forma de darnos ánimo, aunque había un hueco, un hueco que era la dictadura”.
3.- ¿Qué fue primero: maestro, escritor o dibujante? Todas estas se retroalimentan e interactúan con el público infantil, que es el mismo, ¿o no? de donde obtiene el material “en bruto”.
Primero fui ilustrador. Me inicié como ilustrador del diario El Pueblo, en una sección que tenía Fausto Carcabelos (que da nombre a los premios Fausto que otorgan en Salto) que se llamaba Estampas de mi ciudad. Después también fui ilustrador de un suplemento que sacamos como estudiantes magisteriales que se llamó Rayuela, en el cual trabajaba el maestro Carlos Díaz Abreu, quien lamentablemente murió muy joven, junto con otro grupo de compañeros que pertenecíamos a la gremial de estudiantes magisteriales (ADEMINOS, Asociación de Estudiantes Magisteriales Instituto Normal Oficial Salto). Ahí hacíamos un suplemento, creábamos nosotros para ayudar a los maestros, teníamos veleidades de creadores (risas), lo hacíamos con mucho gusto, seleccionando poesías, cuentos cortos, juegos, todo para aportar a los docentes de Salto. Una época muy linda. Gané muchos concursos de afiches, como en la Asociación Odontológica de Salto fue el primero que me impactó mucho que ganara un premio, y también gané el primer premio del Concurso Campeonato Mundial de Básquetbol subsede Salto, donde fue un primer premio compartido que sorprendió a mucha gente.
“Yo no tenía nada para hacer el afiche, inclusive no tenía ni tablero, me acuerdo que tuve que sacar las puertas del cuarto de dormitorio de mis padres, que vivíamos en la calle Joaquín Suárez 851, ellos me las prestaron, las puse arriba del respaldo de una silla y ahí trabajé. Tuve que comprar un Watman, que era carísimo. Fue bien audaz. Y fue curioso porque pinté el fondo con pintura al aceite, pero después las letras tenía que hacerlas con témpera, que era lo que tenía para pintar, y la témpera sobre pintura al aceite no agarraba. Recuerdo que llamé a un amigo, el vasco Suárez, que hacía serigrafía, le conté el problema y me dijo: “Mirá, Sergio, agarrá una barra de jabón, pasás el pincel primero en el jabón y después en la tempera y con eso vas a poder, queda fija la pintura”. Y sí, así fue. Era muy curioso, parecía una murga dijera Datus Albizu, que estaba en la directiva que decidió sobre ese premio. Fue un éxito para la época y para la edad que tenía me pareció fantástico.
“Después fui maestro y después fui escritor de casualidad ya estando en Montevideo, cuando reuní una serie de ilustraciones. Yo les hacía tarjetas a mis amigos, en esa época tan difícil de la dictadura, del 402 del Salvo, y hacía unos dibujitos con unos personajes que inventé a partir de lo primero que había dicho Ernesto, nuestro hijo que estaba enfermo, y los llamé los UH. En verdad todos le dicen los “u hache” pero son los u porque la hache no suena, pero sí acompaña el silencio que es una de las maneras más magistrales de acompañar a alguien. A veces hablar mucho no ayuda, capaz que con sólo la presencia, y que el otro sienta la energía de la amistad, de los deseos de acompañar en los momentos difíciles, es fundamental.
“Me inicié, entonces, con Stoz, El país de los UH, después conocí a Ana María Bavosi (maestra, bibliotecóloga, master en LIJ – Literatura Infantil Juvenil), porque ella conoció la revista Colorín colorado, y me invitó a iniciar una colección que se llamó Leer para disfrutar y pensar, y yo me encargué de controlar la parte gráfica. Salieron 14 títulos, uno de ellos, de mi autoría, terminó en Estados Unidos, que se llamaba En el barrio, y también uno de Horacio Casinelli, Fiesta de disfraces, y uno de Julián Murguía, Retratos. Y uno de Susana Olaondo, La tía Merelde. Esos libros fueron editados en Estados Unidos para los habitantes de habla hispana.
“Y ahí seguí, trabajé mucho. Y Derechos de la naturaleza fue uno de los libros que me dio muchísimas satisfacciones, este lo presenté en Salto y fue presentado, nada más ni nada menos, que por Amalia Zaldúa, magistral profesora que tuve en Magisterio, sensacional directora del Círculo Cantares.
“He tenido una suerte bárbara, con los profesores, con las maestras, con todos. Y soy producto de eso”.
4.- Una de sus pasiones, aparte de las adivinanzas, es diseñar libros “raros”, con ilustraciones que cambian si las ponemos “patas arriba”. ¿Se trataría de un concepto de libro-objeto?
“Sí. El libro como objeto dice mucho de la intención lúdica que durante muchos años intenté darle al soporte de textos que escribí. Mi primer libro editado a 4 tintas, que fue Derechos de la naturaleza, se abría hacia arriba, el lomo se ubica paralelo al horizonte. Fue un recurso que después utilicé en otros libros como ¿Qué es esto?, ¿Cómo nacen los libros?, La galera roja, Haciendo monadas… Me gustó esa forma de utilizar, abrir hacia arriba los libros. Pero además de esos que nombre, La galera roja, Haciendo monadas y En el barrio, tenían una particularidad, que tienen como ventanitas que forman una imagen virtual, que uno va levantando las ventanitas, digamos la franjita (son varias franjas) —es una picardía que se dio de casualidad doblando hojas—, uno levanta la página y va cambiando la ilustración. Y detrás de esa paginita que uno levanta está el texto que va contando, que narra la historia que intento transmitir. Entonces, es un libro muy atractivo para jugar.
“Y lo de “patas arriba”, que está en la pregunta, es muy curioso, siempre me gustó el dar vuelta el mundo. Yo era de los que miraba, cuando niño, cuando uno se vuelve sobre uno mismo, se da vuelta así y mira entre las piernas y ve el mundo patas arriba. Me encantaba esa sensación de ver el mundo al revés. Como está ya al revés de por sí, era una forma de enderezarlo, supongo.
“Tuve una suerte con eso de hacer libros “patas arriba”, se me ocurrió mandar a México a un concurso que hacían, y que ahora no lo hace más el Ministerio de Cultura de allá, hacían un concurso con todos los que quisieran presentarse. La vez en que yo me presenté había 15 mil títulos. Después hicieron una selección y quedé entre los 750, con el libro ¿Qué es esto? Y ya cuando quedé entre los 750, porque a mí me avisaron por mail desde México, yo ya estaba feliz. Me dije: “bueno, de 15 mil que quede entre los 750 elegidos estaba contentísimo”. Pero bueno, no, tuve más suerte todavía. El libro fue elegido y finalmente quedó entre 150 libros de todo el mundo y se editaron 62 mil 200 libros para repartir gratuitamente en todas las escuelas de México. Así que allá anduvo dando vueltas el libro, fue hace unos cuatro años, pero fue una gratificación inmensa saber que el libro iba a estar recorriendo los distintos pueblos mexicanos, llenos de niños. Y como es un libro además tan divertido… Ahora ya no, ese libro ni siquiera está editado, se agotó y no volvieron a editarlo”.
5.- El hecho de que Anina Yatay Salas haya sido llevada al cine, e incluso que haya sido premiada, ¿ha repercutido, y en qué forma, en su obra posterior?
“Anina, la película basada en el libro Anina Yatay Salas, fue llevada al cine por Alfredo Soderguit y un equipo de más de 25 jóvenes, y llegó a recorrer 38 países, y fue multipremiada, al punto que llegó a ser elegida por la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay para representar al país para la 86 edición del Oscar de la Academia de Hollywood. Por una situación delicada, porque Anina estaba en segundo lugar, primero estaba el documental El Bella Vista, de Alicia Cano Menoni que no pudo ir porque no tenía el formato necesario y no les daba el tiempo para rehacerlo. Lo aclaro porque es injusto decirlo que estaba en segundo lugar y fue porque nuestra película —y digo nuestra porque la historia era mía— sí estaba en ese formato, es decir que estaba en segundo lugar para ser enviada, y entre no enviar nada y enviar una película, enviaron Anina.
“Después fue multipremiada, recorrió 38 países, recibió de todos los premios y tiene las críticas más hermosas de una película. Pero influyó mucho en el interés que se despertó por el libro, porque curiosamente la película es presentada en el 63 Festival de Berlín en abril de 2013, y el libro había sido editado en 2003, y pasaba desapercibido y no era muy conocido. Pero en sí, por supuesto que le dio un impulso bárbaro sobre todo cuando Criatura Editora en el 2013 lo edita, porque ya Alfaguara había decidido no editarlo más (Alfaguara nunca le dio importancia al libro). Y fue un éxito bárbaro porque además Alfredo, con muy buen criterio, utilizó las mismas ilustraciones que había usado en la edición anterior, la primera, la de 2003, y le dio una tonalidad y un diseño gráfico fantástico, que es el que tiene hasta el momento y ha sido un espectáculo como difusión, además como libro objeto quedó precioso.
“Luego de eso, después de muchos años, decidí escribir una segunda parte porque una niña me preguntó —muchas veces me escribían que por qué no hacía una segunda parte de Anina, y no me nacía, yo nunca había pensado en una saga de Anina—… Pero pasó algo muy curioso, entre los cientos y cientos de pedidos de que hiciera una segunda parte, porque Anina tiene un mail que es: [email protected] y una niña me dijo, “¿por qué no escribís un libro de Anina después, de veinte y pico de años que tendría?”. Y yo le dije, recuerdo que le escribí con mucha ternura: “¿sabés una cosa, qué tienen de magia los personajes de los libros? Que Anina, así pasen 100 años, siempre va a tener 10 años. Como se inicia el libro: “Me llamo Anina Yatay Salas, tengo diez años y estoy metida en un lío de novela”, esa es la primera frase que dice el libro, y nunca va a dejar de tener 10 años.
“Entonces es la fuente de la eterna juventud o de la forma de quedar encallada en una edad para siempre. Otros tienen el criterio de que al personaje lo hacen crecer… Me parece genial, pero para mí no es así. Y cuando escribí la segunda parte, no hace tanto Anina Yatay Salas 2, seguí, como que Anina pasa de 5º año, que estaba en el primer libro, a 6º año. Este libro salió en el 2019, quiere decir que habían pasado 16 años de la primera edición de Anina, y 6 años de la reedición por parte de Criatura Editores”.
6.- En este caso el palíndromo ¿es una forma lúdica? ¿Cómo incide el juego en la enseñanza y en la escritura?
“El palíndromo sí, es una forma lúdica de presentar los textos. Además me encanta, porque viene a ser una traslación del mundo al revés pero en las letras, en el texto. Y es muy interesante intentar hacer palíndromos porque aumenta la creatividad. Así como me gusta escribir adivinanzas, es un desafío que he tenido y tengo varios libros y tengo cientos de adivinanzas. Unos que ya no estás, que se llaman Adivinanza de terror, que lo escribí con Malí Guzmán, y Adivinanza en la escuela, que son dos volúmenes distintos y que se vincularon mucho, y después tengo uno muy lindo, que fue ilustrado por Alfredo Soderguit, con tapas duras, que salía muy caro para aquella época, que se llama Leer, mirar…!Adivinar!.
“La adivinanza tiene una gran virtud para los niños —y para los adultos también— porque es como un juego de detectives. Si uno lee bien los datos que tiene, puede descubrir al asesino. Yo los escribo pensando en determinado objeto y empiezo a trabajar la cabeza y lo tomo así, como un juego para estimular la lectura, la diversión. El juego, la diversión y el humor, es parte, sí, de mi forma de enfrentar las bonanzas y los reveses de la vida. No escribo intencionalmente con humor, mi humor me nace naturalmente. Por ejemplo, mi último libro editado, Minicuentos infinitos es una fuente de humor y disparate permanente, que lo escribí riéndome yo a las carcajadas, porque me encanta la creatividad que te surge así y volcarla a los textos”.
7.- De la mano de Anina parece haber llegado cierta forma de la fama. ¿Esto lo ha afectado, o su vida sigue igual?
“Respecto a la fama, que mencionás en la pregunta, la fama es puro cuento. Yo recuerdo que fui propuesto para ser Ciudadano Ilustre de Salto, la mayoría de los ediles blancos y colorados argumentaron que no sabían de mi existencia. Ni de mi existencia ni de mis casi cuarenta libros, y varios de ellos editados en distintos países, en Estados Unidos, en Chile, en México, en Argentina, hasta en Corea. Tengo un libro en coreano que tuve la suerte de que el cónsul, que en su momento estaba en Corea, me enviara gentilmente ejemplares a través de la valija diplomática, y lo tengo editado en coreano, con un respeto a las ilustraciones que las había realizado yo, que son todas collage.
“La fama es puro cuento, ya verás, y no ha crecido en nada, sigo siendo un ilustre desconocido… Me han conocido más por el mural que pintó José Bacino en la Biblioteca Infantil Elisa Lisasola, de Salto, que está frente a la Plaza Artigas, que por mis textos. Se difunden más los murales que la literatura.
“Mi vida no ha cambiado nada, mi sigue igual porque la fama no existe, en el barrio son muy pocos los que saben que yo escribo, no soy tampoco un buen promotor de mí mismo, no es mi forma de ser. Entiendo que otros escritores lo hagan, y que se promocionen, me parece perfecto, pero no es mi manera de ser y a esta altura, con 75 años, no voy a cambiar”.
8.- Por último, una reflexión sobre la literatura infantil en particular en Uruguay (si se lee, problemas con editoriales, etc.) y en general.
¿Cree que es útil en estos tiempos de emergencia sanitaria?
“La literatura infantil juvenil (LIJ) en el Uruguay tuvo un boom en el año 1990, y uno de los impulsos que considero que fue dado fue gracias a esa colección Leer para disfrutar y pensar que fue concebida por Ana María Bavosi, en la cual trabajé, salieron 14 títulos, donde se tuvo en cuenta el tamaño de la letra, que es fundamental, el largo de la línea para que no le dificulte la lectura a los niños, y la presentación ya a cuatro tintas, otra forma de atraer y de disfrutar, porque se disfruta lo que tiene color, y después la variedad de ilustraciones. Porque tenemos geniales ilustradores, hay una página que se llama Ilusos, que recomiendo que la visiten, porque son ilustradores uruguayos (Ilusos le pusieron porque es una ilusión creer que se puede vivir de eso, solo de la ilustración de libros). Además, estos ilustradores han crecido de forma extraordinaria. Y el nacimiento de lo que se llama en Uruguay los libros álbumes. Había una experiencia previa pero no con la contundencia que existe ahora.
“Los libros álbumes es una categoría que la Cámara Uruguaya del Libro ahora incluyó para los premios Bartolomé Hidalgo, que seleccionan obras, y, en este caso, no estaba considerado el ilustrador como parte de ser autor, pero entonces se creó esta nueva categoría que es libro álbum y se seleccionan tres. Desde el 2012 tengo ganado dos premios Bartolomé Hidalgo con ¿Y esto qué es?, que me dieron dos, uno como autor y otro como ilustrador. Y como ambas tareas fueron realizadas por mí, me dieron los premios.
“Y tengo otros libros álbumes editados Wacala los miedos, primero lo hice yo, y que circuló por todo el mundo, y que lo editó nada menos que Sebastián Santana, que él firma Sant´ana, en un formato ya más grande, distinto. Tengo El misterio del monte celeste y Tres tristes pumas, que los editó Alfredo Soderguit, que son libros álbumes muy lindos. Al texto lo enriqueció mucho el trabajo de Alfredo. Estaba pensado para hacer varios libros más, que tengo escritos, pero por la situación económica se complica un poco las cosas, no es nada barato sacar libros, sobre todo si no los compran.
“Con respecto a las editoriales, siempre digo lo mismo. Los autores ganan el 10% de lo que cuesta un libro al público, y sobre eso, de lo que cobra le sacan un 7% para el IRPF, aunque los libros no pagan IVA pero supuestamente es para cubrir un eventual exigencia de la DGI. Son chirolas. De los escritores que conozco nadie escribe para ganar dinero. Acá, a mi casa, han venido muchos escritores que ahora son conocidos, a consultarme cuando se iban a iniciar, y yo les decía: “Si pensás ganar dinero con esto, desde ya te digo que no te da”. Si tu idea es expresarte, compartir y romperte el alma después recorriendo editoriales, esperando que los lean, a veces pasan hasta tres años para que te contesten y el libro se concrete… Por eso es una fiesta cuando sale un libro, por eso se los presenta.
“Nadie entiende, no es sólo la promoción del libro, es una fiesta de recibida, donde uno recibe el libro porque nace finalmente y una vez que nace tiene la posibilidad de ser conocido por otros. Es muy complejo lo de las editoriales, porque las multinacionales tienen unos contratos muy severos, si uno tiene que andar hablando y tratando de mejorar las condiciones del escritor, porque si uno lee un contrato… Yo los leo y me río, porque todo es a favor de la editorial, los derechos de autor, los derechos del autor, son los mínimos, inclusive antes nos daban 25 libros por cada edición de un nuevo título, y por cada reedición nos daban 10, y ahora bajaron eso. Uno tiene muchos compromisos, quiere regalarlos a bibliotecas populares, entonces uno se pregunta: ¿pero qué sentido tiene?
“Y en esto me juego porque hablar contra las editoriales parece algo fuera de contexto, no es políticamente correcto, eso lo sé. Son las que nos ayudan a publicar los libros, lo tengo bien clarito, pero las cosas tienen que ser claras, hay que saber cómo es. Me parece que es fundamental que se tenga en cuenta al autor y al ilustrador. Logramos que el ilustrador consiguiera, a veces, en algunas oportunidades, modificar una cláusula y que se le diera al ilustrador un pequeñísimo porcentaje, un 2% del precio de venta al público.
“Un promedio de buena venta son mil libros al año, en el Uruguay, porque la gente cree que se venden millones de libros. No, no es así. Que se lee muchísimo más, sí, porque hay muchísimos más autores. Y tenemos el caso de Susana Olaondo, que ganó el Libro de Oro que se otorga cuando se venden más de dos mil libros en un año.
“En este tiempo de emergencia sanitaria creo que la lectura es importante ahora digamos que es casi un refugio, pero en el caso de que no hubiera “plandemia” —como la llamo yo— es fundamental igual. La lectura es fundamental para todos, y la lectura infantil es la que prepara a los futuros lectores adultos, hay que tener en cuenta eso. El hábito lector se crea desde muy chico. Hay excepciones, te diría que yo soy una excepción, yo no leí de chico, y no leí porque trabajaba. En la escuela se nos leía, sí, la maestra Nanina Mijalovsky nos leía el libro Corazón.
“Hace poco, dos meses, alguien se enteró y me envió el viejo libro Corazón, de Edmundo D´Amicis que nos leía Nanina, porque yo conté esa anécdota y se ve que se sensibilizó una persona, futura bibliotecóloga, que ya se recibió. Para mí fue maravilloso recibir ese libro”.
(1) Sergio Schvarz Castro, tiene 55 años, nació en Montevideo. En 1977 tuvo que partir al exilio (México) por la situación política de sus padres. Escribe poemas desde los 14 años y a los 16 años participa de un taller literario en la Biblioteca Nacional de México. Un segundo exilio al mismo país, por temas económicos, le hace trabajar en el desaparecido diario El Día, donde además colabora con reseñas, ensayos breves y publica poesía y cuentos, al igual que en el diario El Universal. De vuelta a Uruguay, participa del taller literario de la poeta Suny Brandi (recientemente fallecida) y luego integra dos libros colectivos (Espigas Literarias I y II) con poesía y cuento. En 2006-2007 trabaja en el diario La Unión, de Minas, siendo el encargado de la edición diaria del periódico a la vez que hace entrevistas, escribe una columna de opinión, y publica artículos periodísticos, poemas y cuentos. Actualmente vive en la ciudad de Tranqueras (departamento de Rivera), y colabora con varios medios digitales del país (La Onda Digital, Granizo, Bitácora Dodo), así como del extranjero (Revista Crítica, critica.cl, de Chile, y Asociación Cultural Retratos Abiertos, retratosabiertos.com, de Perú). Colabora con el Semanario Sol y Luna, que se edita en la ciudad de Salto, desde el año 2016.
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