Inés Cortés
Reflexionar sobre el 8 de Marzo del 2021 en Uruguay, nos lleva en primer lugar (e inexorablemente) a plantearnos lo distinto que es este de los anteriores.
Como sociedad estamos transitando y sorteando los estragos que dejó (y continúa dejando), la COVID 19, estragos no solo sanitarios, sino económicos y sociales. Éstos ùltimos son de hecho los que más consecuencias a mediano y largo plazo nos dejarán. Los daños económicos y sociales persistirán en la sociedad, más allá de la superación sanitaria de la pandemia. Esto sucede a nivel mundial, y en Uruguay se agrava por la ausencia de políticas sociales de amortiguación de los impactos negativos de la crisis.
A nivel mundial la precarización social de las mujeres se agravó con la crisis sanitaria. Fuimos las primeras en quedarnos sin trabajo, las primeras en hacernos cargo de los cuidados del hogar en cuarentena cuando toda la familia se quedaba adentro, las primeras en dedicarnos a cuidar a los enfermos, etc. La triple jornada laboral de las mujeres (de cuidados, tareas domésticas y trabajo remunerado) se agudizó en todo el mundo, pero además se le sumó la “hiper-precarización” de nuestras vidas.
Uruguay no fue ajeno a estas problemáticas sociales que nos atraviesan a todas las mujeres (en mayor o menor medida) en el mundo, por el contrario, las acrecentó con un Gobierno neoliberal que le dio la espalda más que nunca a las mujeres uruguayas. A las mujeres todas, pero principalmente (por el clivaje de clase del Gobierno Nacional) a las mujeres trabajadoras, a las mujeres pobres, a las que habitan los barrios, a las que defienden y sostienen el entramado social de protección de los y las más pobres.
Fueron las mujeres las primeras en organizar ollas populares para garantizar la alimentación a la gente del barrio cuando vieron volver los años grises en los que no había para comer. Fueron las mujeres, madres y abuelas las que sostuvieron la semipresencialidad en las casas, y en las escuelas las maestras, que hicieron malabares para adecuarse a una situación excepcional con autoridades educativas completamente ausentes y omisas.
Fueron también las mujeres las que se organizaron para demandar la reapertura de las escuelas; las que reclamaron por el alimento escolar de sus hijos cuando estalló la pandemia y la incertidumbre paralizó al Uruguay.
Fueron también las mujeres las primeras en salir a defender a sus hijos cuando la policía irrumpió en los barrios de manera abusiva.
Fueron también las mujeres las que vivieron la agudización de la violencia de género y doméstica cuando se vieron obligadas a confinarse con quienes las violentaban mientras el Gobierno recortaba el presupuesto de atención a las víctimas en todo el territorio nacional pero principalmente en el interior del país.
Son las mujeres hoy, las que están mayormente en situación de desempleo, son las mujeres también las que “llenarán” esos nuevos tres puntos de pobreza de los que habló la ministra de economía Azucena Arbeleche.
Somos sin duda las primeras en pagar los platos rotos de una política neoliberal, antipopular, y patriarcal, de ajuste, represión y precarización de nuestro pueblo.
Este año el 8M será transitado desde otro lugar, con un artículo de la constitución reglamentado que limita las manifestaciones a causa de la pandemia, pero, y a pesar de esto, se darán movilizaciones en todo el territorio nacional, movilizaciones en los distintos barrios, descentralizadas y fomentando la organización local y territorial, porque sabemos que a lo adverso le hacemos frente “todas las mujeres en todas las calles”.
El nuevo escenario nacional, nos exige asumir un nuevo desafío desde los movimientos feministas (sociales y políticos), el desafío de “zurcir”, de unirnos más allá de nuestras diferencias, de pensar en todas desde todos los espacios, de abrir las puertas, de solidarizarnos con todas las compañeras. Aunque nuestras trayectorias de vida y militancia hayan sido distintas, nuestros padecimientos son más similares de los que creemos.
#8M
#NoNosCallamosMas
#TodasLasMujeresEnTodasLasCalles
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