Por Juan Erosa
Tenemos que irnos de casa. Fuimos criados en una casita al fondo de la casa de los abuelos porque nuestros padres nunca se fueron de allí. No pudieron independizarse.
Nosotros, los hijos -y en cada conjugación masculina léase también una femenina- de quienes hoy tienen entre 45 y 65 años, tenemos que irnos de casa.
Esta metáfora está usada en términos ideológicos, programáticos y organizacionales. Con el propósito de ilustrar reflexiones sobre el vínculo entre tres generaciones de militantes y dirigentes políticos y sociales. En el marco de las corrientes de acción y pensamiento alternativas, disidentes, contestatarias y confrontativas con el sistema y su statu quo.
Breve caracterización
Los abuelos, los luchadores de los años sesenta, los que hoy andan entre los 70 y los 80 largos, fueron protagonistas de aquellos tiempos excepcionales, explosivos y fervorosos en todas las disciplinas, ciencias y artes. Tiempos de cambiar el mundo y revolucionar la sociedad y su cultura. Después fueron la resistencia a la dictadura, y luego los constructores y conductores de las fuerzas sociales y políticas de cambio, las que condensaron transformaciones sustantivas y grabaron a fuego errores que servirán de guía para no tropezar otra vez con las mismas piedras.
Los padres, salvo algunos cuadros excepcionales, son una generación que nunca pudo dejar de tenerle miedo a los enemigos del pasado y que no han tenido capacidad, ni claridad para reformular ideológica y programáticamente los desafíos del Uruguay. Repitieron, conservaron, le pusieron corazón, pero faltó inventiva.
Y los hijos, nosotros, que andamos entre los 20 y los treinta y pico, que asistimos, por ahora, ingenuos, crédulos y bastante acríticos a las enseñanzas de nuestros padres, reivindicamos la rebeldía y la épica de los abuelos y a la vez repetimos en la acción y el pensamiento los errores de las visiones de nuestros padres.
De la partida de nacimiento a los hechos
En política hay dos formas de recambio o renovación generacional: una por superación y otra por sustitución. La primera habitualmente es la más virtuosa porque deja conductores capaces y preparados para afrontar los desafíos de su época. La segunda, por el contrario, deja muchas viudas, vacíos y sombras.
¿Quién encarna las fuerzas sociales y políticas de cambio hoy? La generación de nuestros padres. Han asumido la dirigencia y conforman, en buena parte, la militancia. Esta generación ha llegado a la cabeza de las fuerzas de cambio a partir de la sustitución biológica y no de la superación. Por lo tanto, ha llegado a ejercer su rol sólo porque les toca, porque no hay más remedio, sin presentar respuestas, sin innovaciones, sin nuevos proyectos, ni nuevas estrategias, sin inventiva, en síntesis, sin una hoja de ruta propia, sino el remedo de un mapa antiguo que no da respuesta a las nuevas preguntas.
Al final, aquel eslogan tan criticado –“mantener lo bueno, hacerlo mejor”– resulta muy representativo. Han tomado el camino de aplicar estrategias del pasado, pensando que aún funcionan, con la intención, no lograda ni demostrada, de hacerlo mejor.
Del pensamiento de nuestros padres
Nuestros padres, nacidos ya entrada la segunda mitad del siglo XX, se formaron con elementos propios de ese tiempo, pero les tocó actuar en uno muy distinto. No lograron acompasar los cambios que procesó la humanidad con su forma de pensar, organizarse y actuar.
No sería justo perder de vista que el siglo XX era mucho más simple en lo económico, social, político y cultural. El siglo XXI, por donde se lo mire, más complejo, diverso, fragmentado y radicalmente más rápido sobre los cambios y su desarrollo.
Y en consecuencia de esto último, buena parte de la generación de nuestros padres guía su accionar político a partir de una caja de herramientas para el análisis de la realidad, absolutamente desactualizada, y en aspectos centrales, inservible. A su vez esas carencias teóricas impiden una aproximación real, profunda y comprensiva de la realidad material, a través de la cotidianeidad. Todo queda teñido por sesgos ideológicos del pasado.
El mundo cambia a una velocidad inaudita. Mantenerse actualizado implica un riguroso y permanente estudio de la realidad a través de las más actualizadas herramientas teorías. A su vez entender las cosas demanda una constante presencia y una incorporación coherente y cabal en la cotidianeidad de la vida del país.
Irnos de casa para superar.
El país, la política y el porvenir demandan un cambio en el rumbo actual. Parece necesario abandonar la descalificación y el no reconocimiento del “otro”, cambiar la soberbia por la humildad, desterrar los temas tabú e incorporar a las discusiones la honestidad intelectual como regla, dejar de confundir los medios con los fines, construir acuerdos que trasciendan las fronteras partidarias en los temas que así lo requieran, superar las carencias intelectuales con incorporación de reflexión filosófica, conocimiento y ciencia, establecer estrategias de largo plazo que pongan por delante a la sociedad y al país sobre los cálculos electorales para aclarar el mareo ideológico y programático reinante.
Por eso tenemos que irnos de casa lo antes posible. Necesitamos pensar afuera de la caja, tener ideas nuevas, dar las discusiones necesarias sin prejuicios y anteojeras ideológicas, necesitamos comprender los problemas del país con cabeza propia e incorporar ciencia y conocimiento a la vida y actividad política del país.
Será necesario asumirnos como autónomos e independientes. Dejar de pedir respeto y espacio, para ganárnoslos. Abrazar los sacrificios, los costos, las dificultades y hacernos cargo de nosotros mismos y de las consecuencias de nuestros actos. Habrá que pagar las cuentas para irnos definitivamente de la casa de papá y mamá. El sentido y la profundidad de los cambios tiene todo que ver con esto.
El rol, ahora, es de incomodar, molestar y plantear problemas, soluciones, ideas y estrategias nuevas, innovadoras, de este tiempo para este tiempo; y sobre los temas más importantes del país, no solo sobre los que se denominan “los temas de las juventudes”.
El desafío es grande, la confrontación dura y el tiempo poco. Debemos ser parte de la solución, antes de convertirnos en parte del problema.