Por Mtro. Nicolás Viera Díaz (Militante social y político. Diputado FA – Colonia)
Los estereotipos que construye la historia van cambiando con el devenir de las sociedades y su interpretación depende de los contextos y estructuras sociales, culturales y políticas donde se pretendan aplicar.
Quienes impulsan esos estereotipos o quienes pretenden, desde la imposición de ideas, aplicarlo a las masas, no siempre tienen en cuenta el efecto histórico que puede acarrear.
La máxima marxista de que “la religión es el opio de los pueblos” caló hondo en una determinada lógica de desarrollo de los movimientos sociales, particularmente los políticos de izquierda.
Cierto es que esa frase tiene un contexto: siglo XIX. Una lógica enmarcada dentro del pensamiento de Carl Marx que entendía a la religión como un instrumento de manipulación de las clases dominantes y que el paraíso prometido no existía, en tanto la única lucha real era acabar con la barbarie y la miseria de la gran mayoría de la clase oprimida.
Pero no menos cierto es que ese razonamiento se mantiene hasta nuestros días y tuvo su influencia en los movimientos políticos marxistas en Latinoamérica principalmente en los años 60, 70 y 80. Y llega hasta hoy, hasta en forma jocosa, se sigue utilizando la idea de que religión e izquierda nunca pueden ir de la mano.
Quienes nos sabemos de izquierda y nos sentimos parte de las diversas comunidades de fe cristiana, creemos que es posible compaginar las religiosidades con la izquierda, y ni que hablar con la política, porque religión y política son conceptos que van de la mano, absolutamente inseparables.
No obstante eso, la izquierda debe acabar con el infantilismo de despreciar la fe, despreciar lo espiritual y al cristianismo en general. Seguir bajo aquella vieja comparación marxista significaría no entender la realidad.
La humanidad, desde el inicio de los tiempos, necesitó creer en algo. Ese “algo” lo determinará cada individuo; y habrá tantas formas de practicar la fe como cristianos existen, porque lo importante no es la forma, es el con quiénes y para qué.
Tener un objetivo en la vida siempre es deseable como método transformador, pero saber con quiénes transformar resulta estratégico. El cristianismo puede verse como un acto de fe personal, pero principalmente es una actitud colectiva, que puede (o no) nuclearse en torno a una iglesia, entendida ésta como comunidad de fe.
Militar la palabra de Cristo o los postulados del evangelio, suponen estar al lado de los desposeídos, de los más jodidos de la sociedad, como se suele decir paradojalmente de “los alejados de la mano de Dios”. También incluye revelarse ante las injusticias, buscar un nuevo mundo de esperanza que se construye todos los días sin la necesidad de tener que esperar a la muerte para alcanzar el paraíso. El mundo justo, el de la mano tendida, es el que intentamos construir cotidianamente los humanos de carne y hueso cuando vemos a otros, nuestros hermanos, pasando mal.
Acaso ¿Hay algo más cercano a la izquierda que esta visión del mundo que busca constantemente la paz, la igualdad y la justicia social?
Cuando hay un rancho por caerse en un asentamiento, cuando una joven madre soltera necesita una mano, cuando se abre una olla popular para garantizar un plato de comida, cuando alguien está enfermo o necesita una ayuda… aparece, como anónimo militante de la fe, algún cristiano, algún “religioso” a dar su aporte. Y en esa tarea se encuentran nuestros mundos cotidianos, porque cuando la necesidad es grande nadie se fija si el que la pelea junto a mi es ateo, creyente, pentecostal o católico.
La fe es revolucionaria y por más que hayan existido (y existan) estructuras políticas eclesiásticas hegemónicas que buscan condicionar a los feligreses con modos de vivir y de pensar, con orientaciones sexuales, con decisiones sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, fracasan en el lodo de la vanidad mal entendida. Porque si hay algo que representa el cristianismo es la libertad en su máxima expresión y la palabra de Cristo es palabra de amor.
Y al principio como al final, el único fundamentalismo válido, que crea y da vida, es el amor. Entonces la izquierda tiene un desafío: quitarse la venda de sus ojos y entender que la fe y el cristianismo también son parte de la sociedad que pretende cambiar para hacerla más justa y con mayores oportunidades.
No siempre, el que cree o piensa diferente, está tan lejos cuando de la vida se trata.