Por Gabriela Cultelli
La crisis, en primer lugar humanitaria y por tanto económica y social, que se agudizó en Haití a raíz del magnicidio en julio del año pasado del entonces presidente Jovenel Moïse, cobra en este septiembre 2022 nuevos bríos en el hermano país con el silencioso abandono de la comunidad internacional.
El planteo del actual jefe de Gobierno haitiano, que incrementaría nuevamente los precios de los combustibles, justificándose en la necesidad de dejar de subvencionarlos para costear los programas sociales para los más vulnerables, no convenció a nadie y parece haber sido la chispa que encendió la seca pradera. Los ciudadanos salieron a las calles, fueron grandes protestas por la suba del costo de vida por segunda vez en el año, en una situación ya de antemano dramática.
Con una población de 11,5 millones de habitantes, un territorio que no supera los 27.750 km2 y un PBI menor a 21 mil millones de dólares[i], con una pésima distribución de los ingresos, el desempleo llegó en el 2021 a casi el 17% de la población, solo el 47% de la misma tiene acceso a la electricidad, el 65% no tiene acceso a internet, la esperanza de vida al nacer en pleno siglo XXI apenas alcanza los 64 años, y la mortalidad infantil los 47 bebes por cada 1000 nacidos vivos (datos Banco Mundial). Para cuando la nueva medida entre en vigor (sin fecha aún) se prevé un incremento de los precios del transporte y de los productos de primera necesidad, en un país donde más del 40% de la población sufre inseguridad alimentaria y 4,9 millones de personas (un 43%) necesitan ayuda humanitaria, la quinta parte de los niños están en estado de desnutrición (cifra UNICEF). En definitiva, se trata de Haití, el país más pobre de América Latina y el Caribe, Nuestra Patria (Matria) grande.
Las intervenciones militares de la ONU no parecen haber ayudado mucho estos años, permaneciendo una crisis humanitaria agravada por la situación actual, con grupos armados que se disputan la ciudad y un quiebre total de la institucionalidad.
República Dominicana levanta un muro que ya lleva 54 km y terminaría en febrero, como si los muros resolvieran algo, al tiempo que continúan saliendo contenedores con armas desde el propio EEUU. De la propia CNN extraemos estos escalofriantes testimonios, dónde una mujer contaba que: “Quemaron mi casa en Cité Soleil (252 personas asesinadas) y le dispararon 7 veces a mi esposo. Ni siquiera puedo ir a verlo al hospital. Aquí los niños se mueren de hambre.” Otra desesperada decía: “Tengo 4 hijos, pero el primero está desaparecido y no puedo encontrarlo. Busqué por todos lados y no lo encuentro”. La voz de un niño irrumpía: “Mi madre y mi padre han muerto. Mi tía me salvó. Quiero ir a la escuela, pero fue demolida”.
La tensión parece aumentar, miles de personas manifestaron pidiendo la renuncia de Ariel Henry, primer ministro. Barricadas y decenas de miles deambulando en búsqueda de agua parece ser el paisaje diario, al tiempo que EEUU se propone descarada y abiertamente retomar su papel protagónico (como si alguna vez lo hubiera dejado) en la zona, como si no fuera suficiente la inestabilidad existente.
No es la primera vez que Washington intenta intervenir en Haití. Las incursiones militares en Puerto Príncipe en 1915, 1994 y 2004 son las participaciones más escandalosas, existiendo otras formas de injerencia, como el otorgamiento de préstamos impagables o la quiebra inducida a su industria de arroz a finales del siglo XX, inundando el mercado con productos estadounidenses, para poner solo algunos ejemplos.
Su nombre, Haití, se traduce como “Tierra de Montañas” proveniente del arahuaco, lengua de sus primeros habitantes. América Latina no puede mirar para un costado. Allí en nuestro Caribe muere Haití, de muerte lenta y de siglos.
[i] Para que se tenga una idea en Uruguay el PBI alcanza casi 60 mil millones de dólares, en un país de 3,4 millones de habitantes, dónde de todas formas hay miles de pobres.