Por Carlos Pereira das Neves
Como en cada contienda electoral, sobre todo en aquellas que se construyen y se desarrollan polarizadamente, las razones de la victoria o las derrota -cuando todavía falta una segunda vuelta, la diferencia no es considerable y hubo más de 32.000.000 de abstenciones, redondeando la posibilidad de un escenario incierto- caen como cascada dejando entrever las simpatías de les analistas de turno y buscando así sumar a un resultado final querible.
De esta manera se valora quien queda mejor posicionado de cara al envión final y en esa valoración se entrecruzan dimensiones racionales y morales, aunque más bien sentimentales: ¿quién tuvo el poder económico a su favor?, ¿quién utilizó los dineros públicos 2 meses antes de la elección a pesar de que eso esté expresamente prohibido por la Constitución?, ¿quién superó las mayores adversidades?, ¿a quién favoreció la hegemonía mediática?, ¿a quién apoyó la clase trabajadora?, ¿quién tuvo mayores simpatías en territorios beneficiados por políticas puntuales?, ¿quién gana en lo nacional pero pierde en lo estadual o viceversa?, ¿de qué lado estaba dios?… diría Zitarroza en ‘Milonga de contrapunto’, “hay razones para cualquier acomodo”.
Y saliendo de Brasil sin salir del continente, tarea por demás difícil, la región espera el resultado final de la contienda para terminar de confirmar: ya sea una nueva ola progresista que se transforma en marea, porque además cuenta -a diferencia de la ola anterior- nada más y nada menos que con Colombia y México, o un límite coyuntural/territorial importantísimo de la misma. Brasil no es, apenas, un país más en la región.
Pero las miradas no se detienen allí, porque aunque los chispazos internacionales amenacen una abstracción analítica, poca cabida tienen en las síntesis locales las implicancias mundiales de la vuelta de Lula al frente del gigante sudamericano. Y es que en el escenario de un conflicto internacional que amenaza como nunca antes el liderazgo unipolar estadounidense, agravado por la conducción política de un Joe Biden que públicamente nos devuelve una imagen que roza lo senil, la posibilidad de un renacer brasileño en el ámbito nacional e internacional viene a pesar en un ansiado y probable camino hacia la multipolaridad.
Más allá de los esfuerzos populares, de la resiliencia de los colectivos militantes de izquierda y la propia de Luis Inácio Lula da Silva, y también más allá de los intereses de una burguesía nacional que es consciente de sus dimensiones y no le simpatiza la tutoría norteamericana…cuesta creer que al imperio de turno le pasen tantas plumas por las narices y no aparezca ningún estornudo. ¿Será que el conflicto ruso-ucraniano y las ventajas económicas europeas le demandan toda la atención? Puede ser. ¿Será que en su estrategia continental decidieron cambiar Colombia y Brasil por Uruguay? No creo. “O que será, que será” se pregunta Chico Buarque y nosotros acompañamos su duda.
Si se trata que ahora el esfuerzo yankee, el de una potencia consciente de su apunamiento, está en disputar el “Heartland” del que hablaba el inglés Mackinder: “heartland”, “área pivote” o “isla mundial”, ese territorio que con su control se controlaría al mundo entero y que se ubica en Asia Central (mayormente Rusia) y Europa Oriental…bueno, podríamos decir que han pasado más de 70 años meando fuera del tarro, perdiendo el tiempo en patios traseros que poco le redituarían económicamente en comparación con Europa y que poco le suman en materia defensiva a un territorio defendido naturalmente por 2 océanos.
La historia nunca ha sido así de sencilla, y el desinfle del tío Sam no es fruto de “laziness and little attachment” (desidia y poco apego, en criollo) sino del fortalecimiento de otros actores como Rusia y China, entre otros. Esos otros que hace no mucho tiempo habían conformado una asociación económico-comercial conocida como BRICS, justamente con Lula como uno de sus principales jugadores.
El tiempo, por suerte breve en este caso, dirá cómo se vuelve a reprogramar el escenario mundial, que se movió bastante con la salida de Trump y a la que se le podría sumar la salida de Bolsonaro. Dos grandes actores que lejos están de ser kamikazes pero que utilizaron su lugar al frente de potencias económicas y territoriales para apuntarle a todo y a todos, menos a sus propios intereses y los de su clase.
Por supuesto, también, el resultado de la segunda vuelta en Brasil sentará las bases del futuro resultado electoral nacional en nuestro país. Por la cercanía que desde un principio mantuvieron Bolsonaro con Lacalle Por, metiendo en el combo también a Manini Ríos, y también por la cercanía que tiene Lula con nuestra izquierda.
Resultados posibles, ansiados, aunque deberíamos siempre hacer énfasis en lo primero para no terminar desarrollando estrategias en base a lo que queremos que sea o a lo que nos estén mostrando que podría llegar a pasar. Como pasó con las encuestas que hablaban de un 51% de Lula y un 36% de Bolsonaro, y terminó siendo un 48% contra un 43%. Debemos salir a pelear la realidad para transformarla, si, pero también para no terminar enredados en estrategias adversarias.