Federico Gutiérrez Gorga
“Si alguna Diputada se siente agraviada, tal vez es un tema para tratar en terapia”, se escuchó en la sesión del pasado martes en la Cámara de Representantes, por parte de la legisladora Nancy Núñez, haciendo referencia a la Diputada Lilian Galán, quien denunciaba haber sufrido violencia de género por parte de algunos de sus colegas varones en el marco de una Comisión Legislativa.
La intención de este artículo no es centralmente denunciar la disparidad y la violencia de género en la política nacional (y mundial), este tema lo encaran, con razón y corazón, las compañeras que lo sufren y militan por el cambio.
Particularmente pondré la atención en lo que atañe a mi trabajo y profesión, como Psicólogo analizaré el uso de la frase “andá a terapia” como modo de insulto.
La expresión «Andá a terapia» presenta ambigüedad, ¿Qué pretende realmente quien lo dice en esos términos?
Despojado de toda suspicacia se puede interpretar como un consejo cercano, una invitación a que la persona con el acompañamiento de un/a profesional trabaje sobre sí misma, se observe, se analice, y genere algo nuevo en su vida. Entonces, ¿Dónde está la ambigüedad? ¿Dónde está el insulto?
La expresión «Andá a terapia» contiene al menos dos mensajes desafortunados, por un lado la búsqueda de la descalificación al otro mediante el epíteto implícito de «loco», «rayado», «trastornado», «débil», etc. Y por otro lado, cae en la retrógrada ingenuidad de creer que ir a terapia es un acto digno de recibir burlas y acusaciones, y de desconocer el valor que esta herramienta tiene y puede tener para las personas en particular y para la sociedad en general.
Hilando más fino, también es incorrecto el modo imperativo, el proceso psicoterapéutico parte del deseo genuino del sujeto de buscar un cambio en su vida, es inviable (e indeseable) tal cosa como una terapia compulsiva, entonces, el «andá a terapia» no sólo es burdo e irrespetuoso sino que también imposible.
Ya es tiempo de desmanicomializar, es decir, es tiempo de cambiar el lugar social que ocupa la locura y de respetar y estudiar las distintas terapéuticas que abordan el sufrimiento y el deseo humano. Nos corresponde a todos, y más aún les corresponde a los gobernantes, abandonar viejos prejuicios y trabajar por un verdadero cambio en salud mental, en donde el acceso a los servicios no sea un privilegio
, la locura no sea excluida y encerrada y en donde los lazos comunitarios sostengan a quienes lo necesitan.
El cambio social se logra, en parte, agraviado menos y acompañando más.