Lucía Martínez Hernández
Hace frío y amenaza la lluvia, es viernes 30 de julio de 1971 y en Montevideo a las 22.00 hs pasa revista por los celdarios la última guardia del Penal de Cabildo. Todo se encuentra dentro de los márgenes de la normalidad carcelaria.
Pocas horas después, tras un golpe en el piso de uno de los celdarios inicia la mayor fuga de presas políticas del Uruguay y del mundo: 38 de 43 mujeres integrantes del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) presas en un pabellón destinado especialmente para ellas, se van a fugar en el marco de la Operación Estrella.
No es la primera vez que las tupamaras se fugan de Cabildo. El año anterior, el 8 de marzo, ya se habían evadido 13 compañeras por la Iglesia lindera y unos minutos antes que diera comienzo la misa se volaron “las palomas”.[1] Sin embargo, esta fuga era distinta, no sólo era un grupo mayor, sino que implicaba conexión desde la cárcel por la red cloacal hasta una casa en el barrio de La Comercial.
Entre 1970 y 1971, el MLN-T intentó negociar con el gobierno la liberación de sus presos políticos, proponiendo como canje la libertad de Dan Mitrione, uno de los jefes del equipo de Consejeros del Programa de Seguridad Pública de la Agencia Internacional para el Desarrollo y del cónsul brasileño Aloysio Díaz Comide, ambos capturados por la organización en entre fines de julio y comienzos de agosto de 1970, pero no se logró un acuerdo y comenzaron a pensarse estrategias paralelas de fuga de la presas que se encontraban en Cabildo y de los prisioneros de la Cárcel de Punta Carretas.
Por razones de seguridad, pocas compañeras estaban al tanto del operativo. Con el correr de los días la información comenzó a circular porque cada una de las 43 mujeres fue consultada sobre la posibilidad de fugarse. Si, consultadas. La organización a la que pertenecían les ofrecía la libertad y reconocía en estas mujeres su capacidad de agencia política y de autodeterminación. No tenían que seguir a los ‘grandes hombres’ por más ‘cuadro’ que fueran, ellas se reconocían y eran reconocidas iguales en dignidad y en derechos respecto de los varones y por lo tanto cada una debía tomar una decisión. Cinco compañeras optaron por no acompañar la fuga. La maternidad y la inminente libertad legal fueron los motivos que las hicieron permanecer en Cabildo.
Las 38 mujeres restantes armaron muñecos con sus pijamas para simular que permanecían acostadas. Se fueron despidiendo en grupos y con lo puesto bajaron reptando por un túnel en el que les faltaba el aire, hasta llegar a la red cloacal. Llevaban la cabeza envuelta con pañuelos o gorros, tenían cinturones de cuero de los que colgaban pañuelos blancos que servían como guía para la que estuviera detrás y, si bien hicieron el trayecto de pantalón, llevaban una pollera arrollada a la cintura para cambiar rápidamente de aspectos al llegar a la superficie. Los zapatos debían ser acordonados y atados por afuera para no perderlos en la caminata y no se podía llevar distintivos personales. De este modo, llegaron hasta la casa en venta de donde salieron en forma dispersa.
Nélida Chela Fontora recuerda: “llegamos a la casa donde las manos de los compañeros y compañeras nos esperaban con una muda de ropa, un par de zapatos y un arma. Las condiciones emotivas que nos envolvían, nos ayudaron a superar el camino de arañas, cucarachas y ratas, aunque el olor penetrante de las cloacas duraría mucho tiempo”.[2]
Chela agrega un detalle: “a partir de ahora vendrá lo mejor y lo peor. (…) Éramos sediciosas, fugadas y clandestinas que habíamos violado las normas impuestas”.[3] Ciertamente, estas mujeres no sólo habían obtenido su libertad de manera ilegal, sino que además pertenecían a una organización de lucha armada que las situaba en pie de igualdad a los varones. Estas mujeres creyeron que era posible irrumpir en el espacio público e incidir políticamente, en medio de un Uruguay autoritario que reafirmaba desde el poder los roles de género tradicionales. Un Uruguay que entendía además que tras los logros relacionados al reconocimiento de la igualdad política y civil de las mujeres alcanzados entre 1932 y 1946 existía plena igualdad entre los sistemas sexo-genéricos. Sin embargo, tal y como evoca Chela, la experiencia de estas mujeres les valió ser catalogadas como ‘putas y guerrilleras’ por ser y haber sido en aquel contexto “mujeres que se atrevieron a ingresar en un territorio netamente masculino, rebelarse y pelear contra las injusticias, tener una militancia activa (…) no ser sumisas, ni obedientes”.[4]
Probablemente el peso de la experiencia dictatorial y la condena social incidieron en que la mayoría de las mujeres guardara silencio, que poco se conozca de su experiencia militante. Es por ello que entendemos como una necesidad recordar que un viernes a la noche, hace cincuenta años, 38 compañeras del MLN-T le demostraron al Uruguay y al mundo que las estrellas no sólo pueden verse en el cielo.
Bibliografía:
– Fontora, Nélida. La llama no se apaga. Montevideo, Uruguay.: Ediciones del Berretín, 2021.
– Lewin, Miriam, y Olga Wornat. Putas y guerrilleras. Buenos Aires, Argentina.: Planeta, 2014.
Nota:
[1] Nombre del operativo del 8 de marzo de 1970.
[2] Nélida Fontora, La llama no se apaga. (Montevideo, Uruguay.: Ediciones del Berretín, 2021), 86-87.
[3] Fontora, 87.
[4] Miriam Lewin y Olga Wornat, Putas y guerrilleras. (Buenos Aires, Argentina.: Planeta, 2014), 44.
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