Nicolás Viera Díaz(1)
La rivalidad y ruptura de relaciones entre Montevideo y Buenos Aires en junio de 1810, generó la conminación mediante partidas armadas del Gobernador Joaquín de Soria a todos los pueblos de la Banda Oriental a reconocer la autoridad del gobierno de Montevideo. Así, el “Pueblo del Colla”, al igual que las demás poblaciones de la banda oriental, se retractó de su adhesión a la Junta de Buenos Aires que había prometido a principios del mes de junio y se sometió al poder montevideano.
A casi un año de iniciada la revolución de mayo, el 28 de febrero de 1811, luego de varios días de reuniones entre vecinos de los alrededores de Mercedes, se congregaron en las márgenes del arroyo Asencio y liderados por Pedro Viera y Venancio Benavides se aprestaron para iniciar la lucha, en lo que se conoce como el Grito de Asencio. Se tomó la Villa de Mercedes y Santo Domingo de Soriano. Lo mismo sucedía en otras regiones de la Banda Oriental.
La incorporación de José Artigas al ejército revolucionario, (luego de abandonar el Cuerpo de Blandengues en Colonia del Sacramento) le dio unidad y confianza a los orientales puesto que su liderazgo era indiscutido.
Así, instalado su Cuartel General en Mercedes, el 11 de abril de 1811 dirigió una proclama a los orientales cuyo punto culminante rezaba: “a la empresa compatriotas que el triunfo es nuestro: vencer o morir sea nuestra cifra y tiemblen esos tiranos de haber excitado nuestro enojo, sin advertir que los americanos del sur están dispuestos a defender su patria; y a morir antes con honor que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio”.
Los dones de Artigas como líder y conductor comenzaban a mostrarse en los hechos. Siendo segundo al mando en el movimiento revolucionario rioplatense, después de Manuel Belgrano quien comandaba desde Buenos Aires, Artigas se mostraba convencido y decidido a emprender la arremetida contra los españoles que, a criterio de los criollos, ocupaban y mandaban sobre tierras ilegítimas.
El <Ejército Nuevo> que llevaba adelante la revolución, tenía una composición heterogénea: lo conformaban hacendados, arrendatarios, aparceros, o meros poseedores de la tierra, caudillos regionales cuyo prestigio movilizaba a los vecindarios rurales; paisanos, peones de estancia; curas patriotas y capellanes de la “montonera”; los temibles “hombres sueltos” de los campos; indígenas y muchos negros esclavos que huían de sus amos buscando un refugio de libertad.
Para todos ellos, José Artigas daba señales clara de entrega, inspirados en la justicia y en la igualdad de oportunidades que estaba en la base del ideario artiguista: patria, tierra y libertad.
Los paisanos, explicaba Artigas en el conocido oficio a la Junta de Paraguay “corrían de todas partes a honrarse con el bello título de soldados de la patria, organizándose militarmente en los mismos puntos en que se hallaban cercados de sus enemigos en términos que, se vio un ejército nuevo, cuya sola divisa era la libertad”.
El equipamiento de las fuerzas revolucionarias era tan original como la composición del ejército, en cuanto a las armas y al modo de combatir. Cada hombre aportaba su caballo y sus armas, comprendiendo así desde boleadoras y el lazo, fusiles de cargar por la boca, algunas carabinas, rústicas lanzas de tacuara, cuchillos enastados y sables. En relación a la táctica tenía preferencia fundamental la caballería.
Las fuerzas revolucionarias comenzaron a organizarse, disponiendo para ello la formación de tres columnas de acción: al norte, bajo las órdenes de Manuel Antonio Artigas; al centro, conducida por José Artigas; y al sur, bajo el liderazgo de Venancio Benavides. La intención estaba puesta en estrechar el cerco que gradualmente habría de sitiar Montevideo, donde Benavides, desde Colonia, pudiera extender la línea hasta unirse a José Artigas a la altura de Montevideo. Así, durante los primeros meses, los éxitos se fueron sucedieron hasta converger en la cita de Las Piedras.
La hueste campesina, bajo el mando de Benavides se movió hasta alcanzar la Barra del Arroyo Sauce. La integraban unos quinientos hombres, que en armas, avío y equipo denunciaban el origen tumultuario y el carácter espontaneo de su reclutamiento.
El día 9 de abril de 1811, un comisionado del Colla, puso sobre aviso al Cuartel General de Mercedes, que en la Villa Nuestra Señora del Rosario había una centena de hombres armados deseosos de apoyar las fuerzas del patriota Pedro Viera. Esta información fue desechada por la comandancia del cuartel debido a que quien brindaba la información era de nacionalidad española. Se contestó al comisionado que por el momento el movimiento tenía gente suficiente y “que se conservase en su Partido, que a su tiempo se les llamaría”.
Mientras tanto, el Teniente Pablo Martínez, a cargo de la guarnición de la Villa del Colla, advertido de la amenaza de las tropas revolucionarias que se acercaban, le envía una carta al Comandante General de Colonia, Gaspar Vigodet, para ponerle en conocimiento de la situación:
“He sabido con toda certeza tratan de abrazarme en esta semana, cuya reunión es el Sauze su numero es de seicientos o mas hombres, han tenido el atrebimiento de citar todos los vezinos de este Partido, y estos la infamia de reunirse (…) uno tan solo tenemos de nuestra parte”.
El panorama que mostraba Martínez era desolador para sus intereses. De los vecinos que había reunido para obligarlos a dar lealtad al gobierno de Montovideo, solo uno se sumó, los restantes, sin titubeos y de forma decidida se encaminaban a sumarse a las tropas revolucionarias. Incluso, varios “españoles europeos” sometidos al yugo de sus patrones también comenzaban a adherir a lo que en pocas semanas más se consolidaría como el artiguismo.
Por su parte, Vigodet desde Colonia del Sacramento le responde que se mantenga expectante de lo que sucede porque a los españoles les era imposible contrarrestar un ejército de 500 hombres.
En el Colla contaba con una guarnición de una cincuentena de soldados y un grupo de milicianos. En su mayoría eran criollos vecinos de la zona, lo que aportaba poca confianza de fidelidad a la regencia española. En total no llegaban a 200, aunque al estar mejor equipadas que los revolucionarios compensaban su desventaja en número.
La Toma del Colla
El 20 de abril de 1811 en horas de la tarde llegó Benavides a la vista del poblado del Colla, proveniente desde la costa del arroyo Sauce, al mando de aproximadamente 500 hombres.
Ante las autoridades de la Villa intimó la entrega de la plaza: “En nombre de la excelentísima junta de bs as, vengo a favorecer a estos pueblos y a liberarlos de la esclavitud que hasta ahora han sufrido bajo el insoportable yugo de ese engañoso gobierno de Montevideo sujetándolo a las ordenes tan sabias de la capital”.
Frente a la intimación, el juez y el comandante del Colla debían entregar sus armas y poner a la Villa a disposición de la Junta en la persona de su “representante comisionado” (Benavides), “y de no avenirse a ello, sufrirá este pueblo el preciso rigor de nuestras patriotas furias, dando solamente de plazo para su contestación doce minutos”.
Luego de varios minutos de diálogo entre revolucionarios y regentistas, y habiéndose garantizado el buen tratamiento a los prisioneros, el Teniente Martínez entrega la plaza que pasa a manos de las fuerzas revolucionarias.
Podríamos decir que al Teniente Martínez no le quedaba otra movida posible; conociendo la composición de su personal y desconfiando de su lealtad, entendió difícil la resistencia y se vio obligado a negociar.
Se plasma aquí una de las contradicciones tan comunes de la época donde los objetivos, causas y fidelidades no estaban demasiado claros, puesto que los dos bandos invocaban la misma tutela.
De las misivas enviadas por Benavides a Artigas y a Belgrano surge que el jefe patriota, respetó rigurosamente la vida de los prisioneros, al igual que Artigas en cada una de sus intervenciones revolucionarias, ejemplificando así los rasgos más salientes de la insurgencia oriental.
Benavidez, envió los prisioneros a aquel de quien se reconocía subrodinado: un grupo de vecinos “españoles europeos” – porque españoles eran todos y la distinción se hacía entre “europeos” y “españoles americanos” – , residentes en el pueblo a quienes se les conocía como desafectos a la causa patriótica.
La acción del Colla marcó, a su vez, una clara diferencia entre la campaña y los centros políticos amurallados. El centralismo oriental no es nuevo, también existía en 1811. Desde Montevideo o desde Colonia del Sacramento, los jefes militares daban órdenes a sus lugartenientes en las pequeñas villas y poblados de sus jurisdicciones sin tener en cuenta la realidad del territorio.
Artigas conocía muy bien ese escenario, había sido blandengue pero en la campaña empobrecida se movía como los ojos vendados. De a poco fue ganando adeptos a su empresa, varios campesinos resignado a perderlo todo pero también españoles europeos hartos del despotismos de los conquistadores.
En la ciudad amurallada se creían impunes, lejos de toda posibilidad de derrota, por lo que movían sus piezas con estrategia política – militar pero sin tener en cuenta a sus adversarios y las circunstancias de los mismos.
La realidad los llevó a encerrarse tras sus murallas, con un clima complejo intramuros: la escases y el hambre comenzaban a golpear fuerte, hacendados que protestaban al ver como comenzaban a perder sus tierras y europeos que corrían a refugiarse en el menguado poder que aún ostentaban. Las fuerzas españolas iniciaban el camino hacia el aislamiento, situación que se agudizaba con el avance revolucionario hacia los centros del poder dominante.
Cuando el Teniente Martínez le escribe a Vigodet informándole que los hombres a cargo no eran suficientes para enfrentar las fuerzas insurgentes, le estaba marcando claramente ese escenario, que los españoles no pudieron prever porque su soberbia no le dejaba conocer y entender la realidad.
Donde la Patria templó sus armas
Las acciones del 20 de abril de 1811, fueron rápidas, sin dilaciones innecesarias y se enmarcaron dentro de los rasgos de humanidad e hidalguía que fueron constantes en la gesta revolucionaria oriental. Primó la razón frente al derramamiento inútil de sangre, en franco contraste con los que en otros escenarios latinoamericanos sucedía, enalteciendo de esa manera a la milicia campesina y tumultuaria y a sus jefes.
La Toma del Colla, no fue más que la sujeción de un rancherío pobre, pero que, dada su posición estratégica entre Colonia y Montevideo, e inmerso en el alzamiento de toda la campaña, comenzaba a dar la exacta magnitud de la insurgencia popular como respuesta a la opresión imperialista y colonial.
Fue uno de los primeros escenarios, donde los noveles insurgentes comenzaron a endurecer el espíritu y a tener conciencia de la fuerza revolucionaria que constituía, previo a los enfrentamientos de San José y Las Piedras, la vida de los futuros orientales y sus líderes, el pueblo comenzaba a permitir ser conducido en unidad, pero también a ser conductor.
Faltaban pocas semanas para el gran triunfo de Las Piedras que marcó la primera victoria revolucionaria latinoamericana contra las fuerzas regentistas españolas; por ser una victoria previa a Las Piedras, se dice que en el Colla “La Patria templó sus armas”.
Asencio, Mercedes, el Colla y San José marcaron el camino al triunfo, tan necesario como oportuno, de Las Piedras que permitió mostrar los dones de líder y estratega de Artigas apoyado por un pueblo leal, diverso, cansado de la opresión, con ansia emancipadora.
El pueblo oriental construyó, junto a Artigas, los cimientos de lo que hoy es nuestra nacionalidad. La necesidad de pertenencia y la sed de autodeterminación, marcaron la senda en el proceso que guió al movimiento artiguista desde su génesis hasta el ocaso. Porque la derrota de Artigas fue militar y en su tiempo, no así su legado ideológico que permanece, nos compromete y lo enarbolamos con enorme orgullo.
José Artigas, Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres, sigue enseñándonos aún hoy, desde su legado, con su ejemplo y con un derrotero político, militar y profundamente ideológico que “la causa de nuestro pueblo no admite la menor demora” y que los más infelices deben ser los más privilegiados.
La historia del pueblo oriental ha ido sucediéndose en etapas pero casi siembre mantiene lógicas similares: primero fue la lucha contra el despliegue imperialista, luego la resistencia contra los embates golpistas y hoy está en juego nuestra soberanía como nación.
Desde aquel grito revolucionario, con más de dos siglos a cuestas, en el proceso de emancipación oriental han existido vencidos y vencedores. Nuestros pueblos han sido sometidos muchas veces, pero como hoy y desde entonces, tenemos en la voz de Artigas y en su impronta revolucionaria, la guía, el temple y el coraje para hacer frente a los embates autoritarios, imperialistas y golpistas, que socavan nuestra libertad y autodeterminación.
(1) Maestro. Representante Nacional por Colonia
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