Brasil: Mirada crítica al panorama electoral

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Por Luis De Jesús Reyes

(Tomado de Cuba en Resumen 26/8/2022)

La campaña electoral por la presidencia de Brasil arrancó oficialmente el pasado 16 de agosto. Aunque son más de 10 candidatos los que formalmente estarán disputando el máximo cargo del ejecutivo en la primera vuelta de los comicios el próximo 2 de octubre, todas las miradas estarán puestas sobre los dos principales contendientes: el expresidente Lula da Silva y el actual presidente Jair Bolsonaro.

El líder del Partido de los Trabajadores, quien podrá volver a disputar la presidencia después de haber sufrido un amplio proceso de persecución política en su contra que lo llevó a cumplir casi dos años de cárcel, sigue siendo el gran favorito. Según las más recientes encuestas, Lula lidera la intención de voto en primera vuelta con un 45%, frente a un 36% de Bolsonaro.

Si bien el posible regreso al poder del carismático líder de izquierda despierta esperanzas en la población brasileña –y en muchos sectores de América Latina–, para llegar a Brasilia deberá sortear no pocos obstáculos en su camino. Por un lado, la ultraderecha brasileña, aupada por un Bolsonaro con vicios de fascismo, mantiene una recia campaña de difamación y persecución en su contra en un intento desesperado por desacreditarlo ante un pueblo que ve en él la única solución para regresar a Brasil a la senda del desarrollo y el crecimiento. Por el otro, es arduo el trabajo que le depara a Lula para lograr la articulación de tantas ramas políticas, en un país cuyas elecciones suelen ganarse con alianzas partidistas de todas las aristas.

Empero, para entender las condiciones socio-políticas en las que Brasil batalla hoy para elegir entre un nuevo –pero ya conocido– presidente o mantener su actual rumbo neoliberal, es preciso hacer una revisión de su historia y del contexto geopolítico en que se emplaza.

En palabras del reconocido periodista brasileño, Breno Altman, para poder comprender mejor la situación político-electoral “hay que trabajar con tres categorías: la categoría de etapa, la categoría de período y la categoría de coyuntura de situación política”.

Cuando habla de la primera etapa, Altman se refiere a una “etapa contrarrevolucionaria”. Para él, su país y la región siguen viviendo en una fase política emergida tras el colapso de la Unión Soviética, en la que “la experiencia socialista fue destrozada en su origen y en su experiencia más fuerte” y cuyo resultado “ha permitido establecer una ofensiva ideológica brutal de las ideas liberales, de la ideología burguesa, sobre el movimiento obrero e incluso sobre los partidos de los movimientos socialistas”.

Esta etapa contrarrevolucionaria, según Altman, ha dado paso además a “una generalización del modelo neoliberal en los países desarrollados y en especial en los países de la periferia del sistema, en el cual nosotros nos encontramos”, lo que ha empujado a los pueblos a asumir una postura “defensiva” ante las estocadas del imperialismo en la región. Opina, sin embargo, que podríamos estar ante un periodo de transición en América Latina –esta sería la segunda etapa.

“Es posible afirmar que podemos estar pasando de un período defensivo a un periodo ofensivo. La victoria de [Andrés Manuel] López Obrador en México, la victoria de Alberto Fernández en Argentina, la derrota del golpe de estado en Bolivia y la victoria electoral de Lucho Arce, los estallidos sociales en Chile, en Colombia y ahora en Ecuador. Son todos señales que nos permiten tener con seguridad una percepción de que estamos cambiando de período, aunque dentro de una etapa contrarrevolucionaria”.

El también historiador, quien conversó recientemente con claridad y otros medios internacionales de Latinoamérica en un encuentro en la ciudad brasileña de Sao Paulo, sostiene que “hay una nueva ola, en la cual los partidos progresistas ganan las elecciones. Los pueblos entran en una situación de inconformidad y de rebelión social y eso va cambiando las correlaciones internas de fuerza”.

Viendo a Brasil –y lo que pudiera significar una victoria de Lula en las elecciones– desde el espejo de los países vecinos, Altman subraya que “no es una situación sencilla” aquella con la que deben lidiar los gobiernos progresistas actualmente en la región. “Tienen muchas limitaciones por el hecho de que son gobiernos electos en el interior del mismo Estado burgués oligárquico y en una situación internacional en la cual aún sigue vigente la hegemonía de Estados Unidos y el dominio del sistema imperialista mundial”.

Si comparamos con la primera ola [progresista]que fue la del principio del siglo 21, la ola caracterizada por la victoria electoral de Chávez en Venezuela, en 1998, y después de Lula en 2012, y todos los demás después, [esta]es una ola en la cual los márgenes de cambio dentro del orden económico son mucho más extremos, mucho más estrechos”, afirma. 

Es precisamente por este estrecho margen de maniobra y su historia de siglos de intervención continuada que se hace más llamativo el que sea en América Latina donde hoy se combate de manera más frontal y aguda la injerencia económica, política y militar que supone el imperialismo para sus países. Es en esta región del orbe donde el panorama en el tablero geopolítico mundial parece haber comenzado a dar la vuelta.

“Nuevamente –apunta Altman– es Latinoamérica el centro de la situación internacional, es donde la situación internacional puede efectivamente empezar a cambiar”.

Para él, está claro que no es en Europa, donde “la hegemonía imperialista sigue muy fuerte” y donde EEUU ha logrado mantener un control efectivo de sus causas políticas, de donde saldrá una nueva propuesta liberadora.

“Es más fácil para Estados Unidos controlar a la socialdemocracia y a los conservadores europeos que yo a mis perros. Podemos hablar de uno u otro país, pero no es en este momento una región de donde pueden emerger los vientos de cambio”, subraya.

Y en el centro de esos vientos que soplan actualmente en América, está el gigante del Sur. Que las causas progresistas logren reconquistar el poder en Brasil sería una honda estocada al neoliberalismo que asaltó varios de los gobiernos de la región en la última década y que supuso un retroceso palpable a los avances en materia social y económica que habían logrado los movimientos de la llamada “década ganada”.

Pero contrario a lo ocurrido en países como Argentina, Chile, Perú y recientemente Colombia, donde estallidos sociales dieron paso a grandes protestas en rechazo a la pérdida de derechos, el aumento en el costo de la vida y el retroceso en las libertades, en Brasil una reelección de Lula ocurriría sin que el pueblo brasileño se haya lanzado a las calles en masa –a pesar de haber tenido profundas razones para hacerlo. Salvo ciertas excepciones, los movimientos populares brasileños han llamado más la atención por su silencio que por su activismo en los últimos años.

“Nosotros estamos delante de una posibilidad muy importante de ganar las elecciones presidenciales sin estallido social de ninguna especie. No hay nada comparado acá, con lo que hubo en Colombia o en Chile, o lo que está en curso en Ecuador”, señala el periodista brasileño.

El pueblo brasileño en general, opina Altman, ha vivido un proceso “bastante largo de repliegue de los movimientos sociales”, un aspecto que se hizo evidente cuando el expresidente Lula da Silva fue encarcelado en 2018 –en lo que fue a todas luces un proceso judicial ilegal en su contra– sin que sus seguidores se lanzaran a las calles para evitarlo. Dos años antes, la entonces presidenta Dilma Rouseff había sido destituida tras un nebuloso “impeachment” que apenas contó con una tímida respuesta de los brasileños.

¿Qué repercusiones pudiera tener, entonces, este “repliegue” para la sociedad brasileña?

El pueblo no es un actor protagonista de la historia que estamos viviendo en este momento y eso nos debilita, aunque tengamos mucha fortaleza electoral con la candidatura del expresidente Lula”.

La duda que plantea Altman encuentra tierra fértil en la deriva democrática en la que se ha visto sumido el país desde los turbios procesos judiciales con los que el “establishment” brasileño persiguió a Dilma e hizo todo lo posible por inhabilitar a Lula para presentarse en las próximas elecciones.

Con la instrumentalización de la justicia (“Lawfare”) como herramienta política en manos de la derecha en Brasil y una amenaza real al orden democrático, gracias a las corrientes neofascistas que ha levantado el Bolsonarismo, un hipótetico gobierno de Lula da Silva sin una sólida coherción de fuerzas populares que lo rodeen, podría estar en peligro sin apenas haber comenzado.

En un intento por sembrar dudas sobre la legitimidad de las venideras elecciones presidenciales, Jair Bolsonaro ha puesto en marcha una campaña de deslegitimación del sistema electrónico de votación, al que ha acusado de fraudulento, a pesar de no haber sido capaz de proveer ninguna evidencia. El incumbente, incluso, ha insinuado que disputaría cualquier derrota en los comicios y ha llamado a sus seguidores a “prepararse para pelear” –cualquier parecido con el expresidente Donald Trump es pura coincidencia.

Como si fuera poco, la actual campaña electoral en Brasil ha visto un marcado aumento en el número de candidatos derechistas que están vinculados a las fuerzas de seguridad. Según datos del sistema de registro de candidaturas del Tribunal Superior Electoral (TSE), las elecciones de 2022 contará con 1.866 candidatos que son policías, un incremento del 27% con respecto a 2018. El 95% de ellos se ha postulado por partidos de derecha y han mostrado su simpatía con el presidente Bolsonaro.

Todo esto cuando la violencia electoral en Brasil se ha disparado y los ataques contra líderes políticos vinculados a Lula da Silva y a movimientos de izquierda siguen en aumento. El líder del PT ha debido recurrir a usar un chaleco antibalas para poder hacer campaña.

Breno Altman define la coyuntura en su país como “una crisis de la hegemonía burguesa”, pero mantiene esperanzas en que “quizás la victoria del presidente Lula pueda abrir otra etapa de movilización social [y]pueda llevar al pueblo a apoyar un gobierno y a impulsar un gobierno que haga importantes cambios sociales”.

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