Por Nerí Mutti
Lo que pasa en nuestro país, y en América la Nuestra, no desentona con lo que ocurre en el mundo.
Oyendo los discursos y los acontecimientos, mirando las herramientas para la acumulación política en la lucha por cuotas de Poder -como lo son los gobiernos-, adaptada y a veces copiada a las particularidades culturales y económicas de cada región, parecido a la Mazurca (que aquí es la Ranchera), las clases dominantes nos bailan y disfrutan sus beneficios obtenidos en contra de los pueblos.
Acá y en la China
El Banco mundial, como chaleco de fuerza, apretando y exprimiendo, conduciendo la política económica de los gobiernos y sometiéndolos a planes educativos funcionales a sus objetivos; a planes sociales que excluyen y condenan a los pobres a vivir de las dádivas clientelísticas de los gobiernos; a la salud para pobres y para ricos diferenciada; a la segregación social en barrios para ricos y asentamientos para pobres; a excluir al Estado de las empresas públicas; a entregar las tierras y las riquezas nacionales a la inversión extranjera para su modelo económico.
Nada de esto podría existir, si no fuera acompañado por una batalla cultural inmensa, basada en la destrucción de los valores, ya no de sus enemigos de clase sino que hasta de sus propios valores también. Los valores burgueses que pautaron una época del liberalismo económico, ya no alcanzan y deben ser destruidos.
El capitalismo está jugando, a mi entender, su última carta para sostener su dominio. Y es brutal, inhumana, impensable en otros estadios de defensa de los privilegios. Ese sostén, hoy, solo es posible si logran arrancarle a los pueblos la educación, la salud y hundirlo en la miseria. Embrutecerlo y transformarlo en el esclavo moderno. Detrás de las murallas de su poder, bélico, tecnológico y de dominio cultural. Son los arios de éstos tiempos, llevando a cabo una desesperada y brutal reconversión capitalista.
A medida que esto pasa, las izquierdas del mundo resuelven participar en la contienda electoral con un planteo, ya no de lucha por el socialismo, sino de lucha por “lo menos peor” para el pueblo. En busca de ese objetivo, ocupan el lugar que la burguesía abandona, cada vez son más amplias sus alianzas, cada vez es más laxo su compromiso con las causas populares. Cada vez es menos de izquierda su programa y sus militantes. Y como está pasando en el mundo (Chile, Italia, Brasil y muchos más) desaparecen las organizaciones revolucionarias, comidas por el apetito electoral y sus contradicciones internas. Y por el otro lado, la derecha recalcitrante abandonando las herramientas antiguas que garantizaban su dominio, rupturistas, creativas ante la desesperación de no tener respuesta al inevitable desarrollo de la historia, crece violándose a sí misma.
Entender para volver a preguntar
¿Por qué los burgueses llegan al gobierno y violan todas las normas institucionales para lograr sus objetivos? Y dan vuelta atrás lo que tímidamente la izquierda, que respetando las normas o teniendo como pretexto respetar las normas, logró. Sin que ello significara afectar sus objetivos, las reivindicaciones de su clase: enriquecerse sin molestarle el pesar del pueblo.
Entonces ¿por qué la izquierda llega al gobierno y no viola las normas que no dejan que su proyecto de sociedad avance? Y solo se atreve a avanzar tratando siempre de respetar las normas del ajeno orden actual.
Los burgueses lo hacen con toda impunidad, no por valentía personal de sus actores políticos. Lo hacen porque saben que su sistema los salvará, su justicia, su poder económico que compra adhesiones, sus medios de comunicación acólitos, y en última instancia su poder coercitivo.
La izquierda no lo hace, porque el cuero que deberá responder por su valentía política, es el suyo. No hay justicia que lo salve, no tiene poder económico que compre adhesiones. Y en última instancia, porque despreciaron el único poder coercitivo que podría haber usado (el pueblo organizado), porque se creían únicos e iluminados en el camino hacia esa sociedad soñada.
No creyeron en que un pueblo organizado era capaz de derrotar la justicia burguesa, se negaron a creer que un pueblo organizado era capaz de disputar la hegemonía económica de la burguesía o que un pueblo organizado y consciente era capaz de derrotar al poder coercitivo burgués. Y siempre en los momentos en donde más fuerza había para hacerlo.
Abandonaron la batalla cultural cuando más la precisaban y dejaron al enemigo tranquilo cuando lo tenían en la parrilla. Y para que estén tranquilos, llevaron un proyecto marginal de sus ideas, que no tocara sus intereses de fondo.
Cuestionar y cambiar
¿Cuál es el camino para un revolucionario, que lo primero que debe ser es no temerle ni respetar la justicia burguesa? Y ¿qué debe hacer un revolucionario frente a todos esos “porqués”?, frente a un enemigo que piensa incluso cuando duerme (porque paga para que otros tengan los ojos abiertos para él), ¿qué debe hacer si no es lo que han hecho todos nuestros compañeros que son ejemplo: él Bebe, el Che? poner su cuero en sacrificio. Y si es cierto su compromiso, hasta su vida.
Las derrotas, son la sangre, la sed, el hambre, que llena los corazones de los revolucionarios. Las victorias, hasta hoy (con honrosas excepciones), poco enseñan. Más bien mal enseñan.
Tenemos que prepararnos para que no siga pasando eso. Por eso es necesaria la autocrítica. No podemos construir la sociedad soñada por tantos antes que nosotros, sin saber cuáles son nuestras culpas en la derrota y cuáles son las virtudes del enemigo en la batalla.