Por Colectivo Histórico “Las Chirusas”
El antagonismo entre los intereses de una clase que buscaba adquirir poder y prestigio, reproduciendo a menor escala las mismas relaciones entre los imperios centrales y los territorios, con un pueblo que despertaba al sentimiento de su liberación, forma parte de la dialéctica característica de todos los procesos de emancipación iberoamericana.
En nuestro territorio el enfrentamiento incluso podía referenciarse geográficamente: el mundo interior, criollo e indio, contra el mundo del puerto y el racionalismo ilustrado y mercantil. El mundo de la comunidad mestiza y “anárquica”, contra el orden estamentario del blanco, “liberal” y “civilizado”.
Pero no es algo exclusivo de los procesos de emancipación, hoy a más de 200 años de la revolución oriental las mismas lógicas se reproducen, pues están naturalizadas. A lo sumo se hacen visibles y se problematizan cuando algún caudillo del interior, sobretodo de los Partidos Tradicionales (por no decir blanco y herrerista), pone el grito en el cielo para conseguir alguna migaja más. Y vuelve a su pago a reproducir –otra vez– la misma lógica cuando se trata de que las capitales departamentales o los centros poblados más numerosos repartan un poco a aquellos menos numerosos = menos importantes.
En la encrucijada en que nacimos como proyecto de país juegan, se entrecruzan y se oponen a la vez las distintas visiones. Hubo propuestas diferenciadas en su tiempo histórico que respondieron a claves y compromisos muy diferentes. Las hay ahora.
Se fue armando
A menos de un año de iniciada la Revolución de Mayo de 2010, un puñado de orientales se alzaron en armas a orillas del arroyo Asencio para luego tomar la Villa Soriano, hecho que es aceptado como el inicio de la Revolución en la Banda Oriental.
El «ejército nuevo”, comandado por José Artigas, comenzó a avanzar hacia el sur con el objetivo de tomar Montevideo, el bastión amurallado donde resistía el poder imperial español. Al mismo tiempo, otro grupo de orientales tomaron los pueblos de Rosario, Porongos y San José; mientras que en el este, una guarnición revolucionaria comandada por Manuel Artigas ocupaba los pueblos de Minas, San Carlos y Maldonado. Rocha también había caído en manos de un grupo de «soldados de la patria» bajo las órdenes de Pedro Pérez. Las afueras de Montevideo habían sido dominadas por los revolucionarios, que ahora cargarían con todas sus fuerzas contra la ciudad amurallada para derrotar definitivamente a los españoles.
Enterado el Virrey Elío, decreta la pena de muerte mediante la ejecución en la horca para todo revolucionario que sea encontrado por los soldados españoles. Asimismo, con los recursos militares que cuenta dentro de la ciudad amurallada, organiza un ejército para salir al cruce de los revolucionarios que avanzan hacia Montevideo. Debido a que la defensa de dicha ciudad se ejercía fundamentalmente por mar, Elío contaba –casi que– únicamente con la fuerte Marina de guerra española. Es así que unos 1200 marineros comandados por el Capitán José Posadas avanzan hacia el encuentro con los revolucionarios y se acampan esperando la llegada de éstos en la única vía de entrada a Montevideo: Las Piedras.
La guarnición revolucionaria al mando de José Artigas acampó en Canelones y luego en Canelón Chico, controlando a los españoles que permanecían en Las Piedras. Las intensas lluvias que no cesaban hicieron que el combate se diera finalmente el 18 de mayo. A orillas del arroyo Las Piedras, se enfrentaron finalmente las tropas españolas y las revolucionarias. Los ejércitos eran similares en cuanto a su número, pero muy desiguales en cuanto a su poderío militar. Mientras los españoles eran marineros profesionales (entrenados, con un sueldo a cambio de su servicio) y contaban con obuses y cañones, el «ejército nuevo» revolucionario estaba conformado por peones, indígenas, chirusas, esclavos, gauchos y apenas un puñado de oficiales, armados modestamente con lanzas, sables y palos.
El combate
Se desarrolló entre el mediodía y la puesta del sol. Mediante una importante estrategia de su comandante, José Artigas, los revolucionarios asediaron a los realistas hasta su rendición.
Más allá de las diferencias en lo militar, los revolucionarios orientales contaban con algo que terminaría haciendo la diferencia: el afán de patria o muerte. Pero que al lograr la victoria se transformará en «Clemencia para los vencidos. Curar a los heridos. Respetar a los prisioneros», cambiando el rumbo de los combates revolucionarios americanos, en los que -hasta ese momento- nunca se había respetado la vida de los rendidos.
Aproximadamente un centenar de españoles perdieron la vida aquel día en el campo de batalla, en tanto fueron quince los orientales caídos en combate.
Las Piedras fue el primer triunfo militar de la revolución del Río de la Plata, desde su inicio en mayo de 1810. A poco más de dos meses de estallar la insurrección de este lado del Río Uruguay, los orientales habían logrado una victoria que a la Junta Revolucionaria de Mayo se le venía negando, contrastando con las derrotas militares de Belgrano en el Alto Perú y en Paraguay. Tal fue la importancia de este triunfo militar que en el himno de las Provincias Unidas del Sur (himno argentino) se menciona a Las Piedras.
La historia siempre viva
En un país de dimensiones ridículas en comparación con nuestros vecinos pero con un potencial inmenso a la espera de que se retomen ciertos caminos, la gesta Artiguista no para de regresar a la discusión. Pero regresa en el discurso de las mismas clases que en su momento lo enfrentaron y lo calumniaron, y que después de derrotado lo ridiculizaron, lo suavizaron, lo modificaron para que sirviera y sirva como fundamento en la defensa de sus intereses.
Por eso en el mes de Mayo, en el que el pueblo oriental apela al ejercicio de la memoria para NUNCA MÁS andar a oscuras, a las apuradas buscan imponer el “Mes del Soldado”. Por eso a pocos días de la fecha en que el pueblo oriental MARCHA en SILENCIO para honrar la vida de quiénes fueron asesinados por el Estado que debía cobijarlos, a las apuradas buscan que retumben homenajes a soldados, usando su muerte para agrandar la brecha de “buenos y malos” en lugar de promover la unidad de los orientales. Como aquella que determinó el triunfo del 18 de mayo de 1811.
Aunque el mundo haya cambiado mucho, aunque ya no estemos en los mismos parámetros coloniales, aunque las contradicciones no sean las mismas, sigue vigente, sin embargo, que la lucha fue, es y será entre los sometidos y los dominadores.