Por Bruno Arizaga
El concepto de independencia ya trae consigo su contradicción, que es la dependencia. El concepto niega la dependencia de otros; en la búsqueda de la primer independencia que tenemos identificada como fecha patriótica, hablamos de una independencia de un imperio, en este caso uno americano y ya no una independencia del Imperio Hispano, una independencia que el 25 de agosto de 1825 es firmada luego de la Cruzada Libertadora de los 33 Orientales del 19 de abril del mismo año. Sin ánimo de discutir cuántos de esos orientales se autopercibían solo “orientales” o si ese día creamos Uruguay, podemos utilizar algunos aspectos para el acercamiento de una noción que pueda ser compartida sobre los primeros momentos de nuestra independencia oficial, contrastada con la independencia real.
En el 25 de agosto de 1825, las 3 leyes firmadas que darían nacimiento a nuestra independencia oficial (Unión, Pabellón e Independencia), una de ellas -la de Unión- trata de unirnos como orientales a las Provincias Unidas lideradas por Buenos Aires. Distinto a lo que proponía José Artigas unos 10 años antes, donde se velaba por el pueblo artiguista una independencia de las provincias de lo que hoy conocemos como interior argentino y de la Provincia Oriental contra España, estando ellas unidas en ciertos pactos militares ofensivo-defensivos, políticos y económicos, pero que esas provincias tengan autonomía de decisión, la entendida como “soberanía particular de los pueblos”, de origen español en “pueblos”, un concepto plural que entiende la particularidad de los territorios y su diversidad cultural. En diferencia con la independencia propuesta en 1825, los “argentinos orientales” (al decir de Juan Antonio Lavalleja) buscaban la independencia de cualquier rey y emperador “del universo” unidas a las demás de “América del Sud” (en ese momento del Imperio del Brasil), una unidad nacional o “pueblo” como término francés que quedaba supeditada a la orden centralista de una Buenos Aires como capital que buscaba “plegarse sobre sí misma” según uno de sus líderes en el contexto de la década de 1820 como Bernardino Rivadavia, lo que evidencia una frágil concepción independentista.
En 1828 tendríamos la independencia clásica, con las bases sentadas de la creación de nuestro Estado uruguayo en la Convención Preliminar de Paz sesionada en Río de Janeiro, donde el Imperio del Brasil, las Provincias Unidas argentinas y la influencia inglesa dictaminan que la creación de un “Estado tapón” terminaría los conflictos argentino-brasileros, facilitaría el comercio interfluvial en el nuevo orden capitalista liderado por Inglaterra, pero a su vez la imposición de que en nuestra Constitución juramentada a posteriori en 1830 se creen bases legales para la intervención de las naciones en discusión en conflictos internos uruguayos. Podría entenderse el anhelo de romper la dependencia política española para siempre pero cediendo la soberanía económica -y en algunos rasgos jurídica- a los ingleses, así volviendo a evidenciar una independencia todavía dependiente.
Los conflictos no demoran en aparecer a la interna de nuestra nación con estas fragilidades, que dividirá en dos al país, y estas dos mitades lideradas por los caudillos Manuel Oribe de la divisa blanca y Fructuoso Rivera de la divisa colorada se libraría la Guerra Grande (1839-1851). Si bien en esta contienda hay una discusión sobre grados de soberanía, no se discute la independencia del Uruguay. Si bien esta contienda finaliza “sin vencedores ni vencidos”, muestra a un gran victorioso y no precisamente uruguayo, sino al Imperio del Brasil y uno de sus grandes banqueros, el Barón Irineu Evangelista de Sousa de Mauá. La alianza de los colorados con Brasil buscaba la derrota de la divisa blanca y su aliado argentino Juan Manuel de Rosas, para ello el Imperio brasilero estableció 5 tratados que el Uruguay debería firmar cediendo de manera notoria nuestra soberanía. En primera instancia quedando atados a un “tratado de alianza” perpetua para defender la independencia uruguaya y brasilera mutuamente, lo que permitía también un derecho de intervención brasilera; segundo un “tratado de extradición” que nos obligaba a devolver esclavos brasileros que busquen refugio en nuestro país que ya tenía abolida de manera legal desde 1842; tercero un tratado de “prestación de socorro” que comprometía a Brasil por intermedio del Barón de Mauá a dar préstamo al Estado uruguayo de 60 mil patacones, declarando a Uruguay en deuda que podía respaldarse con las rentas públicas aduaneras; el cuarto tratado hacía referencia al “comercio y navegación” donde quedaba permitido a Brasil el libre consumo de ganado uruguayo en la frontera norteña, y abolía el precio de exportación para la provincia de Río Grande, lo que para José Pedro Barrán nos convertía en la “reserva ganadera del Imperio”; como último tratado se encontraba el de “límites” que define nuestro territorio hasta la actualidad estableciendo una línea divisoria en el Río Cuareim, otorgando muchos territorios al norte de este río que eran uruguayos.
Hasta allí débiles momentos independientes de nuestra nación desde la Declaración oficial de Independencia de 1825. 32 años recorridos que nos dejaron unidos o dependientes de al menos 3 naciones. Si bien la realidad en la actualidad es lejana a estos acontecimientos, es un ejercicio vital para las independencias americanas la reconstrucción de sus inicios de ruptura con las dependencias ibéricas para el análisis de los acontecimientos del presente y su transformación.