Militar la humanidad

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Por Ricardo Pose

“Viva el harapo señor”

Los nuevos números sobre la cantidad de nuevos pobres e indigentes vuelve a pegar una bofetada sin lograr que el sistema político reaccione, salvo con algunas frases piadosas o de condolencia, ante la indigencia con rostro infantil y de ancianos.

El gobierno elabora un discurso sobre los esfuerzos y erogaciones económicas que entiende como gasto y reparte las pocas migajas que están dispuestos a otorgar rascando los bolsillos en busca de una monedita; jamás de la billetera.

La oposición pasa cobro de factura por como el nuevo gobierno ha cambiado las formas de redistribución del ingreso y de la riqueza pero no introduce el bisturí hasta tocar el hueso de la desigualdad.

Es que los excluidos (los oprimidos en lenguaje de Freire) son un eterno problema del sistema y aún para las buenas intenciones de quienes pretenden administrar mejor el capitalismo.

Son la cantera de las cárceles, el ejército de reserva de los narcos, los que sobran del orden republicanamente establecido pero (algo bueno al fin deben tener), la principal bandera de cuánto perifoneo de candidatos compiten en las elecciones.

Desclasados si votan a los políticos de la derecha, “los chanchos de Cativelli”, y la chusma que se cree más lo que son, si votan a la izquierda; salvo que en uno u otro caso, siguen siendo oprimidos.

Al decir del pedagogo brasilero Paulo Freire, el gran miedo de los que deambulan en el confortable universo del sistema político, es que los oprimidos asuman su condición y se les ocurra cambiarla.

En tanto se les pueda brindar planes sociales y eternos fogones para sostener las ollas populares, la liberación de los oprimidos puede esperar.

El relato entonces se enfoca en terminar de comprender que la “clase obrera” para ser tal se debe adaptar a la nueva organización del mundo del trabajo, ese al que justamente los oprimidos ven como un horizonte lejano y ajeno.

“No se necesita más gauchitos corajudos y los obreros de mameluco son una nostalgia”, conceptos válidos como un eterno diagnóstico, omite que buena parte de la población pobre, entre la activa y la infancia, no tienen chance de convertirse en esos “nuevos trabajadores para el novedoso, tecnológico y vertiginoso mundo del trabajo”.

Otro problema adicional: los oprimidos, los excluidos y ninguneados en su condición de ciudadanos, cada vez son más.

A fines del siglo pasado, Raúl Sendic ya se planteaba que quizás para estos sectores desplazados y por fuera del sistema, capaz que había que pensar alternativas de su organización justamente desde el lugar a los que habían sido expulsados.

Alternativas de organización para sí y en sí, pero también desde la posibilidad de generar economías alternativas.

Ahora que el progresismo argentino recuerda (CTI mediante) de la existencia en prisión de Milagro Sala, el antecedente generado de auto organización por el Movimiento Túpac Amaru (sin desconocer el rol jugado por el gobierno progresista de su momento) podría ser un rumbo a otear, como el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil.

El movimiento sindical ya tiene sus propios desafíos; lograr que las decenas de luchas dejen de estar dispersas parece un objetivo inmediato, y sumar el cauce de las luchas sociales en una correntada popular, debe estar en los primeros puntos de la agenda de cambios.

Para eso parece preciso en cuanto a la metodología de trabajo, volver a recordar a Freire; el trabajo de liberación de los oprimidos (que conlleva la tarea nada menor de que los oprimidos no ocupen el lugar ni el rol de los opresores), No Es Para Ellos.

El no comprender que la lucha Es Con Ellos, puede explicar el gran problema de alejamiento, de aislamiento, de distancias, de las fuerzas políticas de la vida cotidiana de la gente (las grandes masas dirán los clásicos).

A veces se cae en el simplismo de creer que el trabajo político en el territorio, manteniendo el local abierto y con alguna actividad cada tanto, alguna tarea de agitación y propaganda en las ferias, alguna charla ilustrativa para el vulgo es suficiente.

La realidad es un poco más compleja que sentir la reconfortante sensación de “pequeños avances” en tareas asistencialistas, y escuchar las palmas de aprobación de quienes no reciben otra alternativa que ser meros espectadores.

Hay que descontruirse; se necesita gente de alpargatas y chancletas trillando las alfombras del palacio legislativo, acampando en la Plaza Independencia, produciendo y elaborando sus propios medios de difusión, marchando sobre la postrera calma de la corrección política.

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