Durante mucho tiempo nos obligaron a no hablar del tema porque el país tenía que dar vuelta una página, el país tenía que superar las heridas de un combate fratricida. Y si preguntabas mucho, sacudían la sábana de una fuerza represiva todavía latente, una fuerza represiva que no solo actuó por altos intereses nacionales sino que además tuvo la misericordiosa dicha de “devolvernos” el gobierno. Una caja fuerte.
Después eligieron el relato justificador, el “algo habrán hecho”, lo volvieron teoría para ver si el peso académico del título ahuyentaba la necesidad de que la justicia encontrara el camino en la inmensidad de la niebla.
Nunca hicieron foco en la vida perdida, desaparecida, en la incertidumbre familiar. Porque sería reconocer la muerte repetida: la humana primero, bestializando la violencia corporal; la biológica después, con la animosidad del asesino; para terminar desapareciendo hasta los restos físicos; y volverlos a desaparecer cada vez que tienen la oportunidad de señalar adónde fueron a parar. No podríamos devolverlos a la vida, pero podríamos llorarlos, podríamos acabar con esa desgarradora incertidumbre, podríamos tener un lugar físico para poder recordarlos…y quizás, después de toda emoción, un poco de justicia.
La mediocridad, la inhumanidad, la vulgar partidización, siempre estuvieron. Algunas se escondieron por vergüenza, por algún cálculo que se hizo fuerte en la cobardía como eje transversal, y hoy salen a relucir nuevamente su relatividad, su desverguenza, su odio visceral. Salen a justificar el no tomar partido, cuando no hay partido que tomar, las Naciones Unidas lo tienen más que claro:
“Mucho más que una violación de los Derechos Humanos: la desaparición forzada se usa a menudo como estrategia para infundir el terror en los ciudadanos. La sensación de inseguridad que esa práctica genera no se limita a los parientes próximos del desaparecido, sino que afecta a su comunidad y al conjunto de la sociedad.”
NOS FALTAN A TODOS
