Carlos Pereira das Neves
Jamás escuché que fuera parte de un estudio, de alguna investigación, ni siquiera la vi como parte de una comparativa. Pero es una frase que se escucha mucho adentro de la cancha y que se ve mucho afuera de la cancha, sobre todo en estos días, y que se supone como la mejor de las estrategias para asegurar un penal.
Ni la razón de la fuerza ni mucho menos el concepto de medio/centro me atraen, porque en el fondo no concibo la mejor de las estrategias como un elemento dado al que simplemente me debo entregar. Y las razones de la entrega son varias, encerradas -las más- en esa idea del atropello, propias de un toro criado para descargarse contra una bandera roja mientras algún flaco vestido de payaso le clava unas lanzas en los costados.
“Es solo fútbol” ¿”Es”? ¿”solo”? ¿”fútbol”?
Lo dicho
La competencia es una disputa en la que todos los animales nos embarcamos buscando conseguir un determinado objetivo o demostrar superioridad. Prevalecer. De lo contrario, hablaríamos de cooperación, aunque este último es un fenómeno que incluso se da -y vaya si es importante- adentro de la competencia: colectiva o individual.
Las competencias cambian con el paso del tiempo y algunas, por su potencial, exceden los cometidos que alguna vez le dieron el nacimiento. Quien se embarque ya lo hace con una noción de destino, el único, pero al tratarse de un ejercicio que engloba a más de un individuo cabría sopesar el peso de las posibilidades con el peso de las limitantes. Porque en el transcurso, incluso antes y sabiendo lo que nos espera de antemano, uno puede transformar “lo mejor” a “lo mejor posible”.
Pero además está la historia, está el álbum de fotos, que oficia tanto de recuerdo como de interpelante. Quizás el criterio que más se acerca a la objetividad, uno con uno mismo, pero ese uno mismo real y no en él que depositamos nuestras esperanzas frustradas por la vida misma en todo lo demás.
Lo no dicho
La multiplicidad de interpretaciones, válidas según el ángulo que se utilice y -le agrego- la voluntad de contribuir, derriban la idea de lo absoluto. Ese “es” del “es solo fútbol”, no siempre es, no siempre es una cosa sola, son muchas y contrapuestas, por lo tanto no llega a ser nunca.
“Solo”, ¿en un mundo tan globalizado como en el que existimos?, ¿en una realidad tan cargada por la desdicha, por la rabia contenida, por el ocaso de nuestros ídolos e ídolas, por la insoportable levedad del ser?. Es, a priori, demasiada poca gente para un deporte que tiene sus cuantos años y sus cuantos millones de personas practicándolo al mismo tiempo en casi todo el planeta.
Hablando de millones, cómo poder pensar que solo se trate de un deporte cuando la cantidad de dinero que gira en torno a un solo jugador es indignante, naturalizada pero indignante. Las empresas, los derechos, el entretenimiento, el blanqueo, el trabajo, el primer mundo, las apuestas. Es un todo de economía y política que se mueve lejísimos del periodista o el comentario más reaccionario que la sociedad actual pueda producir.
La producción
Ya hablé de todo lo que mueve el fútbol, soslayadas por la necesidad de nuestros exabruptos, ¿qué hay de lo propio? ¿qué nos mueve el fútbol?
La pertenencia es un fenómeno que claramente excede a cualquier disciplina en particular, pero que, cuando se trata de fútbol en nuestro país, lo abarca todo. Desde el clásico “gol” que utilizamos cada vez que alguna resolución nos cae simpática, hasta la necesidad de opinar del barro que en algún lugar y por alguna razón se creó.
Dentro de esa existencia, incuestionable cuando el griterío se magnifica, también se dan batallas individuales que hacen a la discusión, del fútbol y de nuestra vida. Y por supuesto que tiene que ver con el sistema de producción y los valores culturales intrínsecos.
El “hoy”, el “ahora”, nos lo metieron mal y está haciendo estragos. Porque en lugar de discutir y transformar las limitantes, nos dedicamos a moralizar las posibilidades. Y peor, soltamos la lengua sin ningún tipo de responsabilidad, contribuyendo a la mierda de un mundo exitista que se retroalimenta con las frustraciones de nunca conseguir todo lo que nos ofrece.
Dejémonos de centros a la olla.