“La escritura es una forma de sobrevivir” – Fabían Severo
Sergio Schvarz
No fue sino hasta los años 90 que dejó de mirarse al portuñol como una corrupción de la pureza del español, a caballo de un nacionalismo idiomático conservador sin embargo poco reacio a adoptar palabras de origen inglés (como antaño del francés) o avaladas por la Real Academia Española.
Si bien el primer antecedente directo podría ser la obra del poeta y narrador Saúl Ibargoyen Islas (Fronteras de Joaquim Coluna, por ejemplo, es de 1975, ubicada en la zona de frontera entre la ciudad de Rivera y Santana do Livramento, o bien las posteriores Soñar la muerte, de 1993 y Noches de espadas, de 2005), la obra Viralata del artiguense Fabián Severo, mereció el Premio Nacional de Literatura 2017 (su producción literaria es Viralata y Sepultura en narrativa, y Noite nu norte en poesía). Con esto parece querer nacer una nueva forma de ver nuestro idioma, más integradora, más realista, más diversa.
S.S.C.- La frontera, que es una línea imaginaria, ¿es parte de la realidad? ¿O hay una zona difusa donde se conjuga y se compenetran dos formas de ver hasta ser casi una, la misma? ¿Cómo es la frontera durante la infancia?
Fabián Severo: “La noción o la conciencia de frontera, lo que significa la frontera, yo la fui adquiriendo con el tiempo, y tuve que irme para ver la frontera desde otro lugar y para darme cuenta de todo lo que era. Cuando era niño —y voy a poner un ejemplo— en Artigas no se veían canales uruguayos, es decir que la televisión era brasilera. Íbamos a hacer el surtido y las compras a Quaraí, pero hablábamos en portuñol, en mi casa se habla en portuñol, en mi barrio también, pero no había una noción de la frontera como ese encuentro entre dos países. Es el lugar adonde a uno le tocó nacer y vivir, y uno lo vive naturalmente, no lo ve como algo raro, como un problema.
“Después, cuando me fui de Artigas, cuando me fui de la frontera, ahí empecé a sentir falta de ese encuentro de los dos países, que generan una forma de vivir, una forma de mirar el mundo, una música, un ritmo, un humor, una forma de hablar. Lo que más extraño cuando me fui de Artigas, fueron las palabras.
“Yo creo que hay varias fronteras. Hay una frontera que es la frontera que yo me imagino cuando escribo, mi universo literario, que es ficticio; hay una frontera que es recuerdo, que también es ficticio, porque el recuerdo es una ficción, es el relato que uno se cuenta; y después las fronteras que intento entender, es decir sin caer en la idealización de la frontera. A mí me parece la frontera un lugar riquísimo, un encuentro de dos culturas, de dos países, de dos lenguas, donde suceden cosas que no suceden en otros lugares. Y también la frontera como ese lugar difícil, como ese lugar olvidado por la capital de Uruguay, y olvidado por la capital de Brasil.
“Yo siempre intento escribir tratando de explicarme esa dicotomía de vivir en un lugar que es tu lugar —cuando voy a la frontera siento que es mi lugar— pero a su vez esa sensación de haber vivido y haber crecido en el fin del mundo, sin librerías, sin teatro, sin cine, sin cafeterías, sin bares, sin universidades, y esa condena al exilio en que estamos muchos que somos del interior”.
S.S.C.- Usted dijo, en una entrevista concedida en el año 2015, que: “Descubrí que necesitaba de la escritura para poder existir, para no morirme de tristeza, para acercarme al mundo que había dejado en la frontera, para darle forma a esos sonidos y silencios que escucho en mi cabeza”. ¿Sigue sintiendo de la misma forma o se han agregado otros elementos?
F.S. “Yo escribo para poder existir, para poder decirme, para poder entenderme, para poder canalizar y poder expresar todo eso que siento, que veo. Es una válvula de escape, es una vacuna, algo que permite evadirse, escaparse, entenderse, porque la realidad abruma de tal manera que uno necesita inventarse un antídoto. Y en mi caso es una forma también de estar en mis palabras, en mis sonidos de la frontera. Es una forma de regresar a la frontera el escribir en unos sonidos, o intentar recrear, los sonidos parecidos a los sonidos de la frontera.
“Yo escribo para no morirme de tristeza, en un mundo que se desarma, en un mundo incomprensible, en un mundo donde uno, si no tiene un mínimo de sensibilidad, es un mundo abrumador. Y bueno, la escritura para mí es un refugio, allí uno puede sentir lo que quiere, expresarse como quiere, imaginar. Es decir, es como poner la vida entre paréntesis, alguien lo dijo. Y además, es una forma de guardar lo que uno ha perdido para siempre, es decir, si yo quiero recordar una mirada de Fabián de ocho años un día frente a la inundación, entonces lo escribo y es una forma de no perder (el recuerdo), o a las personas que uno ya no tiene. Entonces, uno las escribe y las puede visitar. Y es una forma de estar en los lugares a donde a mí me gustaría estar.
“Entonces yo escribo, mi universo literario es la frontera, es Artigas, es mi barrio, es mi casa, entonces yo regreso allí escribiendo. La escritura es una forma de sobrevivir. Yo creo que nosotros necesitamos decirnos, necesitamos encontrar nuestra voz y decirnos, algunos lo hacen a través de las redes, otros lo hacen a través de canciones, de cuadros. Mi forma de sobrevivir es a través de la escritura.
“Escribo para poder existir, para poder entenderme, para poder ser el Fabián que me hubiera gustado ser”.
S.S.C.- Del primer rechazo al portuñol, como si fuera casi una degeneración del idioma español, ha pasado a la tolerancia —“es algo que pasa allá lejos”—y, con la premiación de Viralata, se ha llegado a la aceptación del lenguaje utilizado. ¿Cómo ha sido ese camino según su percepción? ¿Hay realmente un cambio de paradigma en torno al idioma español en nuestro país, de modo académico y no académico, que reoriente la discusión sobre el mismo, y le dé un carácter integrador?
F.S. “A mí me ha tocado vivir situaciones que tal vez a otros escritores uruguayos no les haya tocado, que es el cuestionar constante sobre la lengua literaria que uno utiliza, y es justamente por el hecho de salirse de la norma, o no escribir en el español “uruguayo”. Es decir, ese intento de escribir en un portuñol literario me ha puesto en un lugar donde he tenido que explicar por qué tomo esas decisiones, y creo que a los otros escritores uruguayos nadie le pregunta —por lo menos las entrevistas que veo yo—, nadie le pregunta por qué escribís en español o por qué escribís así como escribís.
“Y a mí me ha tocado pasar por situaciones de rechazo, por situaciones de aceptación… Yo siempre lo digo, yo tengo la percepción, aunque en los papeles parecería que el lenguaje fronterizo, el portuñol o mixturado o como quieran decirle, tenga más aceptación, incluso en lo académico, en lo educativo, a mí me parece que todavía existe mucha discriminación lingüística. Pero eso habría que preguntarle a la gente que vive allá, en la frontera, porque la mía es una percepción de alguien que hace dieciséis años que se fue de allá, entonces es una percepción nada más.
“Lo que también digo es que la discriminación lingüística no la estudié en los libros, no la sufrí en Montevideo, no la sufrí en otros lugares. La discriminación lingüística la sufrí en la frontera, cuando era niño en la escuela, en el liceo, en algunos vecinos. Ahí sentí la discriminación por mi forma de hablar.
“Y después me sucede —y esto también es una percepción— que creo que lo que yo escribo puede tener mucho más aceptación fuera de la frontera que dentro de la frontera. Y eso tiene varios motivos, creo yo, o por lo menos he intentado explicármelo, pero tengo esa percepción o esa sensación. No sé cómo es recibido lo que yo escribo por los fronterizos, pero me parece que hay una aceptación mayor en otros departamentos, en otros lugares, incluso en otros países que en la propia frontera”.
S.S.C.- El escribir en portuñol le ha dado la posibilidad de inventarse sus propias reglas, y por ello tiene mayor libertad al momento de hacerlo. ¿No cree que se esté poniendo el acento más en la forma del discurso literario más que en el fondo del mismo?
F.S. “Es una pregunta muy interesante, porque es una de las cosas que más tiempo he dedicado a pensar. Primero, yo creo que sí, el portuñol me ha dado muchas posibilidades de inventarme un idioma literario —que yo creo que es lo que hacen todos los escritores, el español de Borges no es el español de Cortázar ni el español de Rulfo, ni el portugués de Guimarães Rosa es el de Jorge Amado—. Entonces, mi portuñol literario no es el de Chito de Mello, no es el de Saúl Ibargoyen Islas…
“Entonces, a mí me gustaría inventar mi propio idioma, el fabianés, pero a su vez también me ha sucedido, que en muchos casos la mayoría de las discusiones se centran en la forma y no tanto en el fondo. Y yo creo que son dos cosas, las dos caras de la moneda, las dos caras de un papel. No se puede desvincular una de la otra. La forma que está escrita Noite nu norte no es la misma forma que está escrita Viralata ni la forma en que está escrita Sepultura, porque el fondo requiere otra forma de escritura.
“A mí me ha tocado el hecho de participar de muchos encuentros donde la discusión es sobre el tema del portuñol —incluso hace poco salió una selección de escritores de narradores actuales uruguayos, donde me mencionan a mí, y dice: “Fabián Severo, que escribe en portuñol”, como si el mérito mío fuera escribir en portuñol.
“Mi deseo sería que no sólo importe la forma como lo escribo sino qué es lo que escribo, en la temática, en los tonos, el punto de vista, los personajes, el argumento, toda esa técnica literaria que uno trabaja cuando está creando una historia.
“Yo quisiera escribir una historia que merezca la pena existir, independiente de si está en portuñol, en español, en portugués. Entonces, sí, yo coincido, o tengo la sensación de que la mayoría de los análisis se centran en la forma como está escrito.
“A mí me pasó una vez —y lo he contado en alguna entrevista— que me preguntó un periodista, un periodista que parecería que no le gustaba mucho lo que yo hacía, y entonces me dice él: “¿y a vos te gusta la literatura en portuñol?”. Y yo le contesté con una pregunta: “¿y a usted le gusta la literatura en español?” Porque la lengua en la que está escrito no es un valor en sí mismo, no es un criterio para el valor estético.
“Esa pregunta es uno de los temas que más he pensado”.
S.S.C.- Se nota en su escritura una cierta sensibilidad humana, de la misma manera que sus personajes son salidos del pueblo, seres simples con sus dramas personales a cuestas. ¿Es así? ¿Eso es consecuencia de una elección suya consciente, o serán que esos personajes encarnan con más fidelidad el lenguaje, el portuñol, que se utiliza?
F.S. “Yo escribo sobre el universo que conozco, o sobre la pequeña parte fragmentada del mundo que conozco. Conozco la vida de la pobreza, de la humildad, del barrio periférico, de una zona alejada de todo, abandonada de todos. Ese es mi universo.
“Mi universo literario tiene una cuadra, cien metros, de largo, entonces yo dediqué gran parte de mi infancia y de mi adolescencia a leer en la vida de mis vecinos, siempre me impactaron a mí las pequeñas tragedias cotidianas o la poética de esa vida de barrio, la poética en cómo mis vecinos contaban sus tragedias o sus alegrías, la forma en que lo contaban. Entonces yo escribo sobre eso, sobre el universo que conozco.
“Luego trabajo sobre eso, sobre esa especie de intimidad de la pobreza, la intimidad de la miseria, la intimidad del barrio periférico. Es decir, trabajo sobre los pequeños acontecimientos cotidianos, intento encontrar lo poético en los pequeños acontecimientos cotidianos. En esas pequeñas tragedias trato de escribir de sencillo, simple, es decir, trato de que las imágenes que yo construyo también sean con elementos de esos universos, de esos personajes; trato de no caer en un lenguaje literario que llame la atención sobre sí mismo, sino hacer un lenguaje que esté en función de la historia.
“Trabajo sobre esos elementos porque es el universo literario que a su vez me conmueve. Porque yo creo que hay algo después, que tiene que ver con el instinto, intuición. Hay cosas que uno no maneja de forma consciente, que es que a uno le conmueven unas cosas más que otras. Es decir, capaz que yo miro la tragedia de un multimillonario y no me conmueve, y sin embargo veo una tragedia de un vecino mío y me conmueve mucho más. Es decir hay algo ahí, intuitivo, instintivo, que tiene que ver justamente con eso, con el universo que conozco, que siento más próximo.
“Porque además, yo escribo sobre el pedazo de tierra que conozco, porque esos tipos humanos son con los que yo más conviví y más tiempo dediqué a estudiarlos. Yo no tengo muchos conocimientos literarios, porque no vengo de una familia lectora, no soy un gran lector, pero sí he dedicado mucho tiempo a observar y escuchar a mis vecinos, me he dedicado a leer a mis vecinos. Y por eso escribo sobre ellos”.
S.S.C.- La literatura “debe innovar en su metodología” para democratizarla, para no hacerla un lujo. ¿Cómo es la educación actual en materia literaria? ¿Qué efectos y qué defectos ve?
F.S. “Es un tema muy complejo el de la enseñanza literaria. La literatura debería ser de todos, la literatura es vital, por la posibilidad de narrarnos y de acercarnos a las narraciones. Porque es la única forma de generar empatía, de que vos puedas imaginarte cómo es vivir la vida del otro. La literatura te ayuda en eso.
“En este momento es crucial la importancia de la literatura en la vida nuestra. Porque nosotros nos vamos a encontrar a través de las palabras, nos vamos a narrar a nosotros mismos, nos vamos a narrar a los otros. Para poner un ejemplo: la identidad es una narración que uno se cuenta. Yo creo que soy así. El retrato que uno se hace, la biografía de uno es la narración que uno se cuenta, o que le cuenta al otro. Entonces, estamos en un momento en que la literatura es crucial.
“La literatura es un puente entre las personas. ¿Cuál es el problema? El problema es que haya una metodología de la enseñanza de la literatura que la transforme en un artefacto lujoso, en un ornamento como para colgar arriba de la estufa y que sea vistoso, como ornamento, como pasatiempo, y que a su vez que sea para pocos. Porque hay un terrorismo pedagógico, un terrorismo educativo —sobre todo en nuestro país hay muchas asignaturas que lo han aplicado— que es esa cosa de generar en el estudiante como ese terror hacia la asignatura, “que es muy difícil de aprenderla”, que bla bla bla, que es ese atemorizar al estudiante y que termina alejándolo de, en este caso, la literatura, o cualquier otra asignatura.
“El objetivo de la enseñanza literaria es habilitar el encuentro entre el estudiante y la obra literaria, entre la literatura y el estudiante, no es obstaculizar ese encuentro. Entonces puede haber una metodología que termine generando un efecto contrario, en vez de acercarte te termina alejando, porque utiliza un método de acercamiento a la literatura que la transforma casi en un ornamento, un lujo, para pocos, entre los que se encuentran los que defienden eso, porque los que dicen que la literatura es un lujo para pocos, ellos se encuentran entre esos pocos, que se consideran de la élite literaria.
“Es un tema muy complejo, yo lo resumo así, brevemente, pero es un tema para hablar largo y tendido, porque llevo veinte años como profesor de literatura, cuando tenía cinco años entré a un centro educativo y tengo cuarenta, o sea que hace treinta y cinco años que deambulo por los centros educativos como estudiante y como docente, entonces he hecho algunas anotaciones sobre ese tema que particularmente me preocupa mucho.
“Nosotros debemos habilitar el encuentro entre el estudiante y la obra literaria. Sí, debemos democratizarlo, debe sentir el estudiante que la literatura lo puede salvar, lo puede ayudar. El docente debe estar al lado de él, el estudiante, guiándolo en esta aproximación a la literatura, y no obstaculizándolo”.
S.S.C.- Este tiempo de pandemia, ¿cree que será beneficioso para la literatura? ¿Cómo ha sido su experiencia de talleres presenciales y por zoom?
F.S. “La pandemia es un escenario inédito para todos nosotros, para nuestros estudiantes y para los docentes. Yo creo que necesito unos cuantos años todavía para hacer la síntesis de lo que pasó, de lo que nos está pasando en este período. Ni todo es bueno, ni todo es malo, a mí no me gustan los extremos. Yo creo que la pandemia habilitó un acercamiento, una profundización en algunas herramientas de la tecnología y en internet para aproximarnos, y a su vez debilitó el hecho de que todos sentimos la falta de la presencialidad.
“Es un momento muy complejo, pero tengo ciertas percepciones. Por ejemplo: hay un mito dorado que hace parte de la condición humana desde los griegos hasta nosotros, que es que todo tiempo pasado siempre fue mejor. Es decir, hay como ese mito dorado, antes siempre fue mejor que ahora, y eso pasa también con la pandemia. Cuando perdemos la presencialidad todos empezamos a reclamar y recordar la presencialidad como ese lugar imprescindible. Nos hace falta el encuentro. Yo creo, firmemente, que la presencialidad es muy potente, es muy rica, pero tampoco idealizo el tiempo pasado.
“Es decir, la pregunta es, antes, cuando no había pandemia, cuando íbamos todos al liceo o a la escuela, ¿lo que se producía en el salón de clase era un verdadero encuentro o algunos estábamos ahí sin estar? Es decir, era sólo la presencia física pero sin estar íntegramente. Es un tema interesante.
“En mi caso personal, yo pasé todos mis talleres a zoom y encontramos una forma de trabajar por zoom, pero mis talleristas siguen reclamando la presencialidad, el encuentro, el cuerpo a cuerpo, el cara a cara.
“Y después, en cuanto a la escritura, creo que se creó un espacio propicio para la lectura y la escritura, esa cosa de la gente de tener más tiempo para estar en su casa. No creo que la lectura, o la literatura esté en nuestras prioridades actualmente”.
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