Por Ricardo Pose
A la viudez de mi madre y gracias a una congregación religiosa, la olla en casa se mantuvo por dos largos meses en base a polenta; una enorme bolsa de polenta con la que hubo que tirar largos y eternos 61 días.
Cuando mas por casualidad o solidaridad que generación genuina de ingresos entraba algún peso, la polenta cocinada con agua, se rociaba con un queso rallado de ocasión (y en estricta oferta), y en el sumun de lo que fue sin dudas una excepción excepcionalisima, con tuco de carne picada, pero, seguía siendo polenta.
Usando como disparador esta experiencia auto referencial, podemos afirmar sin ningún tipo de hallazgo ni novedad, que los períodos de gobiernos progresistas en la región y en Uruguay han sido la polenta con tuco.
Para quienes hicieron y hacen culto a la política de lo posible y reconociendo los esfuerzos de “aliviar” a los sectores mas golpeados por la pobreza administrando el capitalismo, no había posibilidad de ofrecer un menú variado.
Sin embargo los niños, que tienen la capacidad estratégica de trancar la pata (la boca) con la comida servida, y reivindicar otro menú, muestran un camino que le faltó a la izquierda institucionalizada.
Los indigentes que habían subido a categoría de pobres, volvieron a la indigencia y recibieron nuevas huestes desde el 2018 en adelante y claramente desde ese año a la fecha, hacia el arenero de pobreza se dirigen como por la bajada del tobogán, quienes habían arañado la condición de clase media empobrecida.
Y en el medio faltó un relato, desplazado por la arenga de los logros.
Fue el relato de las propuestas derrotadas (el condimento para un polenta con tuco desabrida), la Reforma del Estado, el Impuesto a la Concentración de la Tierra, la ocupación y el usufructo de las viviendas y tierras vacías, la Renta Mínima Universal, la Reforma de la Constitución en asuntos claves de profundidad republicana y democrática; seguiría siendo polenta, pero sabrosa para paladares hastiados.
Dos platos
La izquierda que adhirió a las corrientes de liberación nacional en los sesenta, lo hizo cuestionando y como alternativa a lo que en aquellos años representaba una “izquierda tradicional” con una visión eurocentrista de las vías hacia el socialismo.
No fue una visión y una práctica por una postura que intentara marcar perfil, a pesar del “cáncer” del sectarismo que predominaba en la izquierda en aquellos años; pero se llegaba la conclusión, no solo en Uruguay, que ante el avance de la derecha, aquella “izquierda” se encontraba estancada y estratégicamente al acecho de que ocurriera el milagro de que en Uruguay, las masas obreras asaltaran el Palacio de Invierno o los peones rurales derrotaran al “Kuomitang” criollo.
Solo para provocar la reflexión, para generar la incertidumbre que permita cavilar, sería bueno preguntarse si éste Frente Amplio que sin dudas es una síntesis superadora de la izquierda de los años sesenta, no solo por el grado de Unidad alcanzada, sino también por sus experiencias de gobierno nacional y departamental, no esta padeciendo aquél estancamiento de la otrora “izquierda tradicional”.
En su reciente último XXXII Congreso el Partido Comunista uruguayo manejó un concepto que nos parece oportuno para la reflexión; palabra mas, palabra menos, la idea es que el Frente Amplio debe volver al gobierno, pero no para hacer lo mismo que hizo durante 15 años.
Lo mismo debería pensarse desde el movimiento sindical; la luna de miel entre un movimiento sindical denominado Central o Convención a ésta altura de la historia no resulta muy relevante.
Se imponga mediante el relato la visión centralista de las organizaciones de centralismo democrático o la convención de los federados, los sindicatos deben “acumular en la sociedad” y para ello es preciso revisar las metodologías de movilizaciones que no solo son pocos claras para grandes sectores de la población, sino que a veces resultan los principales impactados por las medidas.
Los sindicatos deberían también convertirse en el recule (como eran los viejos sindicatos anarquistas de principios del siglo 20), para los trabajadores perseguidos y expulsados por su actividad sindical, para que perder el empleo no sea un freno para llevar adelante las luchas que se avecinan, resistiendo este embate de reglamentación sindical y acotamiento del derecho de huelga.
Pensarse en izquierda, como izquierda y desde la izquierda, parece una necesidad reflexiva indispensable, sin por eso desatender la tarea de volver a construir alianzas de granes acuerdos nacionales que permita volver a la “polenta con tuco”, pero el derecho al cambio de menú, es un norte ineludible.