Por Federico Gutiérrez
Aún no sé en calidad de qué escribo esta reflexión, no sé si la escribo desde mi profesión, Licenciado en Psicología, o si la escribo como sujeto político, es decir, como sujeto en sociedad. Tampoco sé si estas dos cosas, al menos en mi caso, no son un poco lo mismo.
Quizá pueda suceder con cualquier aspecto, casi todo es plausible de ser analizado desde las dos ópticas que señalo, pero el caso de la Senadora Graciela Bianchi es especial, no sólo por lo que ella representa, sino también por lo que genera en los demás, en sus socios, en sus adversarios políticos, en los periodistas y en la ciudadanía.
Graciela Bianchi no deja de generar sorpresa, saludablemente no nos acostumbramos a sus modos, no podemos comprender que una persona tan instruida diga tanto disparate ni que distorsione tanto la realidad, en los temas más variados, de manera sistemática, casi que sin descanso. La leemos en redes sociales, la vemos en medios de comunicación, la escuchamos en Cámara de Senadores, etc.
Naturalmente, buscamos dar una explicación lógica al extraño modo de accionar de «la Senadora más votada del partido más votado» (afirmación suya que es doblemente falsa, porque ni ella es la senadora más votada del Partido Nacional, ni el Partido Nacional fue el partido más votado, pero no importa). Lo cierto es que la tendencia común ha sido tratarla de loca, buscar descalificarla o justificarla por esa vía… mandarla al Vilardebó.
Ahí, el problema, creo que ya no es ella, somos nosotros, que insistimos en la vieja práctica (probablemente inconsciente) de estigmatizar la locura. De estigmatizar lo desconocido, lo incomprendido. Reaccionamos hacia Graciela Bianchi, pero se nos desvía la respuesta.
Me encuentro con comentarios que buscan ofenderla por su accionar inentendible, pero terminan agraviando a quienes realmente padecen de temas vinculados a la salud mental, se termina por revictimzarlos en situaciones de la que son ajenos totalmente.
Para ajustar la puntería, hay obsoletas ideas que debemos desterrar, como por ejemplo la asociación entre locura y peligrosidad. Podemos decir que Graciela Bianchi desde el lugar de poder que le asignamos, que a su vez, ella utiliza para manifestar su postura públicamente, es peligrosa. Sin embargo, esto no la transforma en loca, ni en persona con problemas de salud mental justamente, esta característica de conciencia plena sobre su accionar es lo que la hace peligrosa; y a sus socios, irresponsables.
¿Por qué la tendencia en redes de enviarla al Hospital Vilardebó? Otro concepto vetusto, tan vetusto como los propios hospitales psiquiátricos, práctica que se basa en la exclusión de las diferencias y de las problemáticas emanantes de la salud mental. Nadie merece estar encerrado en un hospital de las características del Vilardebó, donde se humilla y deshumaniza a las personas. Otra cosa, demasiado mal la pasan quienes allí están internados, como para además, recibir la compañía de Graciela Bianchi.
Debemos practicar la desmanicomialización, es decir, cambiar el lugar social de la locura, cambiar las instituciones y cambiar nuestras ideas. Desmanicomializar también nuestras cabezas.
Así como un femicida, no necesariamente es una persona enferma, sino, generalmente un sano hijo de un sistema patriarcal, funcional a las necesidades de las masculinidades privilegiadas; Graciela Bianchi, no es una persona enferma, es una sana hija del neoliberalismo, funcional a las necesidades del capitalismo. Sabe lo que hace y está respaldada por el Presidente de la República. Ataca a la prensa, los periodistas, ataca a la oposición y al Frente Amplio y a sus militantes. Ataca a las organizaciones sociales, ataca a los trabajadores, ataca a la justicia.
Ya conocemos esta estrategia en Latinoamérica, se trata de operar desde el odio y la falacia, para generar opinión y posición, aunque sea de la manera más deshonesta posible. Es a conciencia y con respaldo político. Sabe que la polarización puede dar su fruto, juega y apuesta a eso. Su personaje le es funcional al gobierno, y la reacción de descalificarla en la locura, también.
En definitiva, puedo afirmar que Graciela Bianchi no está loca, Graciela Bianchi es mala gente.