Por Gabriela Cultelli
Hasta el propio FMI (Fondo Monetario Internacional) revisa a la baja sus expectativas de crecimiento para los años 2022 y 2023 y para el mundo en general.
Un mundo que parecía ir saliendo de la pandemia, parece en realidad no salir, con los peligros que ello conlleva para la salud de la población, y los costos económicos asociados a ello, incluso el peligro de la inmovilidad. Súmese a ello y citando al propio FMI que “Además, los incrementos de precios de los alimentos y los combustibles también pueden aumentar considerablemente las probabilidades de malestar social en los países más pobres”.
Hasta el propio Banco Mundial manifiesta alarma ante la situación y puede leerse en su propia página: “La guerra en Ucrania ha causado una gran conmoción en los mercados de productos básicos, alterando los patrones mundiales de comercio, producción y consumo de forma tal que los precios se mantendrán en niveles históricamente altos hasta fines de 2024, según se afirma en la edición más reciente del informe del Banco Mundial titulado”
No dejó respirar la pandemia y la crisis y se suma, como era de esperar, una guerra vinculada a las amenazas del imperialismo de EEUU y la injerencia en esa región como siempre lejos de sus fronteras. De hecho, la guerra entre Ucrania y Rusia provoca un shock de oferta, limitando el mercado del primer País, en tanto que productor de maíz y trigo y del segundo en tanto que productor de petróleo, gas y metales. En los países vecinos (Polonia, Rumanía, Moldova y Hungría) agrava la situación la emigración de 5 millones de ucranianos.
La crisis que venía gestándose antes de la pandemia y que se agudizó con ella profundizó las divergencias económicas entre países pobres y países ricos. Pandemia y crisis que además y como si fuera poco reduce el espacio fiscal para actuar de paraguas ante tanto desasosiego.
Así es como el proceso inflacionario, por ejemplo, en Europa y EEUU alcanzó máximos inéditos al menos para los últimos 40 años. Las tasas de interés aumentando constantemente a los efectos de intentar reducir la masa de dinero en circulación y de esa manera contener la inflación, medida que promete muy poco en tanto que la causa no está en la demanda, si no en severos problemas de oferta, vinculados a una guerra que tiene sus días contados, o la crisis se nos viene arriba nuevamente en toda su agudeza.
Si en medio de esta situación, los países europeos y de la OTAN continúan aportando el 2% de su PBI, financiando esta y otras guerras, sencillamente la cuenta no da en tiempos de sobre endeudamiento. Se trata de un valor anual aproximado de 2.500 millones de euros que tal vez sería más oportuno gastar en salud para que de una vez y por todas se detenga la pandemia.
Para la CEPAL América Latina también deberá esperar menos crecimiento, mayor inflación y el aumento de la pobreza y de la inseguridad alimentaria. Sin embargo, y como ya sucedió en otros momentos históricos la CEPAL también “concluye que la guerra de Ucrania ha acentuado la tendencia a una mayor regionalización del comercio y de la producción a nivel mundial. Señala que la región no puede sustraerse a esta tendencia, mediante la cual los países buscan una mayor autonomía estratégica en el abastecimiento de productos e insumos. Para el organismo, esta coyuntura representa una nueva oportunidad para dinamizar el proyecto de integración regional, poniendo en el centro la generación de cadenas productivas intrarregionales que reduzcan la excesiva dependencia de proveedores de fuera de la región” (22/6/2022 nota informativa, CEPAL), algo así como si será tan malo, al menos aprovechémoslo, cosa posible en un continente que comenzó a vivir su segunda ola progresista, y espera en octubre engalanarse con el triunfo de Lula en Brasil.