Por Inés Cortés y Gabriela Cultelli
No fue esta, el patriarcado, la primera guerra de la población humana. Existieron saqueos y formas de dominio previo. Sin embargo, el proceso de apropiación privada de la riqueza generada por otres, se combinó con la mayor relevancia social de los unos sobre las otras.
La propia segmentación social en clases se dio la mano con multiplicidad de opresiones y con ello la división social del trabajo que moldeó conductas, comportamientos, cuerpos. Decían Carlos Marx y Federico Engels: “La división del trabajo… descansa a su vez en la división natural del trabajo en la familia y en la división de la sociedad en diversas familias contrapuestas; se da al mismo tiempo… la distribución desigual… del trabajo y sus productos, es decir la propiedad… cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que… corresponde perfectamente a la definición de los modernos economistas según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros” (Carlos Marx; Federico Engels, 1974)
Multiplicidad de estudios sobre la división clasista de la sociedad requirieron del estudio de la familia y su reconocimiento como medio de control de la fuerza de trabajo de la mujer, y por tanto medio de acumulación privada. De hecho, es imposible desentrañar la forma básica de dominio social devenida de la apropiación de la riqueza ajena, sin el estudio y la comprensión de su reflejo en el medio familiar, en tanto que célula fundamental de la sociedad. Así lo plantean Isable Larguía y Jhon Dumoulín: “La familia, en su forma conocida por nosotros, surge con la disolución de la comunidad primitiva. No es casual que la palabra «familia» se refiriera originalmente al derecho de propiedad privada que tenía el paterfamilias tanto sobre las personas como sobre los bienes que componían su casa. La «casa» surge como primera forma de empresa privada, propiedad del jefe de la familia, para la producción, el intercambio y la competencia con las demás casas, y para la acumulación del plusproducto.
El sentido original de la palabra «economía» es: «el arte de dirigir los asuntos de la casa». La propiedad que ejercía el jefe de la familia implicaba la herencia por línea paterna, la propiedad total de la mujer, así como el dominio y confiscación de la fuerza de trabajo femenina…La mujer fue relegada a la esfera doméstica por la división del trabajo entre los sexos, al tiempo, que se desarrollaba a través de milenios una poderosísima ideología que aún determina la imagen de la mujer y su papel en la vida social.” (Isabel Larguía; Jhon Dumoulín, 1976)
La propiedad privada y su desarrollo creó el terreno fértil para diversas formas de dominio, entre ellas el patriarcado. La violencia entonces fue parte de la vida cotidiana. Toda forma de dominio es violencia. Violencia ejercida a nivel social, colectivo y en la particularidad del núcleo familiar. Es una guerra sin cuartel, ni trinchera, sin “enemigo” visible más allá de un comportamiento social históricamente determinado. Guerra que se expresa en todas las esferas, en la esfera pública y privada, en la económica, en la jurídica, en ellas y fuera de ellas en la política, en fin, en todas o casi todas las instituciones y formas de organicidad social.
Existen diversas formas de violencia basada en género, violencia física, psicológica, sexual, económica, patrimonial, emocional, sexual, simbólica, callejera, acoso, violencia política (que adopta cualquiera de las formas anteriores), entre otras. Los distintos tipos de violencia basada en género, se caracterizan por ser ejercidas hacia individuos y particularmente mujeres por el mero hecho de su condición de género. En última instancia la violencia de género es una de las expresiones del patriarcado y su entretejido social, que asume que el rol de las mujeres y las disidencias sexuales es inferior y subordinado al de los hombres hetero cis, y así debe mantenerse. Consiste en la discriminación que afecta la vida libre de las mujeres y disidencias, y el pleno goce de sus derechos, así como la limitación de las posibilidades de desarrollo pleno de las personas.
La Ley 19.580 (Uruguay), entiende esta como “…toda conducta, acción u omisión, en el ámbito público o el privado que, sustentada en una relación desigual de poder en base al género, tenga como objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos o las libertades fundamentales de las mujeres”.
La violencia política hacia las mujeres, es un tipo de violencia de género que castiga, e intenta imposibilitar el acceso de las mujeres a lugares relevantes en la arena pública y política, e intenta aleccionar a aquellas mujeres que alcanzan lugares de visibilidad pública en la política (como ser candidatas elegidas o elegibles, o luchadoras sociales). Acciones políticas pueden específicamente violentar sus derechos y libertades.
La vida pública y política fue históricamente de los hombres. Las mujeres, por su parte, habitaban el espacio privado, el del hogar, los cuidados y la invisibilización. Para el sistema hetero-patriarcal las mujeres y las disidencias no son sujetos naturalmente hacedores de Política, no son actores relevantes que deban desempeñarse en dicho ámbito, y por tanto mediante la violencia política se busca socavar su participación y permanencia en lugares de relevancia pública. La mujer con su participación política es en sí misma trasgresora por ocupar un lugar que “no le corresponde”, máxime si se trata de una mujer anticapitalista, con perspectiva feminista y de género.
La violencia política hacia las mujeres tiene diversas manifestaciones en la arena pública. Se trata de un tipo de violencia que, si bien tiene expresiones más explícitas desde la derecha y los conservadurismos, también se da y se reproduce en el propio seno de las izquierdas.
De un tiempo a esta parte, en nuestro país se han comenzado a visibilizar las experiencias y relatos de las compañeras ex presas políticas en dictadura. Compañeras de izquierda, de distintos grupos políticos que fueron presas, torturadas y luego fueron mucho más invisibilizadas que los varones por los relatos historiográficos.
Recién en octubre de 2011, un grupo de 28 compañeras ex presas políticas denunció ante la Justicia uruguaya haber sufrido torturas y violencia sexual durante el terrorismo de Estado (entre fines de los años 60 y los 70´). Esta denuncia grupal fue novedosa porque por primera vez se incluyó la perspectiva de género en el relato de los crímenes cometidos por la dictadura uruguaya y su período previo, además de ser la primera denuncia grupal de mujeres que comenzó a echar luz sobre algo hasta el momento completamente invisibilizado. A partir de allí y del “hito” que constituyó esa denuncia, se comenzaron a dar en la arena pública discusiones y acciones para rescatar la memoria de las mujeres en la dictadura. Como señala Elizabeth Jelin en su libro Los trabajos de la memoria, sin memoria no hay identidad. Es decir, la memoria le da sentido al pasado, es una interpretación del pasado. Y ese sentido y esa interpretación del pasado siempre se están construyendo en un diálogo o en más de uno con otros relatos. Lo que no se nombra, no existe, por ello la importancia de hablar y visibilizar el rol de las mujeres en épocas de represión y dictadura, el doble sometimiento al que se vieron expuestas, ya que desafiaron dos mandatos: por un lado, el de clase, por luchar por un nuevo sistema; y por otro lado el de género por salir a la arena pública y política desde la acción directa y no relegarse a lo doméstico y los cuidados.
Si bien la denuncia antes mencionada tuvo implicancias importantes en la reconstrucción de la memoria de las izquierdas y el periodo dictatorial, y aunque le dio el puntapié a la realización de investigaciones desde lo académico, la producción audiovisual desde el cine y los documentales, y la discusión en la arena pública en general, esta visibilidad sigue siendo subalterna. No hay un reconocimiento real al día de hoy del rol que cumplieron las mujeres de izquierda en esas épocas, ni a las violencias que fueron sometidas por ser mujeres de izquierda. Al día de hoy estas mujeres agrupadas siguen reivindicando el reconocimiento y reparación del Estado uruguayo, con un juicio que no ha tenido avances significativos en el procesamiento de los acusados y que por tal motivo debieron elevar a organismos internacionales. Proceso judicial que como era de esperar las expuso una y otra vez a la revictimización y movilización de lo vivido.
Ejemplo de invisibilización muy grande es el de las 11 rehenas de la dictadura pertenecientes al MLN-T.
Como señala Sanseverino y Ruiz (2012) las y los rehenes encerraban un mensaje para la sociedad toda y las izquierdas en particular por parte de la dictadura cívico militar: “Ese mensaje que las rondas enuncian dramáticamente obliga a leerlas como un acto de radicalización de la violencia institucional dirigida a las y los prisioneros políticos, a sus familias, y a través de ellas a toda la colectividad. La experiencia de once mujeres y nueve hombres mantenidos en situación de tortura es la más potente imagen de los sentidos que la dictadura quiso proyectar durante una década sobre toda la sociedad.”
En los últimos años en América Latina los movimientos feministas se han masificado y se han convertido en uno de los movimientos sociales de mayor movilización. La habilitación de ciertas discusiones y la conquista de derechos para las mujeres y disidencias se han cristalizado en leyes y acciones que permitieron a las mujeres mayor visibilidad pública, aunque siguen en franca desventaja.
El término backlash anti-feminista surge en los Estados Unidos (Faludi, 1991), aunque en cada caso y localidad el feminismo y sus respuestas conservadoras tienen una impronta particular. En todos los casos es la resistencia contra la opresión de la mujer la que motiva el surgimiento de los feminismos, y de manera análoga, podríamos suponer que es el deseo de mantener y reafirmar la estructura de dominación patriarcal lo que motiva a los movimientos que constituyen el backlash anti-feminista (Dragiewicz, 2008:121). Una de las manifestaciones de esta reacción o backlash se da en las redes sociales y en los medios masivos de comunicación.
Recientemente asistimos en Uruguay a un caso de violación grupal a una mujer, y desde los medios masivos en algunos casos se desplegó una construcción discursivade culpabilización de la mujer y la victimización de hombre (o los hombres) a un sistema que según estos discursos está ideologizado y no es “objetivo”.
En las redes sociales se pueden ver como “ejércitos de trolls” que construyen relatos de mujeres y feministas caracterizándose de “histéricas” entre otros oprobios y humillaciones. Los comentarios negativos en redes sociales a las mujeres públicas, son cuestionadores de su intelecto y capacidad.
Varias investigaciones destacan que la crisis ahondada por la pandemia afectó especialmente a las mujeres.
La crisis agudizó las problemáticas estructurales de género existentes en la sociedad y muy especialmente en el mercado de trabajo, repercutiendo significativamente en la autonomía de las mujeres. La desocupación y la disminución de los ingresos fue un factor central que hizo a las mujeres más vulnerables al no tener sustento propio, aumentando su dependencia, limitando aún más sus pocos espacios de decisión. El Patriarcado se retroalimenta asimismo en tiempos de crisis, el neoliberalismo con su típica flexibilización del mercado de trabajo fue la política que agudizó la violencia económica ejercida.
Las mujeres trabajadoras hoy se concentran en sectores de la producción y los servicios que corrieron el mayor riesgo de contracción, sectores que han caído más con esta crisis. Esto hace a una característica particularmente diferente a otras crisis, y diferencia sus posibles salidas, cosa que muy pocas políticas expansivas han tenido presente.
Por ejemplo, la gran crisis anterior a esta sufrida por Uruguay fue la llamada crisis del 2002. Previamente se había sufrido un proceso de desindustrialización vertiginoso que, sumado a la afectación a partir de 1999 de las exportaciones, fundamentalmente agropecuarias, trajo consigo el estancamiento y crisis también del sector, caracterizado hasta ese momento por la escasa innovación. Se sucedió entonces el estancamiento ocupacional, salarial y luego su caída, arrastrando al sector servicios, rompiendo la cadena de pagos, y la debacle de un sistema financiero vampiro de por sí, con las políticas que lo apoyaron.
¿Cuál era la característica de la mano de obra en aquel entonces y en los sectores más golpeados por la crisis antes mencionados? Para el año 2001, el sector Industrial contaba con una población activa donde el 64% eran varones (el 36% mujeres), en el sector agropecuario un 83% (16% mujeres), y en el sector financiero un 61% (37% mujeres), relación que con los años fue cambiando en la medida que se iban cerrando las brechas de género en el empleo, pero ese era el panorama al arranque de aquella crisis. Si bien toda la familia trabajadora fue alcanzada por la crisis, la afectación a la mano de obra masculina fue especialmente cruda.
Para el año 2019, un año antes de la debacle actual, el sector comercio ocupaba un 60% de mano de obra de mujeres (38% varones), la enseñanza ocupa un 79% (21% varones), Restaurantes y Hoteles el 63% son trabajadoras (el 37% varones), el servicio doméstico se compone 91,5% de población activa femenina y solo un 8,5% masculina. Los datos expuestos fueron extraídos del INE, y desnudan la afectación especial de que hablábamos antes y que, si no se toman políticas diferenciadas para atender el problema del empleo, se empeoraran las diferencias. Esta vez no salimos estimulando el sector de la construcción donde más del 95% de su población activa es masculina. Sumemos a ello que las mujeres están sobre representadas en lo que se constituyó la primera línea de combate a la pandemia, en el sector salud (82% de la población activa de ese sector), y además de educación, agregándose el aumento de las tareas de cuidados en los hogares que afectó directamente a las mujeres.
La mayor convivencia con potenciales agresores o agresores, con menor autonomía económica, elevó la peligrosidad de la violencia basada en género.
Las mujeres se concentran en las formas de trabajo informal, en micro y pequeñas empresas, más frágiles ante la crisis. La brecha digital es otra traba en momentos en que se desarrolló el trabajo a distancia, incrementándose así también la brecha de desempleo entre varones y mujeres. Este es un punto crucial a prestar atención y exigir soluciones en tiempos del advenimiento del capital digital o comunicacional, que de por sí marca un cambio de época a nivel mundial. Las mujeres empleadas con baja calificación tienen mayor probabilidad de pérdida de empleo, la probabilidad de volvernos a constituir en el ejército de reserva mayor existente es un hecho y habrá que hacerle frente.
Descrito está también la brecha financiera en el sentido del menor acceso al crédito que tienen las mujeres. Mujeres que dónde sí están sobrerrepresentadas es en los hogares pobres.
Al mismo tiempo, otras políticas económicas imperialistas ejercen especial violencia contra las mujeres: los bloqueo contra Cuba y Venezuela. Cuba denunciaba en febrero del 2021 ante las Naciones Unidas que el bloqueo económico recrudecido en tiempos de crisis y pandemia afectaba especialmente a mujeres y niñas. El Observatorio Nacional de medidas coercitivas unilaterales, publicaba con fecha 28/10/2021 al respecto “Se les ha atacado a las mujeres, por madres, por hijas, por hermanas, se les ha atacado como trabajadoras y como sostén de hogar” (Castillo, 2021) destacaba el director de dicho observatorio. ¡Vaya si acciones políticas pueden violentar más a las mujeres!
Se hace urgente, más que nunca ir a la esencia del Patriarcado, y pegar en sus estructuras de poder.
Tomado de: REDH Cuba en dossier “Tiempos de guerra. La violencia Política basada en género. Dossier del grupo Libertadoras por el 8 de marzo” 8/3/2022