Por Colectivo MateAmargo
La primera asamblea de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas fue en un monte de eucaliptos, cerca de CALPICA, el 3 de setiembre de 1961. A ella la antecedieron unas cuantas juntadas en los montes de los arroyos Naquiñá, Itacumbú y Mandiyú, en la rinconada del Cuareim y el Uruguay. Peones de estancia, chacreros, correntinos, brasileños…como 6.000 trabajadores en la zafra.
Aguinaldos, despidos, horas extras. Más de un millón y medio de pesos se les debía a los peludos, que tras tres meses de huelgas y negociaciones no conseguían nada, ni siquiera cuando al principio el Ministerio de Trabajo intimó a las empresas (CAINSA, Azucarera Artigas, RILSA) pero ni así. Encima unidades militares y policiales de Salto y Artigas fueron trasladadas a Bella Unión a proteger las instalaciones de “Mister Henry”, unos de los tantos gringos que habían sido corridos de Cuba.
Pero UTAA no nació de un repollo ni lo trajo la cigueña. En 1956 se había creado el Sindicato Único de Arroceros (SUDA) impulsado por el obrero metalúrgico Orosmín Leguizamón; en 1957 Sendic se trasladó a Paysandú y se convirtió en el asesor del Sindicato Único de Obreros Remolacheros (SUDOR); y en 1959 se constituyó la Unión de Regadores y Destajistas (URDE).
Incluso el proceso nacional de base rural debe ser analizado a la luz del trabajo político de las Ligas Campesinas del nordeste brasileño. Si bien los orígenes de las mismas se remontan a los años treinta y cuarenta, su gravitación se volvió evidente hacia mediados de la década de 1950, a partir de la segunda posguerra -y con el aumento del precio del azúcar- los grandes propietarios de la tierra se apuraron a ampliar la zona de cultivos, favoreciendo un doble proceso: comenzaron a expulsar de la tierra a los foreiros (campesinos que ocupaban precariamente las tierras de los ingenios) y hubo una proletización de los moradores (campesinos semiproletarios que vivían en los establecimientos).
Para 1962, en momentos en que se producía la Primera Marcha Cañera, el líder campesino del nordeste brasileño: Francisco Juliao, estaba de visita en Uruguay explicando el alcance del movimiento conocido como “ligas campesinas”, un universo de 11 millones de personas muriendo de hambre por falta de tierra para trabajar.
Ni el profesor Arbelio Ramírez asesinado luego del discurso del Che en el Paraninfo de la Universidad, ni las y los trabajadores muertos en huelgas puntuales (sobre todo en el ámbito Metropolitano: San José, Canelones y Montevideo), ni la aparición y el accionar de grupos de extrema derecha fueron capaces de canalizar y acrecentar las tensiones como a partir de la creación del sindicato de UTAA.
El apoyo a la lucha de los cañeros sindicalizados transformó la lucha social en nuestro país, despertando ideas -pero sobre todo posibilidades ciertas- revolucionarias en distintos sectores de la izquierda. El desconocimiento de los derechos laborales de los trabajadores de las azucareras y el hecho de que una de las tantas empresas explotadoras CAINSA fuera propiedad estadounidense, señaló la incorporación de nuestro país al proceso revolucionario americano y mundial en el marco de la Guerra Fría, en nuestro caso encabezado por los sindicatos rurales radicalizados.
Para algunas y algunos peludos la creación de UTAA está íntimamente relacionada con un contexto mayor de binomios campo/ciudad y explotados/explotadores, y a la vez es un hito que marca el renacer de una lucha que se remonta al siglo XIX, a lo que Artigas -en 1815- quiso para el más pobre, el más desatendido.
Hoy, con un gobierno que anda de parabienes con grandes estancieros e importadores y lleva a $0 la compra de tierras para el Instituto Nacional de Colonización…pica y mucho aquel cartel que atravesó todo el Uruguay con la consigna “Tierra pal que la trabaja”